n el proceso de desmantelamiento constitucional que lleva ya varios lustros, implementado por los poderes formales del Estado mexicano, que no son representativos de la nación, toca su turno al municipio libre, una de las instituciones que la Revolución Mexicana rescató y puso al día, primero en Veracruz en 1915 y luego en la Constitución de 1917.
Las reformas que sobre este tema propuso el Ejecutivo y que están en proceso de aprobación, son dos lamentables; mediante la primera pretenden quitar el mando de la fuerza pública a los ayuntamientos, para centralizarlo en los gobiernos estatales; el otro cambio es la autorización vaga para que el poder federal, pretextando la injerencia de la delincuencia organizada en los gobiernos municipales, intervenga en forma totalmente discrecional, asumiendo el gobierno local y desconociendo para ello la voluntad popular expresada en las urnas.
Si la democracia en México llega un día a tener verdadera vigencia, tendrá que pasar por el gobierno municipal; la organización municipal nos viene de raíces muy antiguas; por un lado, recibimos una rica tradición indígena en la organización de los calpullis que eran la base de la organización de los pueblos originarios del territorio de lo que ahora es México, en los que tradiciones antiguas daban a los viejos, por más experimentados, facultades de consejo, y a los jóvenes, de mando, pero con la participación de todos; la otra raíz es la ciudad antigua
grecorromana que describió en forma sabia y elegante Fustel de Coulanges, que pasó a la península Ibérica cuando los romanos la colonizaron y arraigó en las comunas y en los fueros locales, que garantizaban la libertad de los vecinos de las villas.
El concepto y la institución pasó a América con los aventureros españoles que colonizaron y conquistaron nuestros territorios; no hay que olvidar que Hernán Cortés fundó apenas desembarcado en los médanos del Golfo, la Villa Rica de la Veracruz, para tener una autoridad independiente del gobernador de Cuba, Diego Velazquez.
Al crecer el virreinato, todo el territorio de lo que ahora es México se llenó de ciudades gobernadas localmente por sus propios vecinos en cabildos abiertos o cerrados para resolver los problemas comunes, defenderse de piratas y pueblos hostiles, e impartir justicia. En México un ayuntamiento ilustre, el de la capital, fue precursor de la Independencia, en 1808, cuando en junta solemne de cabildo se acordó que ante la invasión francesa a España, el pueblo asumía la soberanía.
Los ayuntamientos libres en varias ocasiones han sido atacados y limitados durante nuestra historia por poderes centrales celosos del poder popular; recuerdo dos casos: cuando la monarquía española en la segunda mitad del siglo XVIII con la reforma borbónica impuso las intendencias como autoridades sobre los cabildos y luego muchos años después, cuando Porfirio Díaz creó las jefaturas políticas. Como ahora se pretende, en esas dos ocasiones, se impusieron sobre las autoridades locales, policías obedientes al poder central; durante el virreinato las milicias del tristemente célebre tribunal de La Acordada y durante el porfiriato los temidos y arbitrarios guardias rurales de ingrata memoria.
En esta época –en que el gobierno federal, que llegó al poder comprando votos, que lo asumió en medio de una batalla callejera alrededor del Palacio Legislativo y que se ha caracterizado por su autoritarismo y su corrupción– se repiten los errores históricos; tal como entonces, se crea la policía federal llamada gendarmería y se manda al Ejército y a la Marina para que recorran el país. El resultado es que ponen retenes, disparan sobre los que no se detienen, toman pueblos enteros, allanan domicilios y, como ya sucedió, fusilan a su arbitrio y desaparecen a los detenidos.
El artículo 115 de nuestra Constitución, al inicio del título quinto que organiza a los estados de la Federación y al Distrito Federal, en su primera parte ordena que los estados adopten para su régimen interior la forma de gobierno republicana, representativa y popular, e inmediatamente agrega: Teniendo como base de su división territorial y de su organización política y administrativa el municipio libre
. En seguida establece que cada municipio será gobernado por un ayuntamiento de elección popular directa.
Las reformas que van en camino y que como ha sucedido con otras recientes sin duda se impondrán sin verdadero debate y sin oír a la gente, trastocan nuestro sistema democrático y rompen los principios, tanto del municipio libre, conquista revolucionaria, como de nuestro sistema federal, conquista de nuestra guerra de Independencia; nos preparan para un gobierno autoritario o, peor aún, para convertirnos en un Estado sin soberanía y sujeto a los grandes intereses del liberalismo económico
Un agravio más a las libertades, a la división de poderes y principalmente al pueblo de México.
México, DF, 12 de diciembre de 2014.