Sábado 20 de diciembre de 2014, p. a16
La voz cavernosa crepita:
Dijiste que me ama-rías, aun cuando tuviese que partir. Pensarás en mí. Yo de alguna manera lo percibiré. Y de esa misma manera. Cuando algún día me sienta solo. Deseando que no estuvieses tan lejana. Juntos recordaremos. Todo lo que nos dijimos. Las cosas que dijimos hoy.
La voz es una catedral preñada de gárgolas.
La voz, que no es otra que la de Bob Dylan, nos hace crepitar de emoción.
Lo que era una cancioncita fresa, melosona, insípida y mozalbeta, Things we said today, de Paul McCartney tocada por los Beatles, hoy la encontramos convertida en una obra maestra insospechada.
Porque lo que dice Robert Zimmerman, la manera como lo dice, lo pronuncia y lo destila, cobra dimensiones colosales.
Porque cuando suena la voz de Bob Dylan, los que eran versos sosos, se convierten en poesía:
Yo. Yo soy de esos que tienen mucha suerte. Que ama escucharte diciendo que el amor es eso, amor. Y. Así pensemos que ciegos somos. El amor nos hace estables. Y con eso es suficiente. Para hacerte mía, nena. Yo. El único. Ámame siempre, nena. Y así caminaremos juntos. Y algún día en nuestras ensoñaciones. Enamorados profundamente, ya sin necesidad de decirnos palabras. En ese momento recordaremos. Todo lo que nos dijimos. Las cosas que dijimos hoy.
La voz brota a borbotones. Volcán en erupción. Las rocas: sílabas calcinadas danzan rodando desde el precipicio de sus labios. Los labios del poeta Zimmerman.
Hablamos del prodigio que realizó Bob Dylan para un proyecto en el que participaron muchos otros músicos: The Art of McCartney: 42 canciones del gran Mac en versiones de artistas tan disímbolos como Dion, Steve Miller, Alice Cooper, Barry Gib, Brian Wilson, entre otros muchos.
Pero de entre todos ellos lo que hizo Bob Dylan con una pieza de McCartney hace toda la diferencia del mundo. Es realmente un prodigio de obra de arte, el de Dylan, a partir de una cancioncilla que era equis y la convirtió en alfa y omega.
El álbum de lujo consta de tres cidís, con las 42 canciones. Hay otra edición, de dos compactos, con 34 tracks. Suficiente, ahí viene el track 2 del cidí 1: Dylan.
Después de la glosa de Dylan, la siguiente en valor, en la humilde opinión del Disquero, es la de Dr. John, quien nos deleita con ese lindo juguetito que hizo Paul: Let ’em in. Enseguida pondría a otro jefe: B.B. King, quien hace suya On the way para convertirla en un blues de dioses. Y enseguida pondría la versión de The Cure a Hello Goodbye y luego el Helter Skelter de Roger Daltrey y pondríamos de relieve el papel fundamental de Billy Joel, que abre cada cidí, en la versión de álbum doble, con Maybe I’m amazed (para el Disquero, la obra maestra de McCartney) y Live and let die: de piano man (Joel) a piano man (Mac).
Todo el álbum es deleite, aun teniendo en cuenta que algunas versiones resultan fallidas y convierten las obras de Mac en viles baladas baladíes. Aun así, es uno de esos álbumes que uno compraría por solamente un track, el de Dylan, aunque hay varias joyas, como las que mencionamos ya.
Terminó el track 2. Lo volvemos a poner. Por vez enésima.
Tritura, cantila, exulta, implota, pone la piel chinita. La voz de roca dura y húmeda. La voz de su majestad, Bob Dylan. Su tremenda dramaturgia.
Salve Mac. Salve, Dylan.
Colosos.