Mi padre, que es un buen narrador, me contó este cuento, al que le di una redacción un tanto distinta a la que él usa. Seguramente si llega a leer este cuento dirá, como en otras ocasiones, que no es de él, que no lo contó así. Pero juro que sí me lo contó, sólo que si lo escribía como él me lo narró, escrito no se entendería mucho.

El campesino
y la culebra

Francisco López Bárcenas

Este era un campesino que estaba barbechando la tierra con su yunta cuando oyó un grito que pedía auxilio.

–¡Auxilio! ¡Auxilio! Se escuchaba que decía una voz desesperada.

–Y ¿en dónde están pidiendo tanto auxilio?, voy a ver qué necesitan, dijo el campesino.

Detuvo su yunta, paró su garrocha en la tierra barbechada y se introdujo entre los árboles del monte a ver qué era lo que estaba pasando.

–¡Auxilio¡ ¡Auxilio¡ seguía escuchando que gritaban. Guiado por los gritos de auxilio se fue acercando a donde se encontraba la persona que pedía la ayudaran, seguramente por encontrarse frente a un peligro.


Foto: Emily Pederson

Grande fue su sorpresa cuando descubrió que quien pedía auxilio era una culebra a la que un árbol seco le había caído encima y no la dejaba moverse. Si nadie la auxiliaba seguramente ahí moriría.

El campesino de inmediato se dispuso a ayudarla para salir de su situación. Lo primero que hizo fue cortar una rama larga de un árbol cercano, después usándola como palanca estuvo duro y duro tratando de levantar el árbol del cuerpo de la culebra. Mucho esfuerzo hizo pero al final logró su cometido: el árbol se levantó y la culebra pudo moverse y salir.

Después del esfuerzo para mover el árbol el campesino quedó cansado y fue a sentarse debajo de la sombra de otro árbol para reponer sus fuerzas antes de regresar a seguir barbechando la tierra. Viendo su situación la culebra quiso aprovecharse de él y acercándose le dijo:

–No importa que me hayas sacado de debajo del árbol, ahora te voy a comer.

–Cómo crees, espérate, dijo el campesino todo sorprendido. ¿Cómo está eso? ¿Te saqué de debajo del árbol y ahora me quieres comer? ¿Estás loca o qué? dijo el campesino entre arrepentido de lo que había hecho y sorprendido por la actitud de la culebra.

–Está bien. Entonces, vamos a caminar un poquito, y a los tres primeros animales que encontremos les preguntamos, si esos animales dicen que te coma entonces sí te voy a comer, dijo la culebra.

–Vamos pues, dijo el campesino. Camina. Se fueron caminando poco a poco. El primer animal que encontraron fue una gallina. El campesino ansioso por volver a su trabajo se lanzó a preguntar su opinión por la situación que estaba pasando.

–Oye amiga —le dijo—, le hice un favor a esta amiga y ahora me quiere comer. ¿Tú qué opinas?

–Pues tal vez así deba ser porque yo a mi amo le pongo huevos y sin importar eso cuando me quiere comer pues me agarra, me mata, come y ya.

–Pues no hay consuelo, dijo el campesino ante la respuesta obtenida.
Siguieron caminando otro poco, después se encontraron con un burro viejo.

–Oiga amigo, qué dice —volvió a preguntar el campesino—, saqué a esta amiga de debajo de un palo que no la dejaba moverse ¿y ahora me quiere comer?

–Pues tal vez así deba ser, dijo el burro viejo, porque a mi amo yo le trabajé y le trabajé y ahora como ya no le sirvo me soltó sin importarle si como o no como.

Tal vez así deba ser, remató.

–Ni modo, dijo el campesino todo desanimado.

Caminaron otro poco y se encontraron con un coyote.

Ansioso, el campesino se acercó a preguntarle:

–Oye amigo ¿qué dices?, le hice un favor a esta culebra, la saqué de debajo de un palo que la apachurraba y ahora me quiere comer.

–¿Que si?, respondió el coyote. Como era un animal muy astuto, se tomó el asunto con calma, fue a sentarse a la sombra de un árbol y comenzó a pensar.

–Pues orita no puedo yo opinar nada, dijo después de mucho pensar. Necesito ver cómo fueron los hechos para que yo opine. Si quieren vamos a donde sucedieron.
Se regresaron al lugar de donde habían partido el campesino y la culebra.

Adelante iba ésta, contenta porque sólo le faltaba la opinión de un animal para comerse a su salvador.

–A ver —dijo el coyote cuando llegaron al lugar— que se ponga la culebra como estaba antes que la ayudaras, dijo el coyote al campesino tan recio como para que ésta también escuchara.

Cuando lo hizo el campesino tomó la rama del árbol que le había servido como palanca, la volvió a meter debajo del árbol caído, como cuando ayudó a la culebra a librarse de su inmovilidad, haciendo un hueco para que ésta pudiera meterse; cuando lo logró, el campesino asentó el palo y volvió la culebra a quedar atrapada.

Entonces el coyote habló:

–Cómo te quiere comer después de que le hiciste el favor de sacarla de ahí, así que se quede. ¡Vámonos! Ahí que se quede, Así nadie te va a comer.

El campesino gustoso por el favor que le hizo el coyote hasta se olvidó de su yunta y el barbecho de la tierra. Lleno de emoción le dijo:

–Mira, vámonos por ahí, en la orilla del pueblo me esperas mientras voy a mi casa a traer dos borregos para que comas, cabrón; sí, sí, vamos.

Se fueron andando hasta la orilla del pueblo, ahí el coyote se sentó a esperar los dos borregos que el agradecido campesino le había ofrecido.

–Ahorita vengo, espérame orita vengo, le dijo el campesino al coyote.
Cuando el campesino llegó a su casa le platicó a su esposa lo que le había sucedido. Una vez que terminó le ordenó:

–Mira hija, ahí en un costal echa dos borregos para que yo lleve a mi amigo, por que yo tengo un amigo cabrón.

–¿Dos borregos?, preguntó la señora, medio sorprendida.

–Sí, dos borregos, hija.

La señora agarró el costal pero en lugar de echar dos borregos puso dos perros bien grandotes. El campesino no se fijó lo que el costal tenía; cuando su esposa le dijo que estaba listo, se lo cargó en la espalda y se fue a donde el coyote lo esperaba.

–Ahora sí, amigo, come mientras voy a ver mi yunta, porque quien sabe como esté, le dijo.

El coyote comenzó a desatar el costal imaginando que se saboreaba dos gordos borregos. Pero cuáles borregos iba a comer si lo que encontró fueron los dos perros que había echado al costal la señora. Salió uno primero y después salió el otro y al mirar al coyote los dos comenzaron a atacarlo.

Para librarse de ellos el coyote echó a correr y los perros a seguirlo.

El campesino ni se enteró porque ya era tarde y se fue a darle de cenar a su yunta para que descansara y al siguiente día pudiera seguir trabajando y reponer el día que había perdido