as partículas elementales. Decidido al parecer a colmar algunas de las lagunas en la percepción cabal de la figura del excepcional científico inglés Stephen Hawking, el documentalista británico James March propone en La teoría del todo (The theory of everything), relato de ficción, una aproximación biográfica del cosmólogo promotor de un modelo topológico según el cual el universo no tendría fronteras espacio-temporales. La empresa no es del todo nueva. La figura del también autor de Una breve historia del tiempo: del Big Bang a los agujeros negros (1988), popular libro de divulgación científica cuyas ventas mundiales rebasan los 10 millones de ejemplares, ha tenido una amplia difusión mediática, tanto en cine como en televisión, desde el notable documental del neoyorkino Errol Morris, A brief history of time (1991), disponible en You Tube, hasta la miniserie de seis capítulos, El universo de Stephen Hawking, de 1999, sin mencionar la gran cantidad de libros en torno de este hombre de ciencias, entre los que destaca la biografía escrita por su esposa Jane Wilde Hawking, Viajando al infinito: mi vida con Stephen, libro en el que se basa esta nueva película.
James Marsh, documentalista de habilidad sorprendente, fascinado por hazañas individuales como la descrita en la historia de Philippe Petit, equilibrista francés que desafía las leyes de la gravedad desde lo alto de rascacielos en Man on wire (2008), o por los arduos y delicados procesos de aprendizaje de un chimpancé en Project Nim (2011), no podía permanecer indiferente frente al caso de Hawking, una mente privilegiada educada en Oxford, hijo de un hombre de ciencias, el alumno más brillante de su generación, a quien se le diagnostica a principios de los años 60 una incurable enfermedad crónico- degenerativa, la esclerosis lateral amiotrófica que minaría su organismo con la pérdida gradual de toda actividad motora, con excepción de funciones tan vitales como las del pulmón o el cerebro. Contra toda expectativa, Hawking ha sobrevivido hasta hoy más de cinco décadas al pronóstico inicial de sólo dos años y desarrollado desde entonces una actividad intelectual plena.
Esa actividad mental en efervescencia infatigable, La teoría del todo la muestra, sin embargo, de forma errática y episódica, dando por sentado la comprensión cabal del espectador de las complejas argumentaciones científicas, y concentrando su atención en la épica heroica del individuo capaz de superar una fatalidad clínica. Ciertamente están presentes los datos esenciales de la odisea de un Hawking postrado en una silla de ruedas, y la perseverancia y reciedumbre moral de su compañera sentimental, madre de tres hijos suyos. Pero de un documentalista tan riguroso como Marsh cabía esperar una exploración más compleja y audaz de la trayectoria intelectual de su modelo, hombre de carisma enorme y humor ácido, capaz de seguir explorando desde la casi inmovilidad de su pequeño territorio la vastedad y expansión del universo, su hipotético origen, su eventual colapso, y el principio del tiempo; capaz también de lanzar interrogantes tan provocadoras como el por qué habríamos de recordar tan sólo el pasado y no el futuro.
A partir de una novela de Arthur C. Clarke, el cineasta británico Stanley Kubrick pudo sugerir, cuatro décadas antes, en 2001: Odisea en el espacio (1968), percepciones científicas y metafísicas aún más inquietantes. Se trataba de un género distinto, naturalmente. Sin embargo, la audacia visionaria de aquel artista bien podía haber dejado estelas de inspiración en cineastas interesados en abordar el tema de la ciencia espacial inclusive en otros géneros narrativos; en todo caso, en la biografía de un explorador del universo tan notable como Stephen Hawking.
En lugar de ello, James Marsh trivializa la empresa y sus posibilidades destacando en La teoría del todo la parte po-siblemente más generalizable: la lucha de un hombre frente a la adversidad de una condición física severamente disminuida, completada por el amor y la abnegación intachable de su paciente esposa.
Por fortuna, el director no sucumbe del todo a las tentaciones evidentes de la conmiseración o el sensacionalismo. Hay dignidad y agradecibles dosis de humor en la empresa, intenciones buenas y actuaciones todavía mejores. El actor Eddie Redmayne caracteriza con acierto a Hawking, sin lograr la inalcanzable altura de un Daniel Day Lewis en Mi pie izquierdo (Jim Sheridan, 1989), pero sin apartarse demasiado del modelo. Felicity Jones sostiene con aplomo el difícil papel de la esposa, y el guionista Anthony McCarten presenta con discreción y agudeza la evolución final de una pareja que encuentra mayores recompensas en una amistad sólida que en un largo matrimonio extenuado por retos de una talla semejante.
Twitter: @Carlos.Bonfil1