A Francia, que me acogió generosamente en los momentos más negros de México
harlie tendía a identificar no sin arrogancia pero sí con elegancia lo que consideraba peligros para la democracia. Gracias a Charlie en un momento decisivo se cambió el contexto legal cuando las grandes corporaciones mediáticas buscaban limitar el periodismo de investigación a mediados de los ochentas. Luz, uno de los moneros –que sobrevivió a la masacre– escribía una tira cómica burlándose de un alto funcionario del Frente Nacional y de su esposa. Lo denunciaron legalmente por difamación y perdieron esa batalla. Eso abrió un amplio espacio para la sátira en los medios franceses. Se enfrentaron también en un programa de su cadena a uno de los más poderosos empresarios televisivos. Val, director de Charlie entonces, fue denunciado pero la Corte de Justicia determinó que las grandes compañías mediáticas pueden en efecto ser un peligro para la democracia.
El “espíritu de Charlie Hebdo viene de un itinerario azaroso, como lo reseña Le Monde. Comienza con la revista Hara-kiri fundada en los sesentas por Cavanna y el famoso profesor Choron, quien reivindicaba el humor ácido que los terminó caracterizando (bête et méchant). Desde 1969 comienzan a tener un tono más político hasta escenificar una de las primeras polémicas en un número intitulado Trágico acontecimiento a Colombey, un muerto” refiriéndose a la salida de De Gaulle de la presidencia, pero donde había ocurrido un trágico acontecimiento antes en una discoteca incendiada con 146 muertos. Hara-kiri fue prohibido y para darle la vuelta surge Charlie Hebdo. En ese momento despeja y logra vender cerca de 150 mil ejemplares semanales entre 1970 y 1974.
La revista se cierra en 1981 y no regresa a la circulación sino hasta 1992 a partir de cuando logra estabilizarse en el ámbito periodístico de Francia.
El punto de quiebre es desde luego la publicación de las caricaturas de Mahoma inicialmente publicadas por un periódico danés. En 2011 sufren su primer atentado y sus oficinas son incendiadas y destruidas.
Pero esta historia tiene una segunda parte precisamente a partir del odio. Una película francesa de los noventa intitulada así El odio, pintaba la dramática situación que enfrentaba la población musulmana/árabe/africana concentrada por las buenas y las malas en los suburbios de París. Recientemente su director, Mathieu Kassovitz, respondió que si filmara una segunda parte de esa película tendría que ser más violenta. Cualquiera información estadística confirma que la pobreza, la desigualdad y la exclusión es muy superior en la población francesa de origen musulmán o árabe en general. Sumada a un profundo racismo de una parte de la población francesa que no ha abandonado a Francia desde la guerra de Argelia, pero que ha tenido como ahora momentos álgidos.
Nada de lo anterior justifica el horrendo crimen y encuentro tan lamentable como el crimen mismo, el argumento abominable surgido después del ataque a las Torres Gemelas y que hoy regresa en ámbitos que se reclaman progresistas: la explicación
de crimen sobre la base del imperialismo/colonialismo de los países de Occidente. Llorar a las víctimas de bombardeos en Afganistán o Irak no impide sino al contrario exige llorar como tantos lo hemos hecho por las muertes de los caricaturistas de Charlie.
En cambio ambas cuestiones, los asesinatos del fundamentalismo islámico y la exclusión y discriminación que sufren las poblaciones de origen musulmán –y para el caso las poblaciones latinas en Estados Unidos– nos deben llevar a discutir a quienes creemos que es fundamental preservar la democracia liberal, sobre sus debilidades y limitaciones, y cómo corregirlas. Como lo plantea Zizek a mi parecer correctamente: los que no quieren hablar críticamente sobre la democracia liberal también deben guardar silencio sobre el fundamentalismo
(En Orsai,11/1/15).
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