Opinión
Ver día anteriorDomingo 1º de marzo de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Espejo estrellado
M

ientras más cercano a ti un colega escritor, más difícil te será admirarlo. O admitir que lo admiras. Quizá más cercano en edad y en género que practique y no tanto en lengua de expresión. El esfuerzo es más exigente si el colega en cuestión es menor que tú; y si se expresa en el mismo idioma que tú, más severo todavía. Bueno, y si de estas frases un intelecto más lúcido que el mío hiciera un aforismo, yo tendría que ser la primera en reconocer en él a un gran autor de aforismos y aceptar que con su observación me señala. En todo caso, en estas líneas declaro mi decidida admiración por Ann Patchett (Los Ángeles, California, 1963). Decidida, porque cuando me ocupé de sus ensayos vacilé al conceder apenas la admisión de haberlos leído. Pero la memoria que escribió de su colega y amiga Lucy Grealy (Dublín, 1963-Manhattan, 2002) es tan honesta, descriptiva, profunda y emotiva que el escritor que la leyera y no reconociera su valor como un muy singular testimonio literario de una amistad no sería sino víctima de la envidia.

La lectura de Verdad y belleza me resultó una experiencia tan convincentemente vívida que a partir de ahora marca para mí una referencia en el género memoria, auxiliar de la biografía y más que incorporable al de la autobiografía. Aunque cada uno de estos tres géneros tiene sus propias delimitaciones, el de la memoria comparte con el de la autobiografía el requisito de la honestidad, de ahí la diferencia básica respecto del de la biografía, en el que la honestidad como instrumento de la relación de una vida es esperable, aunque no determinante. Quiero decir que si Ann Patchett se hubiera propuesto escribir la biografía de su colega y amiga, y no una memoria de ella, no habría necesitado meterse en los zapatos de Lucy Grealy como hizo al escribir Verdad y belleza. Sentir lo que habría sentido, más que sólo deducirlo a través del repaso de documentos.

Hay una tan absoluta compenetración de Patchett en la existencia de Grealy al escribir su memoria que el texto causó controversia cuando fue recomendado como lectura obligatoria en una universidad, pues al juicio de la autoridad docente que lo consideró lectura ilustrativa y formativa, se opuso el de los padres de familia, que pretendieron incluso prohibirlo, al calificarlo como una obra pornográfica y conducente al lesbianismo.

Por otra parte, la familia de Lucy Grealy también descalificó la memoria escrita por Patchett de su amiga y colega, en este caso con el argumento de que, al hacer pública la vida de Lucy, Patchett robaba a la familia el derecho al duelo que les causó su muerte.

El centro de la vida de Lucy Grealy fue el cáncer de mandíbula que sufrió de niña y sus consecuencias, tanto las demoledoras, como fue someterse a años de quimioterapia además de cirugías reconstructivas interminables; como las edificantes, que le permitieron desarrollar sus facultades mentales al máximo y, por tanto, convertirse en una alumna de inteligencia superior y de habilidades y destrezas intelectuales asimismo superiores. Grealy empezó por querer estudiar medicina, entusiasmo que, quizás porque prevaleció el talento natural, desembocó en la poesía, en la literatura en general y la escritura. Para suplir su aspecto chocante, destrozador, Lucy cultivó la sociabilidad con tanto éxito que a lo largo de sus años escolares y aun universitarios fue la alumna más popular del estudiantado (aunque, para sí, donde más calor de hogar y confianza sentía era en un hospital o en compañía de caballos). Por sus dificultades físicas para masticar, aparte de las fisiológicas para digerir, no creció mayormente, ni alcanzó tampoco el peso que le correspondía.

Paralelos en su existencia fueron el anhelo de afecto y el de expresión literaria. Entre becas y premios que fue ganando, en una competencia sana precisamente con Ann Patchett, llegó a ser reconocida en el medio. Su libro de ensayos la colocó en los primeros lugares de ventas de las listas del New York Times, pero fue su autobiografía la que le valió un lugar estable en la literatura, afortunada y/o Wildemente titulada La autobiografía de una cara, que alcanzó a ver publicada poco antes de morir, accidental o voluntariamente, de una sobredosis de narcóticos a la edad de 39 años.

Con acierto del azar recordé a Wilde por su aforismo, La cara del hombre es su autobiografía; la cara de la mujer es su ficción.