Opinión
Ver día anteriorLunes 26 de enero de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Espacios
H

ace muchos años tuve la fortuna de convivir con Claude Bataillon, el gran geógrafo francés que tan importante fue para impulsar la idea del espacio vivido como forma de entender las maneras como el hombre ocupa el universo a través de los tiempos. Caminar con él en los rumbos de Michoacán, en los territorios de Juan Rulfo en el sur de Jalisco y las laderas del volcán de Colima abrió mis maneras de ver hacia una infinita dimensión. Sí, gracias a este gran observador de los paisajes aprendí a leer en el abecedario de los bosques, las montañas, los valles, las barrancas, las riberas, los cauces de los ríos. Aprendí a recordar en cada parpadeo aquella pregunta de Eurípides: ¿Qué dices? ¿Por una nube sufrimos tanto?

Una ignorancia permaneció pese a tanta conversación. ¿Cómo entender el espacio en los territorios de la arquitectura y el arte? Es una cuestión que prevalece en mis días. Ella me lleva a preguntarme siempre ¿cómo imaginar esa escala?, ¿cómo soñar con los jardines interiores de las intimidades?, ¿cómo percibir el color solferino en una contada superficie bruñida? Son preguntas que se mantienen en la noria de mis días, de mis noches, de mis desvelos, de cantidad de duermevelas, de muchos de mis diálogos.

Dos nombres me han ayudado en todos los intentos que hago para entender. Luis Barragán y Eduardo Chillida. El primero gracias a la icónica edición de Artes de México realizada en 1999 sobre el inmenso arquitecto mexicano y hoy tristemente agotada; el segundo por la generosidad de sus Escritos, puestos a circular por La Fábrica editorial hace 10 años.

Hoy quisiera compartir algunas de las ideas de estos dos trabajadores del espacio para tratar así de entender este tan, para mí, inasible universo.

Dice Luis Barragán en su discurso de recepción del Premio Pritzker de Arquitectura en 1980 que lamenta que han desaparecido en las publicaciones dedicadas a la arquitectura las palabras belleza, inspiración, embrujo, magia, sortilegio, encantamiento y también las de serenidad, silencio, intimidad y asombro. Todas ellas han encontrado amorosa acogida en mi alma, y si estoy lejos de pretender haberles hecho plena justicia en mi obra, no por eso han dejado de ser mi faro.

Allí mismo expresó sobre la belleza en la arquitectura que: la invencible dificultad que siempre han tenido los filósofos en definir la belleza es muestra inequívoca de su inefable misterio. La belleza habla como un oráculo, y el hombre, desde siempre, le ha rendido culto, ya en el tatuaje, ya en la humilde herramienta, ya en los egregios templos y palacios, ya, en fin, hasta en los productos industriales de la más alta tecnología contemporánea. La vida privada de belleza no merece llamarse humana. Y sobre la serenidad que acompaña a los espacios cuenta que es el gran y verdadero antídoto contra la angustia y el temor, y hoy, la habitación del hombre debe propiciarla. En mis proyectos y en mis obras no ha sido otro mi constante afán, pero hay que cuidar que no la ahuyente una indiscriminada paleta de colores. Al arquitecto le toca anunciar en su obra el evangelio de la serenidad.

Para Barragán, además, un jardín bello es presencia permanente de la naturaleza, pero la naturaleza reducida a proporción humana y puesta al servicio del hombre, y es el más eficaz refugio contra la agresividad del mundo contemporáneo. Y sobre sus inolvidables vertederos de agua nos dice allí mismo que una fuente nos trae paz, alegría y apacible sensualidad, alcanza la perfección de su razón de ser cuando por el hechizo de su embrujo, nos transporta, por decirlo así, fuera de este mundo. En la vigilia y en el sueño me ha acompañado a lo largo de mi vida el dulce recuerdo de fuentes maravillosas. Y sobre la nostalgia en el espacio nos ofrenda la idea de que el arquitecto no debe, pues, desoír el mandato de las revelaciones nostálgicas, porque sólo con ellas es verdaderamente capaz de llenar con belleza el vacío que le queda a toda obra arquitectónica una vez que ha atendido las exigencias utilitarias del programa. De lo contrario la arquitectura no puede aspirar a seguir contando entre las bellas artes.

Eduardo Chillida nos regala una poética del espacio en cada una de sus obras. Cualquiera que haya estado frente a una de sus esculturas o sus obras en dos dimensiones se siente transportado al mar o a la montaña. En su estudio, nos revela, “me he dado cuenta de que existe el tiempo en mi escultura. Existe en una versión que no es la versión temporal corriente. Es la de un hermano del tiempo: el espacio… De hecho, mi tiempo es muy lento; pero ese tiempo es el del reloj que es el que a mí no me interesa. Me interesa el tiempo que es armonía, es ritmo, son medidas”. Así ha entendido que el límite es el verdadero protagonista del espacio, como el presente, otro límite, es el verdadero protagonista del tiempo. Chillida sueña cuando nos confiesa como en un susurro: Quiero ir encerrando el espacio en mi obra. El espacio perfecto es oculto, debo llegar a él por etapas. Mis obras, las obras, son ecos que conservan en el tiempo, para el oído hermano, la voz sorda de la luz.

Claude Bataillon, Luis Barragán y Eduardo Chillida sueñan con mirar el espacio y entenderlo. En diversas escalas nos han regalado la idea de que el espacio es una manera de ritmar la música de la vida en el universo de los hombres. Leer al primero, habitar las creaciones del segundo y mirar la obra del tercero nos abre el corazón para entender la grandeza de la creación en la pureza de las cosas sencillas. Sí, el espacio, en todas sus escalas, es composición.

para José Enrique Ortiz Lanz, arquitecto

Twitter: @cesar_moheno