En la octava corrida en la Plaza México prosiguió la apendicitis aguda
Toros de José María Huerta, complicados en la muleta
El Zapata, dos orejas; Pizarro, una
Lunes 15 de diciembre de 2014, p. a47
Lo de las autoridades despistadas se ha vuelto epidemia hasta en las plazas de toros, incluida la monumental México, que hace varios años padece de aguda apendicitis o, si se prefiere, de un manirroto otorgamiento de orejas propio de las plazas de trancas.
En el octavo festejo de la temporada grande 14-15 las cosas no fueron diferentes y no tienen por qué serlo, ya que público y autoridades –en este caso los experimentados subalternos en retiro Jesús Morales como juez de plaza y Juan Vázquez como su asesor técnico– continuaron en la misma tónica de sus colegas. El público que franciscanamente asiste al coso ya no se conforma con pagar, sino que además exige ser parte de la apoteosis y de las tardes históricas, solicitando orejas y premiaciones sin ton ni son, incluido el indulto de reses esencialmente dóciles, de embestida clara y repetidora, aunque sin bravura ni transmisión.
Ante un cuarto de entrada hicieron el paseíllo el capitalino Federico Pizarro (40 años de edad, 21 de alternativa y 18 corridas toreadas en lo que va del año); el tlaxcalteca Uriel Moreno, El Zapata (40, 18 de matador y 21 tardes), y el granadino David Fandila, El Fandi (33 años, 14 de alternativa y 60 corridas en España, en el segundo lugar del escalafón).
En tarde templada se lidiaron siete toros del hierro tlaxcalteca de José María Arturo Huerta, parejos de presentación, con casta, que recargaron en el puyazo y llegaron a la muleta, unos más otros menos, con embestidas protestonas, no pasadoras, desarrollando sentido o acusando genio, lo que dio a la tarde un nivel de emoción poco usual, demostrando además los recursos técnicos de los alternantes.
Por ello El Fandi se vio sobrado toda la tarde, con un toreo largo y bullidor, aunque basto, que habla por sí solo de las sostenidas campañas en su país. Variado con el capote, eléctrico con los palos y clavando frecuentemente atrás, hasta una diana le arrancó a la banda en su primero, al que sometió en tandas breves. En su alegre segundo dejó meritorios pares y toreó con rapidez a un astado al que no sometió del todo.
Regaló al paliabierto Bomboncito, del mismo hierro, noble y repetidor, al que veroniqueó con reposo, le taparon la salida en el puyazo, banderilleó con efecto y se cansó de torearlo por ambos lados de pie y en derechazos de rodillas, miró al palco y al tendido y la autoridá concedió el indulto, pues ahora se premian las embestidas de dulce, no la bravura en los tres tercios.
Menos puestos, aunque pundonorosos, se vieron los alternantes Federico Pizarro, que pechó con un lote deslucido y cobró dos soberbias estocadas, recibiendo la oreja de su soso primero entre división de opiniones, y en el otro debió bregar en el segundo tercio ante el desconcierto de la peonería, desacostumbrada a los toros con problemas. Y Uriel Moreno, El Zapata, alegre y dispuesto con capa, banderillas y muleta. Por cierto, en su primero el picador César Morales dejó un puyazo en todo lo alto, arrancó la divisa en torera y añeja escena y recibió una sonora ovación en el tercio.
Con su segundo, que también cumplió en la vara, realizó una lidia completa con quites, pares espectaculares y buenas tandas muleteras. Sin plegar el engaño, fue trompicado en el volapié sin consecuencias, dejando una estocada entera por la que recibió dos orejas entre algunas protestas.