asta cuándo podrá el presidente de Estados Unidos resistir la presión para enviar tropas y ayuda militar a varios países que en Medio Oriente y en el este europeo atraviesan por conflictos armados?
Cada vez son más sonoros los llamados a la Casa Blanca para que se involucre más decisivamente en Siria e Irak para contener la expansión del Estado Islámico y responda a los grotescos métodos mediante los que se ejecuta a los ciudadanos de diversas nacionalidades y credos. A esos llamados se suman quienes exigen el envío de armas a Ucrania para defenderse de los rebeldes separatistas que, con el apoyo militar ruso, se han posesionado de una región del este ucraniano.
Dos conflictos, cuyo origen político, social y cultural es diferente, son vistos por un grupo de legisladores como oportunidad para perpetuar el poderío militar estadunidense en esas lejanas regiones. Una vez más, no es ocioso preguntar: ¿a quiénes beneficia en primer lugar la necia insistencia en el uso de las armas por sobre la diplomacia para resolver los conflictos que cada vez con más frecuencia se suscitan en diferentes partes del mundo?
Cabe preguntar: ¿por qué no dejar que buena parte de esos conflictos se resuelvan mediante acuerdos de los ciudadanos de las naciones involucradas? Como lo dijo su propio presidente, Estados Unidos debe ya dejar atrás la idea de actuar como policía del mundo.
Afortunadamente, en el país hay una creciente resistencia al militarismo estadunidense. El problema es que en el Congreso, a quererlo o no, hay quienes responden a los intereses de la industria militar. Lo mismo en ese recinto que en algunos medios de comunicación, cada vez es más evidente la confusión entre apoyo humanitario, uno de cuyos principales componentes es la negociación política, y la ayuda militar, que invariablemente agrava y alarga los conflictos con su invariable carga de muerte.
Pero también, cada vez es más evidente que esa confusión no es gratuita. Si existe algún elemento que permite dar cuenta de ello, sólo habría que revisar las cantidades que en el presupuesto anual se destinan a las diversas partidas destinadas al Pentágono, por mucho la más costosa burocracia en el país. El deseo que algunos individuos tienen para formar parte de las fuerzas armadas de una nación tropieza con la perversa actitud de quienes medran con la producción y el tráfico de armamento.
En este contexto, no deja de ser paradójico que los mismos legisladores que exigen una intervención armada en Medio Oriente para detener el terrorismo nieguen ahora los fondos para el funcionamiento de la secretaría responsable de la seguridad interna que prevenga ataques terroristas.
En el fondo, es una excusa para secuestrar el presupuesto que el presidente Obama destinó para garantizar un proceso expedito, mediante el que más de 5 millones de indocumentados puedan permanecer y trabajar en el país.
Por lo visto, negocios, racismo y xenofobia son un guiso que puede indigestar hasta las democracias más desarrolladas.