on el vendaval noticioso en que vivimos, no hemos valorado que se está dando un enfrentamiento que sólo producirá disgustos. Por un lado esos colosos de verticalidad y precisión que son ciertos organismos internacionales: el Comité de la ONU contra las Desapariciones Forzadas y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, agréguense a ellos el Equipo Argentino de Antropología Forense y… por encima de todos, los cientos de dolientes de los 43 muchachos desaparecidos. Contra ellos se opone el deteriorado prestigio y credibilidad del presidente Peña Nieto.
Una verdad como plomo regirá cualquier forma de trato entre ellos: no se les puede controvertir. Su solvencia y prestigio son muy superiores a los del gobierno mexicano. En una aberración alimentada por la soberbia, Peña Nieto no se da cuenta de que está convirtiendo en enemigos a quienes son sus potenciales aliados.
En una lógica predecible a la energía de aquellos organismos se están sumando voces no menos poderosas, como la de Amnistía Internacional (AI), que por boca de su representante en México opina que al gobierno de Enrique Peña le falta voluntad política
, y agrega: ‘‘Preocupa la actitud asumida por el gobierno, pero en Amnistía Internacional seguiremos presionando”.
Lamentablemente, y aunque fuera simplemente en sentido general, esos organismos y los padres dolientes tienen razón. El gobierno de Enrique Peña no tiene idea de la fortaleza de los organismos internacionales y del dolor popular. En vez de sumarse a ellos justificando sus reclamos y aceptando sus recomendaciones, pretende descalificar sus opiniones técnicas y a los angustiados familiares les recomienda olvidar.
Es cierto que los organismos internacionales son severos, que no son indulgentes con las autoridades indiciadas, que son imparciales, que no acostumbran rendir dictámenes a modo o torcer realidades como obsequiosamente hizo el gobierno del estado de México en una averiguación previa ministerial en el caso de los 22 asesinados en Tlatlaya.
No, así no se conducen los organismos internacionales, y es lo que Peña Nieto no acaba de comprender. Ellos no se pliegan ante el poder como él está acostumbrado a operar, y las pruebas serían su tío Montiel, a quien él exculpó cuando su enorme riqueza exhibida era claramente criminal, además de otros casos que extrañamente enterró.
Atendiendo a esa orgullosa postura del Presidente, su canciller Meade, sabedor de los extremos a los que lo conducen las órdenes presidenciales, tiene que salir ante la opinión pública internacional para decir que el comité de la ONU anda mal, que en el reporte del comité hay inexactitudes, lo que nos hace pensar que la revisión no fue del todo exhaustiva
. Bien sabe Meade lo que en las prácticas diplomáticas significa hablar así.
Internamente el secretario de Gobernación y el propio procurador Murillo, cuyas opiniones debería ser como verdad divina ya que representa a la justicia, son los que tienen que descalificar a todas las voces disconformes. Sus gladiadores Meade y el PRI ya se le fueron encima al Papa y a González Iñárritu, con pésimos resultados, y el propio Presidente responde colérico a la diputación parlamentaria del PRD que en el caso Ayotzinapa no se considera que exista omisión alguna
.
¿Qué mueve a Peña Nieto a no amoldarse ante realidades y aprovechar la fuerza de sus supuestos antagonistas para solventar el problema tanto como sea posible? Con ese mismo carácter intolerante hacia todo lo que cuestione su figura regresó de China y Australia, y en el mismo hangar presidencial blandió el sable.
Ya hubo un caso en el que los intereses de México se podrían haber confrontado con organismos internacionales: fue con el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Estaban en peligro las vidas de 40 mil indígenas guatemaltecos refugiados en México (1983-1988) ante la persecución desatada en su país. La lógica aconsejaba retirarlos de la candente línea fronteriza chiapaneca. Hubo voces vigorosas y respetables en contra, invocando desarraigo de sus espacios originarios. Con un ACNUR coincidente se les reubicó felizmente en Campeche y Quintana Roo.
ACNUR, como toda institución de su especie, es incisivo, persistente, pero toda diferencia de opinión –que hubo muchas– se discutió caballerosamente, no enojados. Se encontraron soluciones compartidas en su esencia y se concluyó el candente problema con vastos reconocimientos internacionales para México. En correspondencia al esfuerzo mexicano, ACNUR financió la reconstrucción de la ciudad maya de Edzná por los propios refugiados.
¿Por qué Peña ejerce tanta carga emocional en asuntos de Estado? La experiencia nacional e internacional en asuntos de suprema gravedad impone prudencia, serenidad, cordura. ¿Por qué se reta a ases del prestigio mundial? Es una lucha desigual. Ya se sabe cuál será el final en caso de no adoptarse conductas más templadas, pero de por medio va el país.