l nuevo gobierno griego ha encontrado una hermética resistencia para cambiar las pautas impuestas en el muy severo ajuste económico y la reducción de la enorme deuda pública de ese país. Su estrategia hasta ahora no ha resultado.
Los acreedores se mantienen recios y acorralan al presidente Tsipras. Este, junto con su ministro de finanzas, han recorrido las principales capitales europeas proponiendo alternativas para la gestión de la crisis y hacerse de espacio para airear una recuperación del producto y frenar la degradación de las condiciones sociales.
Pero los gobernantes y los burócratas europeos tienen sus propios argumentos basados en la pésima gestión de la economía griega durante muchos años y que es crucial en la crisis actual. Se han acorazado y rechazan cualquier alternativa. Estos señores siempre atildados, lo que resalta con el atuendo de Tsipras y Varoufakis, saben que cualquier concesión a los griegos debilitará la disciplina del ajuste fiscal en curso en la zona del euro.
El Banco Central Europeo ha apretado aún más sus condiciones dificultando el financiamiento de los bancos griegos, lanzando a ese país a una crisis de liquidez y alentando la fuga de capitales.
Francia e Italia admitieron los argumentos de Tsipras pero no lo apuntalaron. Esto ha llevado el enfrentamiento político donde las alternativas técnicas van quedando al margen. No se admite rebajar el monto de la deuda, ni emitir bonos asociados con la capacidad de crecimiento de la economía griega. El ministro de finanzas alemán Wolfgang Schäuble dijo que era muy fácil hacer promesas con el dinero de los demás.
Se ha discutido extensamente sobre la carga social de las políticas de ajuste. Se ha conseguido una incipiente recuperación económica luego de más de seis años de ajustes que han acarreado un elevadísimo nivel de desempleo y un empeoramiento general de las condiciones de bienestar, mientras crece la desigualdad entre los grupos de la población.
Entre tanto, se han destinado enormes sumas de dinero al saneamiento de los bancos que, por un lado siguen siendo vulnerables en sus balances y, por otro, elevan de modo significativo sus utilidades.
Estas circunstancias no son ajenas al resultado electoral en Grecia. También lo indica así el caso de Podemos, en España, donde según una encuesta reciente es ya el primer partido con mayor intención de voto entre los electores. El gobierno de Mariano Rajoy es uno de los que exige imponer a los griegos completa disciplina.
En el curso de la semana pasada fueron infructuosas las discusiones políticas encabezadas por Tsipras y las propuestas técnicas –así como las posturas excéntricas– de Varuoufakis. La información reitera la imposibilidad de establecer un espacio común para tratar el problema griego. Se ensancha, pues, el espacio de la confrontación.
Uno de los frentes es interno, puesto que Tsipras debe responder a sus electores. Ha declarado que los griegos no están dispuestos a seguir siendo los pobres del conjunto europeo. En el frente externo se acerca a Rusia, de la que depende para el abastecimiento de gas y que le ha ofrecido ayuda financiera. Para Rusia este es un elemento clave en sus actuales definiciones geopolíticas y la tensión quedó al descubierto con el viaje de Merkel y Hollande para alcanzar un acuerdo en el frente ucranio, lo que parece que no va a ocurrir.
Uno de los hechos destacados en las idas y venidas de los políticos griegos fue el diálogo entre Schäuble y Varoufakis en Berlín. Primero quedó claro, en un marco de clara ironía, que ni siquiera se pusieron de acuerdo en estar en desacuerdo. No hay puntos comunes para una negociación.
Pero Varoufakis hizo algo realmente inusitado en una negociación de este tipo. En una conferencia de prensa junto con el ministro alemán dijo que había visitado el lugar donde estuvo el bunker de Hitler. Schäuble perdió la compostura y sugirió que visitara Wansee, lugar donde se discutió la política nazi de la solución final de la cuestión judía
. Este diálogo indica que el ministro griego podría está llegando a su límite y en el caso del ministro alemán parece materia para un psicoanalista austriaco.
El griego dijo de modo directo que requerían ayuda, pues su país estaba en una crisis salvaje. Alemania, añadió, le dio el crédito más grande de la historia a una nación insolvente y se requería un arreglo de la hipoteca que está vigente. Schäuble respondió que las soluciones que le presentaban no son aceptables para el pueblo alemán; no para el resto de Europa. ¿Se habrá dado cuenta de su dicho? Sentenció que Grecia no debía ponerse en una posición que fuera forzado a salir del euro.
La respuesta de Varoufakis fue que cuando Alemania lo requirió, sus deudas fueron canceladas y que pensaba pasar por Dachau en su camino de vuelta a Atenas. Además dijo que había que recordar que el tercer partido con mayor votación en las elecciones recientes de su país era de identidad nazi. Debe saber bien lo que puede pasar en la frágil situación política griega, no creo que sea un paranoico.
Este es, sin duda, un diálogo inusitado en el ambiente de las finanzas y en el campo de la negociación de una crisis como la de Grecia. Inusitado sin duda, pero tal vez oportuno. Varoufakis tuvo las agallas para salirse del guión y sacar de la zona de confort a los ejecutores de la recesión forzada. Sin embargo, lo más probable es que esa vía lo lleve a un callejón sin salida.