a semana pasada escribí sobre el papel que tiene la política del rencor en el tipo de violencia que vimos en los atentados de París, pero me centré en la política del rencor en Oriente Medio, y en cómo se engarza con el rencor entre migrantes musulmanes en Europa. Pero importa reconocer que la política del rencor es hoy inmanente en todo el mundo.
Para entender por qué, hay que empezar por reconocer que la política del rencor se funda en injusticias y problemáticas reales. Desempleo, falta de dignidad en el empleo, dislocamiento, falta de representación política, falta de reconocimiento social, discriminación racial, etcétera. El sufrimiento que generan estas realidades es aprovechado por grupos políticos para fines diversos, que en nada alivian las causas reales de los males, pero que ofrecen dignidad en lugar de la desesperación, cultivando el rencor y transformándolo en odio a un enemigo imaginado.
La política del rencor es, entonces, una política de odio: es aquella reducción de toda la política a una competencia a muerte entre amigos y enemigos, que estuvo en la base del pensamiento político fascista, y que vemos florecer hoy con nuevos bríos en buena parte de los movimientos nacionalistas de ultraderecha y de ultraizquierda, así como en algunos movimientos religiosos, como en el radicalismo islámico de manera muy pronunciada, pero no únicamente ahí. Es probable que cualquier religión pueda ser movilizada en ese sentido: ahí están los conflictos entre católicos y protestantes en Irlanda del Norte, o la masacre de musulmanes a manos de hinduístas en Gujarat en 2002, o las atrocidades entre budistas e hinduístas en la guerra civil de Sri Lanka, por poner ejemplos relativamente recientes.
La política del rencor tiene una base potencial muy amplia y si se le quiere hacer frente, importa pensar un poco más acerca de sus causas. Valgan acá algunos apuntes, a modo de invitación a una reflexión que tendrá que ser colectiva y sostenida.
La política del rencor ofrece causa y sentido a personas que están sumidas en una situación de frustración y sinsentido. Lo que hacen los políticos del rencor es cultivar el resentimiento que mana de esa frustración y dirigirlo a un objeto estable, a un objeto odiado, y ofrecen así al rencoroso una causa
capaz de dar sentido y dirección, aunque sea a cambio de entregar la vida a la destrucción.
Si hoy abunda la política del rencor es porque hoy abunda el sinsentido. Por eso importa pensar en las causas del sinsentido, así como en alternativas para salir de él y encauzar la desesperación.
Una gran causa del sinsentido contemporáneo está, me parece, en la pobreza moral de la ideología económica neoliberal. La transición neoliberal de los años 80 fue también un paso de un discurso desarrollista al endiosamiento del crecimiento como principio y fin de toda la economía. Hablar del desarrollo
, como se estilaba antes, implica reconocer finalidades colectivas e individuales, implica la elaboración de una imagen de plenitud. Así, la idea de desarrollo
implica todo un cuento, que tiene un principio, mitad y fin: así, una sociedad pasa del atraso al desarrollo, como crisálida que se vuelve mariposa, y es libre al fin.
La idea de crecimiento
, por el contrario, no tiene ni principio ni fin. Este año crecimos 2 por ciento, el año entrante queremos 3. Da igual. No tiene ninguna finalidad. Cada año crecemos o nos achicamos, pero no hay en ello ninguna transformación, ningún fin. No nos transformamos. No llegaremos a ser libres.
El endiosamiento del crecimiento
y del abandono del desarrollo
ofrece una pista filosófica de los orígenes del sinsentido en la actualidad, pero en el plano social abundan otra clase de causas. El desempleo juvenil es quizá el ejemplo más importante.
Tenemos una pista de cómo funciona esto en la categoría, tan socorrida, del nini. Lo que interesa del concepto del nini es que la expresión ¿estudias o trabajas?
había sido una forma estándar de comenzar una conversación, de iniciar un ligue, por ejemplo. Si tú ni estudias ni trabajas, no tienes manera de estar en esa conversación. ¿Por qué? Porque estudiar o trabajar implica una imagen de pasado y de futuro muy relevante para la juventud. Poder contestar esa pregunta es poder decir: Estoy aquí, pero voy para allá
. No tener respuesta –no estudiar ni trabajar– es no tener un futuro imaginado, lo que implica estar, muy literalmente, en un eterno presente: en la desesperanza. No se espera nada en especial.
No tener respuesta a si uno estudia o trabaja, siendo joven, es como no tener respuesta a la pregunta ¿de dónde eres?
La persona que no tiene respuesta a esta pregunta incomoda: si no es de ninguna parte, ¿qué hace aquí?
Otra fuente de desesperanza es el empleo en trabajos degradados. En su estudio sobre la venta de crack en Harlem del Este en los años 80, el antropólogo Philippe Bourgois mostró que los puertorriqueños varones que estaban empleados como mensajeros, por ejemplo, o durante algunas horas en el mostrador de algún McDonald’s o Walgreen’s, sentían que no eran tratados como hombres cabales, dignos de respeto, y que pasar en cambio a vender crack en la esquina, a tener algunos fajitos de billetes y una pistola en cinto, les ofrecía el respeto que no recibían en su empleo. Interesa el hecho de que el sentimiento de falta de respeto haya sido mayor entre hombres puertorriqueños que entre mujeres, o que entre puertorriqueños y trabajadores mexicanos indocumentados. Esta diferencia se debe a que el mismo trabajo puede estar o no aunado a una esperanza.Un trabajador indocumentado que trabaja de mensajero en Nueva York puede estar manteniendo a una familia en México. Su empleo no carece de narrativa, ni de futuro. Un puertorriqueño nacido en Nueva York ve en el mismo trabajo un callejón sin salida.
La política del resentimiento ofrece causa, narrativa, ahí donde no la hay. A diferencia de la vaca, el humano es un animal que requiere de expectativas, que vive siempre entre experiencia (el pasado) y las expectativas (el futuro). Cuando las expectativas no se pueden imaginar, no se pueden figurar, entra la desesperanza, y el rencor con las condiciones que lo llevaron a uno a esa situación.
No es casual que una de las muy pocas maneras de salirse de las maras sin ser asesinado por antiguos compañeros es encontrando a Jesús y convirtiéndose en pastor evangélico. Sólo una causa alternativa así de fuerte es vista como legítima para los miembros de la pandilla.
Por eso, si queremos contrarrestar la política del rencor no bastará con una simple política de empleo. Se necesitará, además, invertir en crear causas alternativas, en crear narrativas alternativas para que la persona que ni estudie ni trabaje pueda describirse a sí misma en términos positivos.
En México hay poca inversión de ese tipo.En un análisis de la situación actual en Michoacán, en el periódico Milenio, Salvador Maldonado hace notar que no ha habido una sola inversión en una nueva universidad para toda la costa y costa-sierra michoacana. Los narcos, que han construido su propia modalidad de política del rencor, ofrecen narrativas atractivas a los suyos –ahí están todos los narcocorridos y los rumores… y toda la cultura del narco–, ¿qué maneras de imaginar y contar su futuro tienen quienes tienen poco trabajo y pocas expectativas fuera del narco?