s tiempo de recurrir a la historia para comprender mejor lo que estamos viviendo. En lo personal los hechos actuales me han llevado a pensar en tres ejemplos de batallas históricas: la de Darío, emperador persa derrotado en las llanuras de Gaugamela por Alejandro con un ejército 10 veces menor al suyo; la de San Petersburgo, en la que el general Invierno derrotó a Napoleón mostrando con claridad las enormes limitaciones de éste, y finalmente la de Stalingrado, en la que las divisiones blindadas alemanas de Hitler se vieron obligadas a rendirse ante las tropas rusas después de varios meses de choques incesantes y de cientos de miles de muertos. Las tres cambiaron la historia y terminaron por sumir a las naciones gobernadas por esos tres personajes en verdaderas tragedias, que pudieron evitarse si los hombres y mujeres de esas naciones hubiesen tenido la visión y el coraje para librarse de tales gobernantes, antes de que ellos hicieran más daño a propios y extraños, y aquí hago una referencia explícita y particular al caso de la Alemania nazi.
Partiendo de estos ejemplos harto conocidos y especialmente del último, paso a referirme al caso de Ayotzinapa que hoy representa una gran derrota para el grupo en el poder, la derrota de un grupo que vio en esa escuela y en sus jóvenes estudiantes la posibilidad de una victoria mediática, que les permitiese erradicar todo el sistema de escuelas rurales, dedicadas a preparar maestros para las comunidades indígenas y campesinas, presentándola como semillero del crimen organizado.
Seguramente para muchos estas afirmaciones pueden parecer sin sustento, pero les pido pensar primero en los reportajes de la revista Proceso, que han dado pruebas fehacientes de que la red federal de inteligencia (C4) dio seguimiento del movimiento de los estudiantes desde que salieron de su escuela aquel fatídico 26 de septiembre, informando a las fuerzas de seguridad estatales y federales de esos movimientos y de que, conociendo lo sucedido, el gobierno se haya tardado 10 días para iniciar
sus investigaciones, no obstante la envergadura de los sucesos. Sin mayores dificultades, podemos imaginar lo que habría sucedido de no haberse dado la filtración de información ocurrida en esa noche trágica. El resultado seguramente habría sido la presentación de los jóvenes convictos y confesos de su participación en actividades del crimen organizado, luego de haberlos sometido a los interrogatorios consabidos. Por supuesto que no existen pruebas de esto. De hecho, tal planteamiento nos parecería algo absurdo, de no ser por la pérdida total de credibilidad y confianza en la que el actual gobierno ha caído a partir de los escándalos de corrupción y de crimen en los que se ha visto involucrado, en forma paralela a la del mismo Ayotzinapa.
De esta manera, Ayotzinapa permitió a la sociedad mexicana conocer y tomar conciencia de la dimensión de las desapariciones forzadas y de las fosas clandestinas, mostrando la falta de voluntad para impedir esos crímenes y, en muchos casos, de la participación del gobierno mismo en esos hechos.
Así, no obstante la gran derrota mediática sufrida por Peña Nieto y colaboradores, sumidos en escándalos de corrupción y de enojo social por el turbio manejo del caso Ayotzinapa, que lejos de ser aceptado por el pueblo, tanto como por los organismos internacionales, dan pie a la conclusión de ser los autores intelectuales de la tragedia, ellos se resisten a comprender las dimensiones del desastre al que pueden llevar al país en su empeño de no dejar el poder. Por nuestra parte, luego de perder la poca credibilidad que tenían a partir de su arribo al gobierno, mediante la compra de votos y de autoridades electorales, ampliamente confirmada esta semana por el Tribunal Electoral y tomando en cuenta las amenazas de represión por parte de algunos funcionarios, llegamos a la conclusión de que el único camino que dejan abierto es el de la confrontación y el uso de la fuerza para destruir lo poco que queda del estado de derecho, y para conformar un régimen autoritario de corte fascista, planteado abiertamente por las cúpulas empresariales, sugiriendo el papel que sus émulos tuvieron al apoyar a Hitler.
Retomando la importancia de la historia, para entender lo que viene, conviene decir algo de lo que puede suceder en los próximos meses y años que faltan al actual sexenio. Por una parte, el rechazo a cualquier proyecto que el gobierno se proponga realizar, ante las sospechas fundadas de que sólo se busca favorecer a los amigos para que éstos retribuyan con donaciones
los servicios recibidos. A ello habrá de sumarse la polarización existente, con los riesgos de enfrentamientos violentos, entre la sociedad civil y grupos de choque financiados desde las sombras. Finalmente, dada la pérdida de poder del grupo gobernante, nuevos grupos igual de ambiciosos y faltos de escrúpulos tratarán de hacerse de éste, dando lugar a luchas internas dentro del mismo gobierno o entre diferentes facciones del sistema político, con un altísimo costo de inestabilidad e inseguridad para la sociedad, atrapada y sin esperanza de mejoría.
Es por ello necesario que los diferentes grupos que hoy plantean la necesidad de refundar el Estado, de crear un nuevo Congreso constituyente, o de algún otro proyecto orientado a buscar la terminación del régimen actual, pensemos que las dimensiones del proyecto que necesita hoy nuestro país sólo podrá ser realidad con la participación y convergencia de todas las organizaciones y de todos los ciudadanos que estamos dispuestos a poner un hasta aquí, sin recurrir a la violencia y utilizando como arma nuestra propia Constitución. El diseño de una estrategia común y la voluntad para unir nuestras fuerzas y capacidades es indispensable.
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