De respeto podemos vivir todos
mo Francia, viví más de 30 años en ella, tengo familia francesa, empezamos el año 2015 con foie gras enviado por el padre de mi cuñada, lo disfrutamos a pesar del dolor dejado por el 2014. En 1988 casé con un francés, no tomé su nacionalidad porque la ley mexicana no aceptaba este doble estatuto, que yo tendría hoy día con gran felicidad. Fue un privilegio hacer desde estudios medios a superiores en las instituciones públicas galas y representar a mi país en la Ciudad Lux. Gracias a que mis padres me dieron acceso desde niña a la literatura francesa, inglesa, rusa… hice una migración escogida, pero no todos los exilios son voluntarios.
La colonización histórica, prolongada por la globalización, causa del despojo de recursos naturales y del empobrecimiento humano en muchos territorios, ha tenido como consecuencia lo que en los países receptores de migrantes se vive como la maldición de la ocupación de sus ciudades por extranjeros de segunda; al tiempo que los trabajadores de países expulsores sienten como una prolongación de la tortura del desempleo en sus países natales, el paso a veces mortal hasta destinos donde quedan indocumentados por decenios, inestables económica y emocionalmente, y divididos entre intentar una asimilación cultural o conservar la identidad propia que los dignifica. El pueblo mexicano también sabe de esto.
Fui choqueada en los años 80 cuando el alcalde de París, Jacques Chirac, se expresó sobre los desagradables olores de las cocinas africanas en los departamentos de interés social donde se apilaban familias numerosas rompiendo el orden legal y moral. La Circunscripción XIII parecía reserva de población ex indochina cuya cohesión cultural la defendía de la discriminación, hasta que hace 20 años los franceses se interesaron por sus sabores y los asiáticos les abrieron sus mercados de productos exóticos. Ya entonces reivindicábamos el importantísimo papel de la alimentación –no en tanto que nutrición dirigida a hacer del ser humano una bestia para el trabajo con un costo menor para los servicios de salud– sino como el rasgo de identidad que aporta seguridad cuando se reencuentran los sabores y olores de la infancia (nuestra matria) y da un sentimiento de pertenencia colectiva (nuestra patria), por ello me convertí durante 10 años en etnococinera al frente de A la Mexicaine, en París, donde invertí mis ahorros de diplomática porque me humillaba el desconocimiento despectivo de los franceses respecto de nuestra cocina, cuya imagen era (y sigue siendo) usurpada por el imperialista tex-mex. Sin duda ya existe en París una apertura de moda respecto a las cocinas, pero aún existe incomprensión hacia la cultura de los otros y en particular hacia la religión musulmana.
Si alimentación y religión son dos caras básicas de la identidad de los pueblos y son terrenos de lucha, la primera en el orden económico y la segunda en el cultural, ambas demandantes de respeto por parte de quienes imponen sus productos o bien sus sátiras y desprecio, y si es así desde los primeros enfrentamientos históricos de europeos con el mundo musulmán, desatados por su proximidad territorial so pretexto religioso, en igualdad de fuerzas hasta que en el siglo XIX la tecnología y concentración de capital convirtieron a Occidente en el triunfador mundial que pudo incrustar a una de sus partes políticas, también so pretexto de una tradición religiosa, en el corazón islámico, desde donde se desplaza o acorrala al pueblo más indefenso del área, a la vez que se hacen guerras quirúrgicas y se sataniza no sólo a los dirigentes del islam centroasiático (y parte del africano) sino a sus habitantes como terroristas en potencia... ¿por qué los atrae Occidente a su seno? ¿Por una mano de obra barata que nadie está obligado a formalizar?
Sin embargo, esta es una política que más que disuadir posibles terroristas parece fabricarlos como alternativa a la delincuencia, porque a pesar de las medidas francesas de protección a derechos humanos de migrantes, la mayoría de los musulmanes jóvenes no tiene más de dos salidas al terminar la secundaria: formar pandillas que molestan a los vecinos de cualquier color, siendo después cooptados por la delincuencia organizada, o escoger vivir en la pureza de convicciones alimentarias y religiosas que han salvado su identidad. Tal como hicieran cristianos durante las Cruzadas o en la Inquisición dirigida a someter con violencia judíos, árabes y pueblos originarios de América, o también otros fundamentalismos no islámicos contemporáneos.
¿Hace falta incluir en la libertad de expresión la mofa de los símbolos sagrados ajenos? Podemos imaginar el resultado de prensa árabe caricaturizando lo sagrado del judaísmo o del cristianismo católico o protestante, ¿no sería tomado como provocación terrorista?
Cuando en 2008 fue acusado de antisemitismo y destituido el director Maurice Sinet de la revista Charlie Hebdo, la nueva dirección tomó un sesgo pro israelí con un humor menos fino y a la manera irrespetuosa de 1968. Nadie debe morir por ello, no importa cuán ofensiva sea para el otro una caricatura. No en Francia. Pero tampoco en México donde se paga más seguido con la vida párrafos molestos para poderosos. Que este terrible episodio de cruzada religioso-política anacrónica no eclipse el más sangriento episodio de la cruzada por la educación para la educación ocurrido hace cuatro meses en Ayotzinapa.