Putin, Merkel, Hollande y Poroshenko no firmaron el documento como garantes
Tras 17 horas de negociaciones no queda claro quién verificará lo acordado en Minsk
Viernes 13 de febrero de 2015, p. 24
Moscú.
Tras una noche sin pegar ojo ellos ni dejar dormir a muchos otros, después de casi 17 horas de incesantes negociaciones que culminaron un complejo proceso de permanentes discusiones desde el miércoles de la semana anterior, con momentos dramáticos de suspender todo por varios amagos de abandonar la búsqueda de un acuerdo consensuado y en medio de un hermetismo total, los líderes de Ucrania, Rusia, Alemania y Francia ofrecieron, sobre el mediodía de este jueves, una versión moderna de el parto de los montes
.
Inspirado en la genial fábula de Esopo, el principal resultado de la maratónica cumbre que reunió desde anoche en Minsk, la capital bielorrusa, a los presidentes y la canciller federal es… el compromiso de establecer un cese del fuego en el este de Ucrania desde las 00:00 horas del domingo 15 de febrero.
Pero para ser una buena noticia para la población civil ucrania, que al margen de los intereses económicos y geopolíticos que defienden las partes beligerantes, engrosa cada día el número de víctimas mortales y heridos al ser el eslabón más frágil de esta guerra fratricida, tendría que garantizarse con algo más que la aparente disposición a respetar la tregua por los implicados.
Convenio previo fue violado
En septiembre pasado se pactó lo mismo y poco tiempo hizo falta para que el ejército ucranio y las milicias separatistas se inculparan de violar la orden de cese del fuego, pausa que unos y otros sólo utilizaron para reagruparse y emprender con renovada fuerza sus ataques.
La garantía de que eso no vuelva a suceder es lo que falta en los documentos de esta cumbre del Cuarteto de Normandía, dados a conocer hoy: las medidas para implementar los acuerdos de Minsk (de septiembre de 2014) y la declaración de los presidentes y la canciller federal que expresan la disposición de usar su influencia para que se cumplan aquellas.
Sin embargo, Vladimir Putin, Angela Merkel y François Hollande, al no firmar la declaración, igual que Petro Poroshenko, ni siquiera asumen la responsabilidad de ejercer como garantes de lo acordado.
Relegan en figuras de segundo nivel –los miembros del Grupo de Contacto (un ex presidente de Ucrania, el embajador de Rusia en Kiev, una enviada de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa, OSCE, así como los líderes separatistas de Donietsk y Lugansk) el cumplimiento de los entendimientos, o su eventual fracaso.
Brilla por su ausencia lo que, teniendo en mente el fracaso de la primera tregua, podría marcar la diferencia, lo que se suponía formaba parte de la iniciativa original de Merkel y Hollande: el despliegue de cascos azules de Naciones Unidas, o de otro contingente de interposición, que pudiera hacer cumplir la línea de demarcación –otra controversia irresuelta– y la consiguiente zona desmilitarizada.
Todo indica que, ante la categórica negativa de Poroshenko para evitar en su territorio un enclave no subordinado bajo la fórmula de jure ucranio y de facto independiente, la propuesta quedó entre corchetes, como dicen los negociadores cuando dejan algo pendiente de aplicar, en caso de que fracase el cumplimiento de la nueva tregua.
Ahora, igual que sucedió el pasado septiembre, se otorga esa función a la misión de observadores de la OSCE, que ha demostrado a la fecha que poco es lo que puede hacer.
¿Cómo podrá llevar a cabo esa función capital la OSCE, además de verificar que se respete el acuerdo de replegar la artillería pesada, el retiro de todas las formaciones armadas foráneas y mercenarios, así como de su armamento, del territorio de Ucrania
, el desarme de todos los batallones de combatientes voluntarios y muchos otros asuntos espinosos en principio aceptados por todas las partes?
Tampoco es claro quién se encargará de verificar que, tras diez meses de aberraciones y odios acumulados, se cumpla el acuerdo de decretar una completa amnistía a los participantes en los combates y de liberar a los prisioneros de acuerdo con la fórmula todos por todos
o de qué manera organizar un mecanismo eficiente para distribuir la ayuda humanitaria a la población de las zonas afectadas por la guerra.
El otro componente de la oferta inicial de Merkel y Hollande a Putin, en el sentido de que Ucrania volvería a ser un país neutral y no formaría parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), se deja también sujeto a que Kiev realice una reforma constitucional, que en realidad puede restablecer el estatus de neutralidad que tenía el país como no hacerlo, aparte de celebrar elecciones conforme a la legislación ucrania en los territorios bajo control de los separatistas.
Y a cuestiones tan delicadas está condicionado que Ucrania recupere el control de la frontera con Rusia, por donde –según denuncia Kiev– las milicias reciben armas y refuerzos, y de acuerdo con Moscú, sólo ayuda humanitaria.
A cambio, y también ligado a enmiendas a la Carta Magna que otorguen a los territorios que no reconocen el gobierno de Poroshenko amplia autonomía, los líderes de esas partes de Donietsk y Lugansk renuncian, al menos por ahora, a la independencia.
Mientras tanto, no se sabe qué hacer con los 8 mil militares ucranios que las milicias aseguran tener rodeados en la zona adyacente a la ciudad de Devaltsevo y que Poroshenko afirma que no es cierto, pero si es verdad no tardarán en tratar de romper el cerco a balazos con ayuda de artillería y misiles, por supuesto violando la tregua.
En síntesis, todos los participantes de la maratónica negociación conservan la cara, y por tanto nadie puede ser acusado de claudicar, pero en el fondo son conscientes de que aún hay tantos aspectos irresueltos que en cualquier momento será imposible ocultar el ratón que hoy parieron los montes.