Sábado 21 de febrero de 2015, p. a16
La voz de Norah Jones plantea la dramaturgia que apisona el maestro Ray Charles y convierte en remolinos el órgano electrónico de Billy Preston.
Here we go again, otra historia de desamor que triunfa en la historia, es lo que suena en el inicio del álbum conmemorativo del decenio del deceso de la décima decantación de la música popular según la revista Rolling Stone, pues Ray Charles está en el escaño 10 de la lista de los mejores artistas, elegidos por jurados expertos.
Las voces de Ray y Norah entrelazadas abren una serie de duetos hasta alcanzar la docena más dos en la categoría de bonus track en un álbum celebratorio, un clásico que cumple 10 años, ahora reditado: Genius loves company, aquel disco producido con paciencia y esmero tanto en grabaciones en vivo como de estudio, donde grandes luminarias hacen su arte con el maestro, el guía, el gurú, el non plus ultra: Ray Charles.
El desempeño de la joven Norah, sentada al piano y cantando como un ángel, como suele hacerlo, al lado del maestro, resulta una apertura de excelencia para un álbum poblado de celebridades, vehemente en logros artísticos, con alguno que otro detallito que a continuación enunciaremos.
Sweet potato pie, título del track segundo, pone alegría al disco con una banda funk de alientos-metales, un par de guitarras deslumbrantes (Michael Landau, Irv Kramer) y el dúo en turno, a cargo de James Taylor.
Para dar paso a Diana Krall, quien trenza sus cuerdas vocales con las de Ray Charles en un clásico bien peinado: You don’t know me. Finura.
Sorry seems to be the hardest word, otro clásico del desamor, suena con Elton John y su majestad Charles. Un lujo. El logro consiste en la permanencia del estilo de cada quien, como si se tratase de uno solo quien está cantando, cuando se trata en realidad de un unísono. Parece obviedad, pero eso no es fácil de conseguir. Don Elton Juan y don Rayo Carlos (Ray Charles, je) son capaces de eso y más.
Natalie Cole entra en acción y pone a vibrar otro clásico: Fever, con su vibrante cantilación funky-blues. Para dar paso a otra dama distinguida: Bonnie Raitt, quien demuestra su supremacía con Do I ever cross your mind?, en uno de los pasajes de mayor lucimiento del disco.
Habíamos hablado de inconvenientes. Están en el track 7. Una lástima: Willie Nelson es un gigante de la música, pero la mera verdad su numerito con Charles, It was a very good year, obliga a saltar el track después de la segunda escucha del disco entero. Cursi, de weba, plana, melcochosa y mejor ahí le paramos, porque el mal se extiende hacia otros tracks: los arreglos para orquesta sinfónica escurren miel, algodones rositas, blandengues, tanto que casi echan a perder la gema del track 11: Over the rainbow, con Johnny Mathis y permite que el disco culmine, antes del par de bonus tracks, con par de reyes: Ray Charles a dúo con Van Morrison, cantando Crazy love.
Última mención: Gladys Knight en grande en el track décimo: Heaven help us all, un gospel con todas las de la ley y fuera de ella.
A lo último pero no lo último: lo mejor de todo el disco es el track 9: Sinner’s prayer, un bluesesazo con su majestad el bebé rey: B. B. King, quien arrastra en su rodada a Ray Charles, desatadísimo y en éxtasis, al igual que el maestro Billy Preston en teclados gospel también.
Al genio le gusta la compañía.
Y a nosotros nos encanta su música.