lamos, Son. Como cada año desde hace poco más de tres décadas, se desarrolla en esta localidad sonorense el Festival Cultural Alfonso Ortiz Tirado, dedicado fundamentalmente (pero sin excluir otras manifestaciones) a la música vocal.
La abundancia de la oferta musical del festival, que es uno de sus sellos ya habituales, hace que el recuento de lo notable en sus primeros seis días tenga que ser, por fuerza, conciso y compacto.
Hasta el momento, lo más destacado ha sido un gran recital de la soprano alemana Simone Kermes, quien muy bien arropada por la batuta de Christian Gohmer al frente de la Filarmónica de Sonora, paseó su potente, bien afinada y bien matizada voz por arias de Mozart, Donizetti, Rossini, Verdi, Bernstein y Offenbach con una técnica sorprendente y una gran atención a la variedad estilística. De impacto particular, por las mismas razones y algo más, sus arias barrocas de Porpora, Broschi y Händel, que cantó con exacta perspectiva histórica. Y por si fuera poco, Kermes se dio el lujo de mostrar lo mucho que le gusta, y lo mucho que sabe, actuar con soltura, pasión y desparpajo. Un enorme recital, sin duda.
El destacado tenor sonorense Arturo Chacón ofreció un recital en el que presentó su disco Arturo Chacón le canta a México. Con el acompañamiento de la Filarmónica de Sonora y el experimentado Enrique Patrón de Rueda a la batuta, Chacón cantó básicamente el repertorio popular (muy popular, de hecho) de su grabación: en lo personal, preferí sus arias de Verdi, Massenet y Puccini, y me quedé con las ganas de escuchar esta voz, evidentemente de alto nivel, sin amplificación electrónica; será en otra ocasión.
Cinco jóvenes argentinas, tres flautas y dos clarinetes, tocan tangos de antier, ayer y hoy, con mucho conocimiento de causa, técnica depurada y espíritu lúdico admirable. ¿Cinco mujeres dedicadas con pasión a este género porteño tan machista y misógino? Se hacen llamar Chifladas Tango, y eso es precisamente lo que son. Y, a contracorriente, ¡no tocaron Piazzolla! Un gesto también digno de ser anotado aquí por aguerrido e inusual.
de Cultura
Earl Thomas, rara avis de la música tradicional estadunidense: es un bluesero optimista y luminoso, con todo lo que ello tiene de contradictorio. Dio un concierto a la vez intenso en la música y relajado en la actitud, con el interés añadido de que hace un blues que sin perder la esencia del género inyecta una importante dosis de rock en lo que canta. Su versión de la añeja Oda a Billy Joe, conmovedora.
El Cuarteto Latinoamericano, con músicos invitados (un contrabajo, cuatro alientos-madera) protagonizó una impecable velada instrumental en el palacio municipal de Álamos, usualmente reservado para las noches de gala con música vocal. Dos grandes obras de cámara (Quinteto Op. 39 de Prokofiev, Octeto Op. 166 de Schubert) interpretadas con técnica de alto nivel, con un balance instrumental de primera y con un largo y experimentado colmillo en lo que se refiere a los estilos respectivos. El trabajo de ensamble, como si todos hubieran tocado juntos durante años. Profesionalismo de alto nivel en todos los rubros.
En la tradicional (y muy esperada) Noche de la Universidad de Sonora, cuatro jóvenes sopranos (Rosa Dávila, Paulina González, Vianney Lagarda, Jessica Pacheco) se repartieron un interesante y nada convencional repertorio a base de Poulenc, Fauré, Schubert, Arditi, Mozart, Strauss, Puccini, Donizetti, Gounod, Léhar, Serrano y Moreno Torroba.
En el contexto de las virtudes vocales de cada una, y de las aristas técnicas y expresivas que faltan por pulir, destacó ahí la presencia de Vianney Lagarda debido a sus particulares dotes dramáticas, es decir, su incipiente pero notable vocación por ser una cantante-actriz completa, que para asuntos operísticos es indispensable.
Al momento de la redacción de estas líneas, faltan tres jornadas para la conclusión de la edición 31 del Festival Alfonso Ortiz Tirado; daré noticia de ellas en mi próxima entrega, con un apartado especial para las manifestaciones de música indígena en el Mercado de Artesa-nías de Álamos.