e nos olvida, pero en los años 40 todavía se decía que estar en la oposición significaba ser de derecha. La Revolución había llegado al poder en 1920, y desde entonces se había afianzado en ese potro con fuerza. No lo quiso soltar más. Uno de sus argumentos más socorridos era que no podían cederlo porque hacerlo era dejarlo en manos de la derecha y ésta destruiría todo lo que ellos habían hecho. Tomada esta decisión, la élite en el poder desarrolló un imaginativo repertorio de estrategias para excluir a la oposición –fuera o no de derecha– del poder, desde robarles las elecciones hasta conducirlos al mundo despolitizado del desarrollo estabilizador y, desde luego, condenarlos al anonimato para dejar caer sobre ellos un tupido velo de olvido. La obra fotográfica de Tomás Montero Torres, que se presenta en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, es el testimonio de un miembro de esa oposición que, gracias a su cámara Leica, pudo escapar al olvido al que había sido condenado por el poder. Gracias a Montero también podemos rescatar las imágenes de un país que muchos quisieran que olvidáramos.
Tomás Montero, el fotógrafo gráfico, nació en Morelia en 1913, fue miembro de varias organizaciones estudiantiles, en particular de la Unión Nacional de Estudiantes Católicos, UNEC, terreno de reclutamiento de los primeros miembros del Partido Acción Nacional. Fue discípulo de Carlos Septién, el maestro de varias generaciones de brillantes periodistas. Muy pronto se lanzó a la fotografía. Desde esa trinchera ejerció las funciones de una oposición que informa y denuncia, y creo que habría que reconocer la valentía que implica hacer este tipo de trabajo en las condiciones de los años de plomo del autoritarismo mexicano.
Montero nos legó una mirada crítica del poder, pero compasiva de los débiles, de los vencidos por los triunfadores de 1920. Las fotografías que aquí se exhiben nos permiten asomarnos a la cara oscura del México de los años en que gobernaban Miguel Alemán y Adolfo Ruiz Cortines. Tal y como lo ponen en evidencia las fotografías de Montero, el país radiante de estabilidad política y crecimiento económico estaba parado sobre otro, sufriente, huérfano y desvalido. El contraste entre los dos Méxicos salta a la vista si comparamos las portadas de La Nación con las de otras dos revistas de la época: Mañana y Tiempo, liviana una, grandilocuente la otra, pero ambas coinciden en mostrar sólo el país moderno que todavía estaba más en la imaginación que en nuestra realidad. Las portadas de Tiempo son en su mayoría grandes fotos de los hombres poderosos de la época; mientras que las de la revista Mañana son caricaturas, ciertamente políticas, pero no causan el mismo tipo de reacción que produce el dramatismo de Montero.
La intención política de las fotografías de Tomás Montero es inocultable. Basta recorrer los primeros 10 años de portadas de la revista La Nación, órgano oficial del PAN, para captar el mensaje del autor: Este es el país del que el gobierno no quiere hablar
. Esta es la parte de la obra de Montero que conozco desde hace tiempo. Es un archivo natural para trabajos de investigación sobre el PAN y sobre la Iglesia católica. Pero no sólo eso. Si un investigador necesita información acerca de lo que realmente pasaba en la política nacional durante los gobiernos de Alemán y de Ruiz Cortines, le recomiendo que busque La Nación, sobre todo sus primeros años. Encontrará el registro de los desalojos, de las pésimas condiciones en que se encontraban las instituciones públicas de educación y de salud, de las manifestaciones de protesta, de las acciones de la policía contra esas manifestaciones, que ponen al descubierto las fotografías de Montero. Hay más imágenes que no necesitan de una voz para que escuchemos la denuncia de la corrupción. La obra de Montero prueba que la oposición tampoco fue un monopolio.