Opinión
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Arte: creación de diálogo

L

os árboles azules de Van Gogh. Los árboles azules.

“Azules, los árboles/ ritmaban nuestro camino,/ nuestro caminar./ Íbamos como entre verdes y amarillos, avanzábamos// como sin avanzar// (de nosotros, es cierto, no nos habíamos movido)./ Del brazo íbamos, veníamos (ya no recuerdo).// Arriba estaba oscuro,/ abajo estaba claro.// Flores como agitadas por el viento/ nos daban tal quietud…// Ensombrecidos, como ensombrecidos,/ vinimos no a saber, sino a sentir/ lo que sabíamos,/ lo ya tan imposible de dejar de saber.”

¿A dónde voy con este texto que me lleva, que no escribo, que me lleva? A apuntalar, de nuevo, que imagen es todo aquello que nos hace imaginar. A reafirmar que si tu arte no genera –por metáfora– las imágenes de sí mismo en el receptor, tu arte muy probablemente no sea arte. ¿Artilugio, construcción? Lo ignoro. Pero arte verdadero, sólo aquél que hace posible que quien con él entra en contacto salga del mundo para volver al mundo, un mundo renovado.

Dicho de otra manera –mucho más candorosa, lo acepto–: verdadero arte, sólo aquél que remite al origen del mundo para volver al mundo, de nuevo original.

No se cansa uno del arte porque en él cada detalle lanza a un todo, a un todo más allá del tiempo o el espacio donde la obra –contemplada, escuchada (ambas cosas siempre)– pareciera termina. Porque en él todo todo pone atención en los detalles, cada detalle. Y porque en él nada sobra: sobreabundante o parco, Lezama Lima o Rulfo, es económico en sus medios. Y nada falta, nada le hace falta. Aun cuando extremo –rico o austero–, es siempre el justo medio.

Quizá algo falte, sí, posiblemente: diálogo. Pero no es que falte, no es que le falte al arte, es que lo convoca. ¿Y cómo lo convoca? Desde un probable exceso, que llamaremos efusión. El arte, por discreto que sea, es efusivo; por ello se abre al diálogo. ¿Al diálogo con qué? Con las otras imágenes que en el mundo hay, habrá, han sido.

Los árboles azules de Van Gogh tal vez sea una imagen inexacta (lo que en el cuadro vemos son sus troncos), no, atrevo, imprecisa. Y ha habido caballos rojos (Gauguin, Marc), verdes (Neruda), de un imposible blanco (Rivera), y mujeres y guitarras azules asimismo (Matisse, Picasso), y ángeles de un rosado celestial (Giotto). Ya no nos extendamos: por muy elemental que lo ejemplificado pudiera parecer, es claro que con esas imágenes por lo menos, muy por lo menos, dialogan esos tan en verdad dichosos árboles azules.