En su origen hay factores individuales, familiares y sociales: investigadores de la UNAM
En estudios desde 1994 han hallado mayor grado de sicopatía entre quienes sufrieron más maltrato físico y/o psicológico
Con los resultados se elaboró un programa de prevención
Sábado 3 de enero de 2015, p. 29
El desarrollo de conductas violentas en las personas es consecuencia de la interacción de distintas variables de riesgo: individuales, familiares y sociales. Así lo han mostrado las investigaciones realizadas desde 1994 por Feggy Ostrosky y sus colaboradores en el Laboratorio de Neuropsicología y Psicofisiología de la Facultad de Psicología (FP) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quienes se han dedicado a estudiar este comportamiento en diversos grupos de individuos.
Hemos tenido acceso a más de 370 internos de alta peligrosidad en reclusorios estatales y federales. Ahora bien, no sólo hemos observado a individuos violentos dentro de ellos, sino también fuera, como maridos golpeadores, policías judiciales y sujetos que tienen dificultades para controlarse y se meten en problemas
, indicó la especialista.
Predisposición biológica
A partir de sus investigaciones, Ostrosky ha aprendido que hay factores de riesgo individuales –predisposición biológica– para desarrollar una conducta violenta. “Se ha visto que si en ratones de laboratorio se modifican ciertos genes específicos relacionados con enzimas que degradan neurotransmisores encargados de regular el estado de ánimo, como la noradrenalina, la serotonina, la dopamina y la acetilcolina, entre otros, es posible crear ratones asesinos (knock out mouse) que empiezan a matar a sus compañeros”, apuntó.
En los seres humanos también existe esta predisposición biológica pero, a diferencia de lo que ocurre en los ratones de laboratorio, los genes específicos se ven activados por una historia de abuso físico y/o psicológico, o sea, por factores de riesgo familiares. Tenemos varios trabajos publicados en los que nos propusimos averiguar si los individuos que estudiamos habían estado expuestos a violencia familiar o habían sido testigos de golpes y violaciones, y encontramos que cuanto mayor era su grado de sicopatía, mayor era la evidencia de abuso físico y/o psicológico que habían sufrido
.
De acuerdo con la investigadora, existen diferencias entre el cerebro de los individuos violentos y el de quienes no lo son. Las áreas orbitofrontales y las dorsolaterales frontales no funcionan igual en unos y en otros. Esto nos ayuda a comprender cómo se genera esa conducta y cuáles son los periodos críticos
.
Según la especialista, estos individuos pasan por tres periodos críticos. El primero es a los tres años, al presentar conductas opositivo-desafiantes. El segundo es entre los seis y los nueve años, cuando no aprenden a leer como los otros niños, pero no por carencia de inteligencia, sino por falta de madurez en un área del cerebro conocida como circunvolución angular.
Y el tercero es en la adolescencia, entre los 11 y 13 años, una vez que, por no haber aprendido a leer y por problemas en las áreas orbitofrontales que tienen que ver con la toma de decisiones asociadas con las emociones, empiezan a experimentar fracasos escolares, a rehusarse ir a la escuela y a sentirse rechazados, por lo que se unen a pandillas.
Con base en los resultados de sus estudios, Ostrosky y sus colaboradores elaboraron un programa de prevención de violencia dirigido a los cuidadores primarios de los niños, que en México son, por lo regular, la mamá y la abuela. Consta de 25 sesiones y, a solicitud del Gobierno del Distrito Federal, acaba de ser aplicado a mil cuidadores en Tepito, donde hay altos índices de violencia intrafamiliar.
“Si los hijos tienen una predisposición biológica para desarrollar una conducta así, la idea es tratar de que no se ‘prendan’ los genes específicos asociados. Aunque este programa sirve también para los que no tienen esa predisposición”, explicó.