Novela más reciente de David Martín del Campo
Lunes 23 de febrero de 2015, p. a10
El miedo es una de esas bolas de hierro a las que vivimos encadenados desde que dejamos de ser niños, por ello Lucio Montaño, personaje de la novela El último gladiador, decide a los 64 años ya no temer y de alguna manera asumo que hay que vivir así
, dice su autor, David Martín del Campo.
Este libro, publicado por Literatura Random House, se escribió hace siete años y pasó por un proceso de revisión antes de ser publicado. Ocurrió una cosa muy curiosa, la escribí, pasaron siete años, la revisé y el destino hizo que alcanzara al personaje. Me han preguntado si soy Lucio, porque es una novela de muchas renuncias, es una de absoluta madurez: el personaje tiene los letales 64 años de la canción de Lennon y McCartney, y es al mismo tiempo una novela de la última valentía que puede asumir un hombre. Es un personaje que decide no tener miedo, porque creo que 90 por ciento de las personas de este mundo viven siempre con miedo
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Cuando crecemos vivimos con temor, añade en entrevista: “a no desarrollarte profesionalmente, a no conquistar el amor, a perder a la mujer o el trabajo, miedo a no tener dinero, a ser incorrectamente político, a que te abandonen tus amigos, a la muerte. Lucio ya superó todos los miedos, dice: ‘No me puede ocurrir nada peor’. Así hay que vivir, un poco quijotescamente, recuperar los ideales de la adolescencia y entregarse a la vida con entusiasmo permanente.
“Tengo un principio de vida que dice: ‘Hay que vivir cada día como el capítulo de una novela que no se ha escrito’. Tienes que hacer que las cosas sean trascendentes, desde una plática con un taxista hasta un espagueti que te salió de maravillas por primera vez en dos semanas. Todo debe ser un disfrute, porque este tren se abandona tarde o temprano.”
Hoy existen muchas circunstancias de vida “que me empatan con el personaje principal. Entonces, ¿qué tanto hay de Lucio en mí? Mucho, porque he conocido viejos en la vida y siempre me había preocupado por escribir novelas de personajes protagonistas juveniles o de la primera madurez, treintones, cuarentones. Esta es la primera vez que decido hacer una novela de alguien ya en el último tramo de la vida, porque siempre mis amigos han sido 20 o 30 años mayores que yo. Ahí homenajeo a Rafael Gaona; a Rodrigo Moya, el fotógrafo, que es como mi hermano; a un viejo Lucio, con el que jugaba frontón cuando era adolescente; a mi abuelo, que era terrible, de quien dice la leyenda que mató a tres. ¡Claro! era de los tiempos de la Revolución, donde matar era más o menos natural.
De alguna manera esos viejos me han imbuido de un espíritu al que hay que homenajear porque los viejos son la tercera parte de la humanidad, ni más ni menos. A veces olvidamos que son la parte quizá principal de la existencia. Son los sabios y a los que se ignora.
–En el libro hay un diálogo que dice: ¿Cambiarías una aspirina por los libros de Octavio Paz?
¿Entre una aspirina y un libro qué salva más?
–Una aspirina puntual te puede salvar la vida; pero a mí me han salvado la vida muchos libros. He sido rescatado de las peores simas de la infelicidad con lecturas de Marguerite Yourcenar, John Irving o José Revueltas; son libros que te sacan y te dicen: Miserias, las de los personajes
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