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Los Borgia en su tiempo

S

obre pocas familias se ha escrito tanto como de los Borgia, célebre por sus estadistas, papas y personalidades que marcaron toda una época. Todavía hoy los historiadores reconocen que fue muy poco común, con una negra reputación y que se hizo del poder en la Roma corrupta del siglo XV. Ha fascinado lo mismo a Víctor Hugo que a Alejandro Jodorowsky. Recientemente una serie de la televisión se agregó a las muchas que antes mostraron especialmente sus aspectos negativos.

Pero tanto en ellas como en muchos otros estudios se oculta que algunos de sus integrantes fueron ilustrados y mecenas de los más grandes artistas y personalidades del Renacimiento y mantuvieron estrechas relaciones con filósofos, científicos, pintores y teólogos.

A mostrar esta otra cara contribuye la exposición organizada por el Museo Maillol, en París: Los Borgia en su tiempo se llama, y descansa especialmente en las pinturas que sobre esa familia realizaron pintores y escultores de una época enmarcada por el descubrimiento de América, las guerras por controlar territorios, la agitación que anunció la reforma protestante de Martín Lutero y, al mismo tiempo, el nacimiento de grandes humanistas, como Erasmo.

La exposición acerca al visitante a los personajes más destacados de la familia Borgia, gracias a la obra de grandes artistas, como Giovanni Bellini, Della Robbia, Dosso Dossi, Andrea Mantegna, Miguel Ángel, Pinturicchio, Raphael, Tiziano, Luca Signorelli y Verrocchio. Aparecen así Rodrigo, devenido el Papa Alejandro VI, y su hijo César, quien contrató a Leonardo da Vinci como ingeniero militar. O su otra hija, Lucrecia, que en los lienzos expuestos aparece en toda su belleza.

Precisamente la primera novela del premio Nobel Dario Fo, Lucrecia Borgia: la hija del Papa, está dedicada a reconstruir la historia de la mujer que fue convertida en sinónimo de maldad, hambrienta de sexo, que envenenaba a sus enemigos y tenía una relación carnal con su hermano y con su padre, el Papa. En su libro, el dramaturgo y poeta niega todas estas acusaciones y la retrata como una persona culta que desempeñó un papel clave en una familia ambiciosa y sin escrúpulos. Muy inteligente y seductora, sabía para qué servía el poder y en cómo ejercerlo. En fin, una Lucrecia Borgia (1480-1519) alejada de la visión que de ella nos han ofrecido películas, libros y series de televisión.

Dario Fo afirma que para esta primera incursión como novelista leyó todo lo más posible sobre su personaje, que no era ni lujurioso ni sanguinario, ni se acostaba con su hermano y con su padre. Ellos en cambio decidían con quién debía hacerlo para afianzar y extender el poder familiar. Con todos sus defectos, asegura el Nobel italiano, mejor los Borgia, que ciertos políticos de hoy.