e pensado que después del fallecimiento de Vicente Leñero, Julio Scherer perdió anclaje afectivo y vital con lo que aún se mantenía alerta. Tiempo atrás, cuando se enteró del cáncer pulmonar que aquejaba a Vicente, Julio escribió: Nada les dije (a los hijos) de la noticia que me laceraba. Necesitaba estar solo
.
Estoy lejos de poder presumir de amistad estrecha con cualquiera de los dos, aunque sí tuve oportunidad de tratarlos; a Vicente, a propósio de mi cinefilia y, más que nada, de mi conocimiento, ese sí muy directo, profesional tanto como amistoso, de sus sobrinos, los hermanos pintores Castro Leñero. Además, dialogamos sobre su espléndido libro Pueblo rechazado, que fue llevado al teatro y que versa sobre sicoanálisis y sobre el famoso padre Lemercier, en el monasterio de Santa María de la Resurección, en Morelos.
A don Julio llegué a visitarlo en las alturas de su departamento, en San José Insurgentes, por cierto, un día en que se hizo sentir un breve temblor de tierra. Antes, tuve el gusto de que nos honrara con su presencia en mi domicilio. Estaban presentes Miriam Molina, entonces directora del Museo Carrillo Gil, y Cristina Gálvez, quien al poco tiempo ocupó la dirección del Museo Tamayo. El pintor y grabador zacatecano Ismael Guardado se desempeñaba conmigo como anfitrión y había preparado morcilla (aquí le llamamos moronga), que don Julio se negó a probar, y lo dijo con absoluta franqueza, porque por fortuna había otros comestibles para degustar. Lo que mayormente recuerdo de esa reunión es una frase suya que se me quedó grabada, porque me resultó cómica en su contexto. Dijo: Nada hay más elocuente que el silencio de Ismael
. El caso es que Isma, como yo le decía, en efecto no musitó una sola palabra durante la velada, y como tampoco hubo canto con jarana, vihuela o guitarra, su silencio fue patente. Julio ya lo había escuchado cantar acompañándose con la guitarra en diferente ocasión.
Posteriormente tuve convergencia simultánea con don Julio y con Miguel Ángel Granados Chapa en una cena informal que ofreció el ingeniero Sergio Autrey en su residencia de Las Lomas. Es consabido, y no lo voy a repetir aquí, ya habiéndolo elucidado con soltura, y pleno conocimiento de causa Elena Poniatowska en esta misma sección, el papel de Granados Chapa durante el golpe a Excélsior, en 1976. Sin embargo, cuando nos reunió el ingeniero Autrey, Scherer y Granados Chapa, hasta donde entendí, tenían tiempo de no frecuentarse o comunicarse, y Autrey quiso remediar esa situación. El pintor Xavier Esqueda, quien también estaba presente, fue mi principal interlocutor esa noche, en la que regresé al sur de la ciudad en el vehículo de don Julio, que él mismo manejaba. Lo sentí aprehensivo.
Mi moción al saber de su muerte, el 7 de enero pasado, fue releer después de mucho tiempo Siqueiros, la piel y la entraña, en la redición del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de 1996, celebratoria del centenario del nacimiento del muralista, fallecido el 6 de enero de 1974. Sé que la víspera Siqueiros dijo a su querido hermano Jesús, muy mencionado en el libro que comento: Chucho, ya no te volveré a ver
. Esa fue su despedida. Sus restos se homenajean año con año en la Rotonda de las Personas Ilustres del Panteón Civil. Se ha dicho hasta el cansancio que nació en Camargo, Chihuahua, el 29 de diciembre de 1896, la fecha es correcta, pero no nació en Chihuahua, sino aquí, en la capital del país, y su familia materna, Siqueiros, es de raigambre en Chihuahua. Su padre, don Cipriano Alfaro, fue abogado y aspirante a pertenecer a los Caballeros de Colón, empleado de la familia Amor y profundamente hispanista. Quizá hasta franquista. Desde luego religioso a más no poder. Eso se deja ver claramente en las páginas de La piel y la entraña.
Contra lo habitual, no es un libro de entrevistas, sino un recuento de conversaciones entre él y Siqueiros, la mayor parte de las cuales se llevaron a cabo en Lecumberri, durante el tiempo de reclusión de David, por iniciativa del presidente Adolfo López Mateos. Las narraciones memoriosas
allí recogidas y editadas en una serie de entradas, algunas muy breves, son, en un alto porcentaje, fabulaciones siqueirianas, aunque hay algunas que pueden cotejarse o que se perciben de primera mano como recuerdos fidedignos.
Tanto este librito de discreta presentación y costo como otro de idéntico contenido y mejor presentación están agotados y fuera de circulación. Se necesitaría una redición que cuente con introducción a cargo de alguna persona joven, con ímpetu y, sobre todo, disposición a investigar, señalando las secciones en las que Siqueiros fabulaba, aquellas en las que quiso ser verídico o verosímil y también, ¡como no!, recalcando las inumerables notas de humor, a veces negro, que contienen las verbalizaciones transcritas como narraciones de Siqueiros, de un fascinado Julio Scherer: El libro está formado por recuerdos, emociones, tragedias, fantasías, todo revuelto. Su contenido es como la tierra, el agua, las flores, las hojas que el viento arranca
, dice don Julio en el escueto prólogo a una edición pasada que él mismo revisó. No es un libro que pueda tomarse como fuente acerca de Siqueiros ni obedece a la intención que evidencian las contundentes crónicas-reportajes de Scherer. Sirva como ejemplo, entre muchos otros, la que le hizo a Ismael Zambada, El Mayo, publicada en el número 1744 del semanario Proceso, el 4 de abril de 2010. Scherer ha sido imprescindible y el libro mencionado también lo es, hasta por el título.