erca ya del cierre del año en el que el grupo gobernante pensaba que las reformas aprobadas estarían empezando a aplicarse y, por tanto, próximas a rendir sus primeros frutos, la situación se ha modificado drásticamente. Los acontecimientos de Ayotzinapa, el movimiento social que se ha desarrollado y la impresionante solidaridad global que se ha expresado, dieron al traste con su proyecto. Además, las revelaciones que ilustran la corrupción a los más altos niveles, les hizo perder la autocolocada aureola de modernizadores, dejando al descubierto su primitivismo depredador. Consecuentemente el mundo ha desestimado sus imágenes publicitarias, reconociendo que lo que verdaderamente expresa lo que sucede en el país es que se vive sin Estado y al margen de la ley.
Naturalmente se han modificado las perspectivas inmediatas e incluso también las mediatas. No se trata de las dificultades económicas que plantea un entorno global poco favorable, en el que los precios del petróleo caen sustancialmente, el tipo de cambio se corrige a la baja, las tasas de interés en Estados Unidos pudieran aumentar antes de lo previsto, etcétera. Se trata, sobre todo, de la evidente pérdida de iniciativa, de la notoria incapacidad para afrontar situaciones imprevistas. Reaccionar frente a acontecimientos inesperados exige habilidades políticas que difieren de las simplemente escénicas. Exige la capacidad de arriesgar lo que se tiene para buscar recuperar lo que se tenía. Ello implica reconocer que la situación ha cambiado, que se ha perdido terreno y que se puede perder mucho más.
En este sentido la experiencia japonesa reciente resulta aleccionadora, porque da cuenta del reconocimiento de dificultades inesperadas que cuestionaron completamente la posibilidad de cumplir con el mandato electoral. El actual primer ministro Abe ganó las elecciones en noviembre de 2012 con la propuesta de un programa económico heterodoxo, la llamada Abeconomía, que proponía tres ejes centrales que denominó flechas
: estímulos fiscales agresivos, relajamiento monetario igualmente fuerte y reformas estructurales para incrementar la competitividad japonesa. Para que estas flechas
pudieran funcionar se requería que el Banco de Japón actuara coordinadamente con el gobierno central, lo que se logró sustituyendo al gobernador, rompiendo con la idea ortodoxa de autonomía.
Inicialmente los resultados fueron buenos, por lo que el gobierno japonés decidió aumentar los impuestos para mejorar la situación financiera del gobierno. La respuesta de algunos actores económicos fue inmediata revirtiendo los resultados positivos. El gobierno japonés acuso recibo de esta respuesta y disolvió el Parlamento convocando a elecciones anticipadas. El resultado fue un amplio respaldo de los electores a la Abeconomía dándole mayoría parlamentaria, lo que les permitirá continuar con su política económica hasta 2018. Abe y su grupo respondieron a las dificultades otorgándole a los electores la decisión de continuar con el gobierno o cambiar el rumbo. No hablaron de conjuras, ni de planes desestabilizadores. Asumieron plenamente los problemas y ofrecieron una salida.
El gobierno de Peña, frente a dificultades importantes, no ha respondido adecuadamente. Tardíamente reconoció la relevancia política de Ayotzinapa, desestimó el reclamo masivo para encontrar a los 43 desaparecidos, fue contradictorio en sus explicaciones, no asumió las responsabilidades que le competían, propuso cambios legales que no resolverán los profundos problemas que se enfrentan. Creyó que con intentar explicar su relación con la Constructora Higa resolvería el reclamo social. Al reclamo siguiente repitieron la táctica que había sido incapaz de contener la indignación. No han reconocido que lo que se ha cuestionado es su capacidad para sacar al país de la crisis en la que estamos.
Si el gobierno de Abe en Japón hubiera sido acusado de nexos indebidos con compañías constructoras al servicio del gobierno hubiera caído rápidamente. No podría haber convocado a elecciones para renovar el mandato electoral. En México se prueban esos nexos y el gobierno no se inmuta. Sigue pensando que es una reacción a los cambios estructurales que han promovido. Por desgracia todos pagaremos su incapacidad y prepotencia.