Opinión
Ver día anteriorSábado 31 de enero de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Decir las cosas por sus nombres
E

l nombre es emergencia nacional.

Esta tormenta perfecta que estamos padeciendo tiene cuatro ejes visibles.

Uno, la crisis económica producto de la caída del precio del petróleo se desvela en toda su magnitud. Le pega tan violentamente a las finanzas públicas que anteayer se anuncia un recorte de 0.7 por ciento del PIB.

Dos, el casi desplome del sistema de partidos se ilustra todos los días con un nuevo escándalo en alguna de las Tres Casas Mayores y con diversos e inquietantes pleitos inter-partidistas.

Tres, la narrativa presentada por la PGR es impactante porque nunca antes –y después de 22 mil desaparecidos y una cantidad inverosímil de muertes ligadas a la violencia de los criminales– una autoridad federal había rendido cuentas detalladas del proceso por el cual unos ciudadanos han sufrido una desaparición forzada. Faltan aún muchos cabos sueltos, pero las sospechas de que las investigaciones están sesgadas para evitar involucrar a actores claves o que algunas declaraciones de los culpables materiales fueron obtenidas mediante tortura, son altas. Pueden ser injustas, pero están sustentadas en una larga trayectoria de graves falencias de las instancias judiciales. Iguala es además de un crimen execrable, la expresión plástica de una profunda y larvada crisis del sistema de justicia.

Cuarto, la magnitud de cada una de las tres crisis se multiplica con la ausencia de un puente mínimo de confianza de los ciudadanos frente a las autoridades sean o no gubernamentales. Las instancias no estatales como la iglesias, los medios de comunicación o la elite empresarial harían bien en revisar las diversas encuestas de opinión recientes sobre la confianza ciudadana en todo tipo de instituciones, antes de estar machacando en las culpas, que son muchas, de las instancias estatales.

Una situación como la que vivimos invita a todos tipo de aventuras que pueden llevar aún a mayores tragedias. La tentación milenarista es grande.

Se expresa en clave conservadora como una restauración del autoritarismo dicta-blanda del priísmo de los cincuentas. Es ilusorio este tipo de regresión dado el camino avanzado en una democracia frágil como la mexicana. Podría en cambio ser más brutal y descarada.

La otra es la tentación progresista alimentada en analogías tomadas de la revolución naranja de Ucrania o las movilizaciones griegas. En Ucrania ya tenemos un veredicto trágico. En Grecia, la movilización social ha logrado expresarse en las instituciones, impugnando a la partidocracia desde un partido que es la cristalización de una coalición social y a la representatividad de los órganos del Estado, desde uno de éstos, el Parlamento.

Para este momento nada peor que los dos espejismos a los que convoca la tentación milenarista: el desplome del régimen o la extinción de la movilización.

Lo más dramático es un situación donde se tiene un Estado debilitado y una sociedad fragmentada. Es para esta coyuntura –en la cual llevamos inmersos bastante tiempo– para la cual tenemos que pensar, proponer y negociar posibles salidas.

Momentos como éstos me hacen pensar en mi gran amigo, Manuel Camacho Solís. Lo conocí hace 50 años cuando ambos ingresamos en 1965 a la entonces Escuela Nacional de Economía. Ambos hijos de médicos militares, ambos procedentes de preparatorias privadas y confesionales. A lo largo de estos años he mantenido con Manuel un enriquecedor diálogo político en donde frecuentemente coincidimos pero también discrepamos. Lo esencial de este diálogo ha sido el respeto al otro sustentado en el razonamiento y la argumentación.

Lo que más le admiro es su enorme capacidad para encontrar espacios de negociación y convergencia aún en los momentos más ríspidos, en las circunstancias menos propicias y con los actores más insospechados.

Hago votos por su pronta recuperación porque las circunstancias requieren de personas como él.

gustavogordillo.blogspot.com/

Twitter: gusto47