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“La tierra no se negocia, y las luchas Durante su participación en el panel La Propiedad de la Tierra Hoy, Ignacio del Valle, integrante del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra con una historia de luchad en defensa de la tierra de Atenco de 13 años, lanzó varias arengas: ¡Zapata vive, la lucha sigue!, ¡Libertad a presos políticos!, ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos! He aquí sus palabras:
Necesitamos hacer más todos y gritar más fuerte para que por lo menos nos volteen a ver y hacernos escuchar. Y que despertemos juntos de esta realidad tan lacerante, tan infame y descarada que nos inflige quien dice representarnos. Nuestro pueblo aún adormilado está. Hay una emergencia del pueblo en todos los sectores de nuestra sociedad, la resistencia está, pero debemos fortalecer esa conciencia, esa claridad de lo que está sucediendo y de lo que podemos hacer, saber qué hacer y cómo resistir sin ser sometidos. Voy a hablar de 13 años de esa resistencia en Atenco por no dejar la tierra, tierra de nuestros abuelos, de donde somos originarios, de esos pueblos que se asentaron hace cientos de años en la ribera de lo que fue el Lago de Texcoco. Los pueblos son pueblos originarios y tenemos una razón legítima de no querer quitarnos de allí. En esos 13 años tuvimos que aprender y que aclarar el sentido que tiene el defender la tierra, y en esa reflexión tuvimos que echar cuentas de nuestro pasado. A las nuevas generaciones les tenemos que recordar nuestros orígenes, decirles que nos sentimos plenamente orgullosos de esta tierra donde vivimos y de principios importantes que allí adquirimos, como son el respeto, la solidaridad, la hospitalidad. A nuestros abuelos los escuchábamos hablar de voluntad, de hospitalidad, de compartir, de que lo que se dé debe darse con alegría y amor, y agradecer lo que se reciba. Que la alegría tuya tiene que ser mi alegría y tu tristeza mi tristeza, no lo comprendíamos de niños, sólo jugábamos. Y veíamos esos espacios y escuchábamos el canto de las aves, de esos lugares, de esos espejos de agua, donde había grandes manchas de patos, de garzas. Escuchábamos el canto de tantas aves; recuerdo esos atardeceres con el canto de las aves y recuerdo muy específicamente un pájaro que subía y cuando tocaba o alcanzaba la luz, se dejaba caer en vertical, y como que se carcajeaba y otra vez, y cada vez volaba más alto. Eso era un espectáculo para nosotros. Hoy hemos perdido muchas especies en nuestro territorio. Recuerdo a unos pájaros a los que llamábamos los petirrojos, los charroteos, las monjas… ahora ya no existen. Y con ese proyecto que nos cae como agua helada el 22 de octubre de 2001, en donde nos dicen por medio de un Decreto presidencial que ya no somos dueños de la tierra, nos tuvimos que juntar. Nuestros abuelos nos habían dicho que nos teníamos que juntar para decidir, para discutir qué tan bueno era ese proyecto o no, y nos daba miedo, la incertidumbre da miedo. La gente decía “ya lo dijo el gobierno, y ya diciéndolo el gobierno pues nada se puede hacer”. Entonces nuestros abuelos, los más grandes, decían, esas tierras en 1929 se repartieron y mencionaron a nuestros abuelos a los que les repartieron esa tierra y nos hablaban de Zapata y de Villa, y de la Revolución. La mayor parte de los abuelos en el territorio fueron peones de la hacienda grande y nos platicaron también del maltrato que les daban. Eso nos hizo reflexionar y darle un sentido a por qué teníamos que hacer algo para defender la tierra. El cómo, bueno, pues allí surgieron las opiniones en esa primera etapa. Estábamos en la plaza y tomé el micrófono. Antes había platicado con mi padre y me había dicho: “va a ser muy difícil. Es un decreto y los decretos no se tiran porque nos rebelemos”. Pero no me dijo no luches. Les comento esto porque me imagino que ese sentir lo ha tenido mucha gente ante esos proyectos que hablan de modernidad y progreso. Cuando yo tomé el micrófono, nunca pensé que mi padre estaba a mi lado. Empecé a hablar. Le dije a la gente “algo tenemos que hacer, hay dos formas, la vía legal y la otra es rebelarnos”. ¿Cómo? No dejar la tierra. Ya nos imaginábamos que iban a llegar las máquinas y que iban a trabajar y a tirar la milpa. Les dije “nos vamos a poner enfrente de las máquinas y las vamos a quitar”. Y de reojo vi una imagen, y era la imagen de mi padre. Y pensé si está es que está de acuerdo y entonces pregunté gritando “¿La vamos a defender?”. “¡Pues claro que sí!”, contestaron todos. Había mucho ánimo, de todos, no hubo nadie que dijera no estoy de acuerdo. Fue un tiempo muy hermoso, donde predominaba el sentimiento era la unidad, la unión, el aquí estoy, el dame tu mano, en medio de esa incertidumbre, ese miedo.
Dar la mano provoca un sentimiento de esperanza, de no estamos solos, de no estoy loco. Tenemos que decidir juntos y claro que el miedo existe y va a estar presente, pero el miedo lo tenemos que utilizar para enfrentar lo que viene. Por allí algunos dijeron: “es que se tiene que ver al gobernador, se tiene que ver al presidente, se tiene que ver al diputado…”. Claro que todo eso lo buscamos. Y lo hicimos en comisiones, y siendo muchos le daba fuerza. Que vaya fulanito, que sabe escribir a máquina, que vaya tal porque está estudiando en la universidad. Y surgieron las diferentes propuestas, pero todas tenían un solo sentido, defender la tierra. Y que no falle nadie, tenemos que ir todos, en esas primeras marchas vimos la integración de hombres y mujeres. Ese 22 de octubre de 2001 tuvimos que decidir, y surgieron las formas, y alguien sacó un machete, y todos tenemos un machete en nuestras casas. Es un símbolo, no es para agredir, ese símbolo es para advertirle al sistema que estamos dispuestos a todo. Que es un símbolo de trabajo y dignidad, pero también es para defendernos. ¿Y lo vamos a usar? No, vamos a seguir trabajando. Así marchamos juntos y nos hicimos uno solo y algo que descubrimos fue la solidaridad, porque llegaron nuestros compas con líderes de partidos, de organizaciones, llegaron estudiantes, cecehacheros, nuestros estudiantes, jóvenes, esa fuerza, y allí estuvieron. Y les decíamos “si vienes como pueblo, bienvenido seas, pero si vienes como organización o como partido y quieren hacer proselitismo, escucharemos tus propuestas y recibiremos tu ayuda, pero vamos a decidir sólo los que estamos aquí como pueblo”. Esa fue la primera etapa, esa resistencia, donde llegaron muchas manos, muchos pensamientos, muchos gritos, esto tuvo que salir, de la localidad, del territorio y eso nos ayudó mucho. Los jóvenes nos llevaron la fuerza que se necesita. La lección que hemos aprendido en estos 13 años es que no es por Atenco ahora, es por las comunidades del sur, es por el Istmo de Oaxaca, es por los estudiantes, pues allí estuvimos cuando hubo el problema en la UACM. Si hay que ir a gritar o hacer algo por los presos, pues lo hacemos. ¿Por qué? Porque ya vivimos en carne propia lo que es resistir, entonces nuestro concepto, nuestra visión se aclara. Ya nos volvemos más de ustedes, ya el asunto que ahora vivimos, tan indignante, ya no es sólo de Ayotzinapa, ya es nuestro, lo hacemos nuestro. En Atenco han cambiado la forma de querernos despojar. Ya a mi vecino lo han puesto en mi contra, por las dádivas, por esa tentación del dinero. Hoy dicen ya no te expropio, hoy te vengo a proponer una negociación y ponle precio a la tierra. Pero los que hemos entendido –quizá somos pocos- sabemos que la tierra, esa tierra a la que un día le pusieron un precio de 7.20 pesos, no se vende. Hemos entendido que la tierra no tiene precio, no se negocia. La tierra es como una madre. Hemos aprendido que somos iguales, que la palabra liderazgo la tenemos que borrar de nuestro vocabulario. La responsabilidad recae en todos. Hay un problema, cómo penetra esa tentación por lo económico, por el afán de progresar, dizque progresar, progreso ¿Para quién? Hoy nos ponen contra nuestros hermanos, nuestros vecinos, y las instituciones se han corrompido. Ahora el afán es individualizar la tenencia de la tierra, a lo que nosotros nos oponemos. Estamos viendo la parte legal, o legaloide, pues no queremos que se privatice la tierra, y la queremos seguir manteniendo en comunidad, porque esa es la fuerza. Estamos en resistencia en Atenco. Hay una consigna: que la decisión y la protesta que hoy tenemos es la misma que tuvimos en 2001. La tierra no se negocia, y como consecuencia, la decisión está tomada: el aeropuerto, a la chingada. Ayotzinapa, sólo la punta del iceberg * Plutarco Emilio García Jiménez Los dolorosos e indignantes sucesos de Iguala, Guerrero, en que fueron atacados por policías y sicarios estudiantes y deportistas y desaparecidos 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, son sólo la punta de un enorme iceberg de la impunidad, la complicidad criminal y la corrupción donde se involucran poderes públicos. Por otra parte, la rebelión estudiantil de normalistas y politécnicos también es expresión de una profunda crisis educativa que el país viene arrastrando desde hace varias décadas, evidenciando retrocesos, no sólo en oportunidades y oferta educativa, sino en la calidad de la educación en todos sus niveles. La política educativa de los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón se supeditó a los compromisos político-electorales con el liderazgo corrupto del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y el favoritismo a los beneficiarios del gran negocio de las instituciones educativas privadas. Tanto las escuelas normales rurales, como el Instituto Politécnico Nacional fueron producto del impulso a la educación popular (laica, gratuita y obligatoria) que diera el gobierno del general Lázaro Cárdenas (1934-1940) en beneficio de los trabajadores urbanos y de los campesinos. Cárdenas también creó los internados de primera enseñanza para hijos de campesinos y soldados, las escuelas prácticas de agricultura y la Escuela Nacional de Agricultura (Chapingo). Con la expropiación de los bienes de las empresas petroleras extranjeras y la reforma agraria, abrió el camino para la modernización del país. Hoy, paradójicamente, en nombre de la modernización, se están entregando nuestros recursos naturales a empresas extranjeras, incluido el petróleo, al tiempo que se desmantela parte de un sistema educativo que en el pasado dio renombre al país. A principios de los años 60’s la Secretaría de Educación Pública (SEP) quitó de facto el carácter nacional a la hoy Benemérita Escuela Nacional de Maestros (BENM), convirtiéndola en escuela regional y reduciendo su matrícula. En 1969, de las 29 escuelas normales rurales que existían en el país, de golpe se cerraron 14 de ellas, para convertirlas en escuelas técnicas de nivel medio o simplemente desaparecerlas. ¿Acaso ya había suficientes maestros rurales para satisfacer la demanda educativa? No, lo que sucedió es que el gobierno veía en esas escuelas un riego para la estabilidad política, pues desde finales de la década de los 50, en la ENM, las normales rurales y la Escuela Normal Superior se gestaron movimientos sociales importantes en el país, como el Movimiento Revolucionario del Magisterio dirigido por el profesor Othón Salazar en la Sección IX del SNTE, el movimiento estudiantil normalista contra el Plan de Once Años, el movimiento cívico en Guerrero y el movimiento del 68 que, surgido en la UNAM, contó con apoyo estratégico de los normalistas, los estudiantes politécnicos y del magisterio. Por ello, esas escuelas resultaban incómodas para los gobiernos federales y locales, eran calificadas como nidos de agitadores comunistas. Tras los sucesos del 68, las autoridades, alarmadas por las movilizaciones estudiantiles y el surgimiento de grupos armados encabezados por maestros rurales, no dudaron en cerrar la mitad de las normales rurales y las que quedaron había que marginarlas, reducirles presupuesto y su matrícula. Ante la exclusión y la hostilidad oficial, a los estudiantes no les que quedaba otro recurso mas que expresar permanentemente su inconformidad, la cual sería acallada sistemáticamente con la represión, lejos de buscar el diálogo con los estudiantes. Esta situación condujo a un círculo vicioso en el que a mayor radicalidad de los estudiantes, mayor violencia de la fuerza pública, llegando al asesinato de estudiantes durante una protesta en Chilpancingo en diciembre de 2011. El asesinato de estudiantes y deportistas, así como la desaparición de 43 estudiantes de la normal rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, el 26 de septiembre pasado, es una acción represiva ejecutada conjuntamente por la policía municipal de Iguala y bandas del crimen organizado. Pero la aparente incapacidad del Estado mexicano para localizar a los 43 estudiantes y la aparición de un gran número de fosas clandestinas con cadáveres, cuya identidad se desconoce, plantea muchas interrogantes, pues los sucesos van más allá de la responsabilidad de la policía local y del crimen organizado, ya que han evidenciado la participación u omisión de instancias del gobierno del estado de Guerrero y probables mandos del ejército mexicano y la policía federal. La larga espera y la información manipulada, han generado desconfianza en las familias afectadas y en gran parte de la opinión pública, en torno a las acciones y ofrecimientos del gobierno de Peña Nieto. La caída del gobernador Ángel Aguirre Rivero, la captura del ex presidente municipal de Iguala y su esposa, así como el informe del Procurador General de Justicia del pasado 7 de noviembre, en el que se afirma que los 43 estudiantes fueron asesinados y calcinados, no detendrán las acciones de protesta ante el gobierno mexicano. Por el contrario, las protestas son cada vez más radicales y violentas. Las movilizaciones de familiares de muertos y desaparecidos, estudiantes normalistas, universitarios y politécnicos, campesinos, trabajadores, intelectuales, artistas e informadores, son una clara advertencia de que si las autoridades no responden con resultados concretos a sus reclamos de justicia y respeto a los derechos humanos, el país puede caer en una crisis política y social sin precedentes. *Artículo publicado originalmente en la edición 17 del mes de diciembre de 2014, de la revista Newsweek en español.
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