l intento de acabar con Charlie Hebdo, los asesinatos de su redacción y el ataque coordinado a un supermercado kosher reflejan una realidad muy penosa en algunos rincones del vasto mundo del Islam: la proliferación de personas entregadas en cuerpo y alma al rencor.
Cuando vemos a estos personajes o los escuchamos, salta a la vista su falta de familiaridad con la meditación, con técnicas de respiración. Con cualquier método espiritual que ayude a los afligidos a entender que forman parte de un todo y a saber cómo usar la mente para disolver el propio ego y comprender que todos formamos parte de una sola cosa. Se manifiesta, al contrario, una falta íntima de paz, de una opción por traducir toda la frustración, toda la represión y la humillación vivida en rencor. Se nota una carencia total de recursos espirituales para combatir el rencor con mecanismos internos del alma y de la sique. En vez, se opta por alimentar el rencor y la fantasía de la venganza, en una entrega estéril al suicidio y al asesinato de inocentes como único medio para llamar la atención del mundo a su aúllo de desolación. Es falta de amar al prójimo como se ama a uno mismo. Falta de Jesús. Falta de Buda. Falta de mística sufí. Falta de práctica de yoga. Propensión a buscar siempre un culpable y a enconar odio.
Al Islam como tradición religiosa no le faltan estos elementos (existen en el Islam como en cualquier otra gran tradición religiosa). Pero sí que existe esa falta de paz, ese exceso desesperado de ego en partes importantes de los mundos del Islam (incluido Europa), y es una falta de paz que se manifiesta externamente en un supuesto compromiso por la restauración
islámica (charía, califato, etcétera). Y que en esos sectores del mundo islámico no ha habido suficiente reflexión sobre cómo el rencor termina por devorar a quien lo haya adoptado y alimentado en su pecho. En esos espacios existen mecanismos tradicionales para hacer propio el rencor ajeno, por ejemplo mediante el culto de los mártires. Si cada muerto en una causa es un mártir, cada muerto puede convertirse, también, en un llamado a perpetuar el rencor. Y cada mártir prolonga también la memoria de una causa, como si ella fuese el origen de todas las desdichas del presente. Este mecanismo termina por devorar las nuevas generaciones en un aúllo ciego de violencia.
Ahí está, por ejemplo, el asunto de Israel y Palestina. La tragedia palestina es real y está a la vista. ¿Qué duda cabe? Pero el conflicto Israel-Palestina ha sido utilizado como capital político en la mayoría de los países del Medio Oriente, que proyectan sus propios problemas a Israel o transfieren su propia opresión al pueblo palestino. Las divisiones lacerantes de clase, las rencillas y rencores entre etnias o entre religiones o sectas quedan así supuestamente supeditadas al conflicto palestino-israelí, que se vuelve mágicamente en el origen de todos los males. Pero en realidad no existe un país del Oriente Medio que no tenga su propia contrapartida a los palestinos en Israel, es decir, que no tenga su minoría oprimida o marginada políticamente. Ahí están los kurdos en Turquía e Irak y, antes de ser exterminados o expulsados, los armenios y los griegos en Turquía; los coptos en Egipto; los refugiados palestinos en Líbano y Jordania; la mano de obra migrante en los Emiratos Árabes; los cristianos en Siria e Irak (que por cierto están siendo prácticamente expulsados o exterminados pese a que han habitado en esas regiones desde antes que existiera el Islam); la minoría sunita en Irán; la mayoría chiíta en Irak en tiempos de Saddam Hussein… Es una lista larga. Todos los países de la región tienen serios problemas de integración nacional.
Pero alimentar la obsesión y el rencor con un foco externo (en este caso Israel y Palestina) puede resultar más sencillo y políticamente más redituable que meditar en los problemas propios. Se piensa que si se corrigiera la injusticia histórica con el pueblo palestino, la historia de la humillación de los pueblos islámicos desaparecería por arte de magia, y con ella la historia de injusticia de clase de la región y la dificultad de crear sociedades políticas incluyentes.
El problema está en que esa estrategia de desplazamiento de culpas y responsabilidades –que es muy eficaz para realizar movilizaciones de plaza pública– caldea el rencor sin darle salida a los problemas reales de cada uno. Y por eso, ese rencor termina por consumirlo todo. La guerra civil de Siria, que cumple cuatro años en marzo, se ha cobrado ya más muertos que de todas las guerras de Israel juntas (guerra del 48, guerra del 56, Guerra de los Seis Días, Guerra de Yom Kippur, Guerra del Líbano de 1982, Primera Intifada, Segunda Intifada, Guerra de Gaza). En Nigeria, Boko Haram se cobró más de 10 mil vidas tan sólo en 2014, y Amnistía Internacional calcula que los ataques de Boko Haram de la semana pasada mataron quizá a 2 mil personas. Ni hablar de sumar a éstas, cuentas más añejas, como la de los muertos en la guerra de Irán con Irak o los de la guerra de partición entre India y Pakistán…
Los problemas de Medio Oriente, los que enfrentan los migrantes magrebís en Europa y los conflictos étnicos o religiosos en el mundo islámico no se van a acabar el día que exista una Palestina independiente o un estado binacional judío-palestino. Esto no le resta legitimidad a la causa palestina en sí misma, pero importa reconocer que Israel se ha convertido en pretexto: ¿qué tienen que ver los palestinos con el rencor de los argelinos hacia los franceses? Nada. Pero el rencor siempre necesita de pretextos, porque duele o incomoda demasiado encontrar las causas íntimas del desasosiego.
El atentado contra Charlie Hebdo y contra un supermercado kosher es un llamado a que las sociedades de Europa vayan pensando cómo enfrentar el rencor del mundo islámico, que es ya parte del ser interno de la propia Europa. La humillación y la rabia no están ya contenidas en los territorios de Medio Oriente o del norte de África: se extienden a las diásporas, y ahí se alimentan de nuevas fuentes amargosas, como de la frustración del migrante discriminado, por ejemplo. Muchos de los combatientes del Estado Islámico en Irak y Siria nacieron y se criaron en Europa. El rencor les viene de allá, aunque lo exporten a Siria.
Los dos hermanos que asesinaron a los editores y caricaturistas de Charlie Hebdo eran franceses, hijos de argelinos. ¿Por qué coordinaron su ataque con un acto indiscutiblemente antisemita, como es el asalto a una tienda kosher? ¿Qué tienen que ver los judíos o los palestinos con la historia de Francia y Argelia? Nada. Pero la política del rencor necesita objetos externos de odio. Los dos hermanos probablemente hayan sufrido el sinsentido del desempleo, la marginación y la dificultad de canalizar su energía vital en creatividad. Por eso eran vulnerables al rencor, y no faltó quien aprovechara esa vulnerabilidad ni quien canalizara ese rencor hacia una causa falsa e inmoral. Una causa asesina y suicida.
Las desigualdades profundas que proliferan por todas partes hacen que el mundo de hoy sea especialmente susceptible a la explotación política del rencor. Se trata de una estrategia muy redituable a corto plazo. Pero es también, y sobre todo, una política ciega, violenta y finalmente suicida. La contrapolítica a la explotación del rencor es la política de la paz, la política de amar al prójimo. Hoy más que nunca nos hace falta la meditación, la respiración profunda, la serenidad y el cuidado del otro.