ace un par de semanas, a raíz de una publicación extranjera, se ha repetido la frase de que en el gobierno de Peña Nieto no entienden que no entienden
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En efecto, el asunto de las desapariciones forzadas no forma parte de nuestro Código Penal, pero no entienden que debería forma parte. Por eso se ha ventaneado el caso mexicano con tanta acritud en Ginebra, frente al comité de Naciones Unidas contra la desaparición forzada.
Para entender hay que aprender de la sabiduría popular. De ahí que presentemos este humilde retablo, donde los padres de una joven agradecen a santo Toribio Romo, patrono de los migrantes, por haber recuperado el cuerpo de su hija, que pereció en el desierto al intentar cruzar de manera subrepticia a Estados Unidos.
Y uno se pregunta: ¿dónde está el milagro? ¿Por qué agradecer, cuando lo natural o apropiado sería maldecir o blasfemar? Se agradece porque si no hubiera aparecido el cuerpo no podrían sepultar a su hija, pero sobre todo porque es la forma en que los humanos despedimos a los muertos y podemos concluir el duelo.
Si no hay cuerpo no hay forma de superar la angustia, de sobrellevar la desesperanza, de avanzar en el camino de la cotidianidad de cada quien. Por eso es absurdo pedir, desde el gobierno, que hay que superar el dolor por el caso Ayotzinapa
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No hay modo de superarlo, es lo que no entienden.
Las declaraciones del procurador Murillo Karan de que hay que dar por cerrado el caso porque esa es la verdad histórica no acabaron con las protestas y las demandas. No entienden que en México nadie cree en las declaraciones de testigos que son su principal fuente de información.
No entienden que la duda sobre el basurero de Iguala es una duda razonable y que no basta con lo que afirmen los peritos de la procuraduría. No entienden que debe haber una investigación profesional independiente.
No entienden que el Ejército ya no es sacrosanto, después de la masacre de Tlatlaya, y que su participación en la zona está comprometida con los negocios del que fuera presidente municipal de Iguala y que también se los ha vinculado con los policías municipales de Iguala y Cocula.
Es por eso que los forenses argentinos fueron sumamente cautelosos. Ellos sí saben de desapariciones forzadas, de años de lucha y duelo no resuelto, por la madres y abuelas de Plaza de Mayo, que 30 años después siguen en pie de lucha.