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Charle-Hebdo: nuestros hijos mataron a nuestros hermanos
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ecibo esta carta abierta de cuatro profesores franceses de los suburbios al borde de París. Los cuatro razonan sobre la tragedia de Charlie-Hebdo . En sus palabras se expresa la razón republicana, igualitaria, fraternal y solidaria.

Aquellas palabras también nos tocan a nosotros, en la tragedia de violencia, muertes y desapariciones que en estos años infaustos nos envuelve.

* * *

Somos profesores de preparatoria en Seine Saint-Denis. Intelectuales, investigadores, adultos, libertarios, hemos aprendido a prescindir de Dios y a detestar el poder y su gozo perverso. No tenemos otro amo que el saber. Este discurso nos tranquiliza, debido a su coherencia supuestamente racional, y nuestra situación social lo legitima. Los de Charlie-Hebdo nos hacían reír: compartíamos sus valores. Por tanto, también hemos sido blanco de este atentado. Aun cuando ninguno de nosotros nunca tuvo la audacia de tanta insolencia, estamos heridos. Por eso, nosotros somos Charlie.

Pero tomémonos el trabajo de cambiar el punto de vista y tratemos de vernos como nos ven nuestros alumnos. Estamos bien vestidos, bien peinados, cómodamente calzados, o en todo caso claramente más allá de estas contingencias materiales que nos permiten pasar por alto aquellos objetos de consumo con los que nuestros alumnos sueñan: si no los tenemos, es tal vez también porque tendríamos los medios para tenerlos. Nos vamos de vacaciones, vivimos en medio de libros, frecuentamos personas educadas y refinadas, elegantes y cultas. Consideramos como algo obvio que La Libertad encabezando al Pueblo (célebre cuadro de Eugène Delacroix, 1830) y Candide de Voltaire son parte del patrimonio de la humanidad. ¿Nos responderán que lo universal lo es por derecho, más allá de los hechos, y que muchísimos habitantes de este planeta no conocen a Voltaire? Qué banda de ignorantes… Ya es hora de que entren en la historia: el discurso de Dakar ya se los explicó. (Discurso del presidente francés Nicolas Sarkozy en la Universidad de Dakar, Senegal, julio de 2007, donde declaró que el drama de África es que el hombre africano no ha entrado lo bastante en la historia). En cuanto a los que vienen a Francia de otras partes y viven entre nosotros, que se callen y se aguanten.

Los crímenes perpetrados por estos asesinos son abominables. Pero lo terrible es que ellos hablan francés y con el acento de los jóvenes de los suburbios. Esos dos asesinos son como nuestros alumnos. Para nosotros el traumatismo es también escuchar esas voces, ese acento, esas palabras. Escucharlos nos hizo sentirnos responsables. Obviamente, no nosotros como personas: eso dirán nuestros amigos que admiran nuestro compromiso cotidiano. Pero que nadie venga ahora a decirnos que con todo lo que hacemos quedamos librados de esta responsabilidad.

Nosotros, es decir, los funcionarios de un Estado que no cumple con sus obligaciones; nosotros, los profesores de una escuela que ha dejado a un lado del camino de los valores republicanos a esos dos y a tantos otros; nosotros, ciudadanos franceses que a toda hora nos quejamos del aumento de los impuestos; nosotros, contribuyentes que cada vez que podemos sacamos provecho de las exenciones fiscales; nosotros, que hemos permitido que el individuo prevalezca sobre lo colectivo; nosotros, que no intervenimos en política o nos burlamos de quienes lo hacen: nosotros somos responsables de esta situación.

Los de Charlie-Hebdo eran nuestros hermanos y como hermanos los lloramos. Sus asesinos eran huérfanos, criados en internados bajo tutela de la nación, hijos de Francia. Así pues, nuestros hijos mataron a nuestros hermanos. Tragedia. En cualquier cultura, este hecho provoca un sentimiento nunca mencionado en estos días recientes: la vergüenza.

Decimos entonces nuestra vergüenza. Vergüenza y cólera: es una situación sicológica mucho más incómoda que pena y cólera. Si se siente pena y cólera es posible acusar a otros. ¿Pero qué hacer cuando uno se avergüenza y está encolerizado contra los asesinos, pero también contra uno mismo?

Nadie en los medios habla de esta vergüenza. Nadie parece querer asumir la responsabilidad por ella: la responsabilidad de un Estado que deja que imbéciles y sicóticos se pudran en las cárceles y se conviertan en juguetes de manipuladores perversos; la responsabilidad de una escuela a la cual se priva de medios y de apoyo; la responsabilidad de una política urbana que parquea a los esclavos (los indocumentados, los sin credencial de elector, los sin nombre, los sin dientes) en cloacas suburbanas. La responsabilidad de una clase política que nunca comprendió que la virtud sólo se enseña con el ejemplo.

Intelectuales, pensadores, universitarios, artistas, periodistas: hemos visto morir hombres que eran de los nuestros. Quienes los mataron son hijos de Francia. Abramos pues los ojos y miremos esta situación para comprender cómo hemos llegado hasta aquí y para actuar y construir una sociedad laica y culta, más justa, más libre, más igual, más fraternal.

Se puede llevar un botón: Todos somos Charlie. Pero reiterar nuestra solidaridad con las víctimas no nos librará de la responsabilidad colectiva de este asesinato. Somos también los padres de los tres asesinos.

Catherine Robert, Isabelle Richer, Valérie Louys y Damien Boussard

12 de enero de 2015