Sábado 24 de enero de 2015, p. a16
En los estantes de novedades discográficas esplende un garbanzo de a libra.
El tercer disco de Isabelle Geffroy (Tour, Loire, Francia, 1º de mayo de 1980) lleva el nombre más repetido en tinta, pixel, cuadratín, y ha sido tuiteado, posteado, gritado, grafiteado al lado del nombre de un personaje de cómic (Charly Brown), más veces en las últimas semanas: Paris.
Isabelle Geffroy prefiere que la nombre mediante una interjección: Zaz.
Su canción Je veux, contenida en su primer álbum, titulado Zaz, la convirtió en la artista francesa más escuchada fuera de su país.
Esa pieza, Je veux, define y condensa su actitud vital. La letra habla del desenfado, furor, entusiasmo, pero sobre todo sentido de la libertad de una chava contemporánea.
Su segundo disco, titulado Recto verso, con todo y su connotación bibliófila en tan elegante nombre, la consolidó como una cantante-compositora que mucho tiene que decir y hacer en el vasto campo de la canción francesa.
Eso, canción francesa, esa es la materia de su nuevo disco, el mejor de todos, titulado simplemente Paris.
Chanson française. La mera enunciación de ese término conlleva riqueza cultural, tradición poética, crítica social, atmósfera amorosa.
La chanson française, ese patrimonio cultural de la humanidad, es un clásico. A pesar de datar de muchas décadas, no envejece. Por el contrario, su alta poética brilla cada vez que suena un disco de Jacques Brel, una grabación de Moustaki, la voz rasposa e irresistible de Serge Gainsbourg y vaya dinamita, cada vez que la señora Edith Piaf se apodera del espacio desde su crasa inmortalidad.
Como no existen las casualidades, la aparición del disco Paris, un homenaje a la gran cultura francesa pero sobre todo una celebración victoriosa y alegre del destino turístico más popular del mundo, con más de 40 millones de visitantes cada año, resulta significativo más que como anticlímax, como contraste/complemento a la situación actual que vive la Ciudad Luz, oscurecida por la matanza de periodistas mientras estaban en plena junta de edición y nublada por la amenaza del rebrote del racismo y la xenofobia más exacerbados.
Como la chanson française tiene un valor indestructible, propia de toda obra clásica, no hay entonces posibilidad alguna de panfleto sino, siempre de manifiesto.
El disco Paris, de la cantante Zaz, es un manifiesto en favor de la alegría.
Las 13 piezas clásicas que canta Zaz, una de ellas a dúo con la personalidad mayor viviente de la chanson française, Charles Aznavour, hablan de todas las maneras posibles como se suele hablar de París, esa impronta.
Django Reinhardt, Torre Eiffel, Champes Elysées, violín gitano, acordeón parisino, bulevares, el río Sena, los atardeceres en París que inmortalizó el poeta Stéphane Mallarmé y que luego pintó con música Debussy, el París de noche que hizo poesía Woody Allen con su filme Midnight in Paris. El París de Cortázar. El París que no es tarjeta postal sino vivencia pura. El París del jazzecito sensual, del scat calientito, del mohín nasal, de las vocales guturales. El París-París, su esencia, su pulso cordial, su tristeza, su melancolía, su luz. Todo eso está en el nuevo disco de Zaz: París. Ese manifiesto.