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Algunas personas adornan la tumbas como pinos de la temporada

Navidad en los panteones del Distrito Federal: el último suspiro por la vida
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La gente interpreta el corrido que le gustaba al difunto, Las mañanitas o Las golondrinasFoto Notimex
 
Periódico La Jornada
Viernes 26 de diciembre de 2014, p. a13

Una variante del Día de Muertos en México ocurre en los panteones, donde en estos días las tumbas son adornadas para festejar la Navidad y el Año Nuevo, al ritmo de un corrido que le gustaba al ausente, Las mañanitas o Las golondrinas.

Como si fueran de día de campo, los deudos llevan comida, sillas plegables, manteles, refrescos, un tequila o chelas para brindar con el difunto, por él.

Se enseña a los nietos a limpiar la losa, a repintar las letras, a tener siempre presentes las coordenadas para que no cueste trabajo hallar la dirección del abue o tata.

A la entrada del panteón se venden flores, sobre todo crisantemos, nubes y gladiolas, inclusive aves del paraíso; también, rehiletes, que girarán a la menor ventisca. Son alusiones a un niño o niña.

Es Navidad. En los pequeños espacios donde yace el ser querido, con un cuidado extremo se rodeó la tumba con motivos navideños: escarcha, pequeñas esferas, juguetes, como carritos, trenecitos, muñecos de luchadores, muñecas.

Se limpia alrededor de la fosa y se tapa con lo que se puede algún nido de ratones, que hallan en los camposantos espacio adecuado para multiplicarse sin ser molestados. A veces se les puede ver que retozan como si fueran faunos.

Una vez que se dio rienda suelta a la asepsia, los familiares y amigos se sientan alrededor del muerto y platican de la vida.

Los recuerdos, como en la teoría de la reminiscencia platónica, reviven. Es momento del hipérbaton, de la metáfora vívida, del “yo se lo decía, pero nunca hizo caso. Siempre dijo que no nació para privarse y que lo que le quedaba de vida lo iba a disfrutar, y que estaba dispuesto a pagar el precio. Lo pagó… con altos intereses”.

Por momentos, el silencio es lo único que se oye. Es el instante para pensar en el tiempo propio, en la distancia que separa del mundo de los muertos. Es ocasión del lugar común: vida sólo hay una, hay que vivir el día a día, pues no se sabe cuándo acabará; no importa cuánto, sino la calidad; hay que vivir como si el que transcurre es el último día…

En las primeras secciones del camposanto, que son las primeras que se fueron poblando, las visitas son raras. El paso del tiempo ha pesado y los familiares y amigos también han fallecido, o, simplemente, el olvido ha cundido. Mientras más reciente es la visita de la calaca, el dolor arde y atrae, pero nada es eterno. Puede haber reproches: “Vine a verte, aunque no te lo mereces…

“Ya para qué…”

Mientras todo es recuerdo, nostalgia y melancolía, llegan nuevos vecinos. El llanto por el que se adelantó es una herida abierta. Una dama se aferra al ataúd. Se dirá misa, pero al final la muerte no tiene nada de festiva. El Mictlán sigue siendo un misterio para los vivos. El Ades es una incógnita. El paraíso será la nada, el no ser, la negación de la ontología.

El panteón vive la Navidad y el Año Nuevo. Uno o varios años sin ti. A cierta edad la muerte es una sorpresa, pero en un periodo los balazos se escuchan muy cerquita.

Tarde o temprano todos caeremos a las camas del amor eterno. Caifanes dixit.