s difícil recordar un momento tan esperanzador como el de la reciente victoria de la Coalición de Izquierda Radical en Grecia (Syriza), un partido surgido en las aguas profundas de la crisis que sacudió al capitalismo y puso en jaque a la fortaleza europea. El castigo recibido por el país helénico, incomparablemente mayor al de otras economías afectadas por el cataclismo financiero, como las de España, Irlanda o Portugal, lo puso en un callejón sin salida, a merced de los dictados de la potencia alemana, artífice mayor de las políticas de austeridad salvaje impuestas en Europa desde 2008. Sin embargo, el fracaso de los grupos de poder y la resistencia a favor de la sobrevivencia más elemental para afrontar la crisis alentó la creación de una opción política que, admitiendo las reglas democráticas, pudo convertirse en una alternativa creíble frente a los discursos convencionales de la tecnocracia, de las izquierdas conocidas y la extrema derecha emergida según su vertiente más hostil y de masas. El liderazgo de Alexis Tsipras, un personaje de izquierda formado en el río de la indignación popular europea, pasó a representar un símbolo para todos aquellos que consideran posibles otras políticas, distintas por sus fines a las que hoy aparecen como las únicas posibles en el mundo global. Tsipras mantuvo la serenidad sin aflojar sus compromisos y supo eludir las provocaciones y la política del miedo con la cual se le quería involucrar en una aventura irracional contra el euro y las instituciones comunitarias, sin darle oportunidad de aplicar nuevas ideas para cambiar el rumbo. Gracias a eso, sobrevivió y consiguió tejer una red solidaria capaz de ganarse a la mayoría que hoy ha vencido en las urnas.
No es sorprendente, por tanto, que la izquierda cosmopolita y, en particular, corrientes como Podemos en España (coincidentes mas no idénticas en un repertorio de temas), sientan el triunfo como propio, aunque el mismo Tsipras ya ha señalado sin falsos optimismos que el camino que viene será aún más duro y difícil. Sin embargo el viraje ya es formidable. Permítaseme, pues, traer a cuento algunas de las reacciones que nos ayudan a comprender lo sucedido y lo que viene, comenzando por el apunte del periodista griego Yiannis Mantas cuando escribe: La gente en Grecia tiene muchas expectativas. Pero hay que aclarar algo: los griegos no esperan que a partir de ya los problemas se solucionen de forma mágica. No es lo que piden, o por lo menos no es esta la prioridad. La prioridad es que se recupere la justicia y la dignidad, valores que durante los últimos años perdieron por completo su significado
. Junto a estos matices indispensables, hemos leído en estos días comentarios que merecen glosarse.
Por lo pronto, el economista superstar T. Pikkety, justo en el contexto electoral griego, dijo que Europa requería de una revolución democrática, desatando la irritación de los grandes partidos dominantes, al tiempo que contradecía con todas sus letras las políticas de Bruselas para Atenas. El célebre estudioso de la desigualdad señaló que a Syriza le toca “… como primerísima cosa una renegociación de la deuda pública, una ampliación de los plazos y, eventualmente, condonaciones de verdad de algunas partes. Es posible, se lo aseguro. ¿Se han preguntado por qué Norteamérica va viento en popa, como la Europa que está fuera del euro, como Gran Bretaña? Pero ¿por qué Italia debe destinar 6 por ciento de su PIB a pagar los intereses y sólo uno por ciento a la mejora de sus escuelas y universidades? Una política centrada solamente en la reducción de la deuda resulta destructiva para la eurozona. Segundo punto: (se requiere) una centralización en las instituciones europeas de políticas de base para el desarrollo común a partir de la fiscal y, a lo mejor, reorientar esta última gravando más las mayores rentas personales e industriales”.
Entre otros analistas, el ex ministro de Economía del gobierno de Letta en Italia Stefano Fassino se pregunta por los cambios de gran calado que están implícitos en el triunfo de Syriza y no duda en formularlos como la ruptura de un modelo hasta ahora intocado. Cito in extenso: “Lo que está en juego –escribe en SinPermiso– es, en primer lugar, la reanimación de la democracia sustantiva tras una larga fase de hibernación, debida a causas culturales y políticas antes que económicas. En el plano cultural, plantea un desafío en términos competitivos, esperemos que victoriosos, al pensamiento único de matriz neoliberal. Por primera vez en unas décadas en Europa, el partido a la cabeza en las encuestas de voto expresa un paradigma que es autónomo del neoliberalismo, versión hard (derechas) o soft (izquierdas de la tercera vía
), y propone una receta alternativa y realista a la devaluación del trabajo: recorte de la deuda, subida de la demanda agregada, estado de bienestar universal, inversiones, normativa de despidos menos desequilibrada, redistribución de la renta empezando por un nivel digno en el salario mínimo. Por primera vez en unas décadas, en Europa, el partido ganador… desvela, más allá del conflicto económico entre estados, la naturaleza de clase del conflicto entre acreedores y deudores, donde la aristocracia de las finanzas y de la economía internacional e interna, ayudada por una tecnocracia presuntamente por encima de las partes, afirma sus intereses, de modo miope y feroz, contra las clases medias y el pueblo del trabajo subordinado, dependiente, precario o autónomo. Por primera vez en unas décadas, la alternativa posible al neoliberalismo es popular sin ser populista y asume caracteres progresistas y no signos nacionalistas o xenófobos”. Nada de esto será sencillo, pero la moneda está en el aire. Toca ahora a la lucha política en Grecia, Europa y el mundo probar que todo esto es posible, sin esquemas preconcebidos sacados de algunos manuales extraviados. Mientras, como afirma Stefano, Grecia puede comenzar el arduo camino de devolverle su sentido a la democracia.