l Pont Alexandre, así nombrado en honor al zar Alejandro III, fue construido para la Exposición Universal de 1900. Por su situación y su estilo, este puente es, sin duda, una de las más ensoñadoras travesías sobre el río Sena en París.
El paseante puede ver, hacia la rive gauche (lado Sur) el Hôtel des Invalides, cuyo proyecto y realización fueron decididos por Luis XIV para alojar a estos víctimas de la guerra. Si vuelve la cabeza hacia la rive droite (lado Norte) puede admirar las hermosas construcciones del Grand Palais y el Petit Palais, concebidas para acoger exposiciones de prestigio, inaugurados también con motivo de la Exposición de 1900. Los techos del Grand Palais son inmensas bóvedas de hierro y vidrio, las cuales permiten el paso de la luz. No debe olvidarse que la electricidad aún no se inventaba en esa época. Enormes vidrieras, que sostiene una orfebrería metálica, se limpiaron y remozaron a finales del siglo pasado. Como si se prepararan a recibir a sus futuras habitantes: las abejas.
En efecto, sobre las bóvedas del Grand Palais, fue instalada una serie de colmenas. Mi perplejidad, a semejanza de la de otras personas, la provocaba el hecho de traer abejas a París. ¿No era trasladarlas a un ambiente ajeno? ¿Ponerlas en peligro? ¿A qué capricho de funcionario obedecía esta sorpresiva y sorprendente mudanza?
Me hacía estas preguntas cuando mi hija Tania Huerta me contó que, en los techos del edificio de la ERDF (Electricité Reseau Distribution France), donde trabaja, acababan de instalar varias colmenas. Había incluso asistido, con verdadero regocijo, al alojamiento de las nuevas pobladoras. Sin protección especial, con los brazos, la cara, la cabeza, el cuello, al descubierto, arriesgándose a ser picada por uno de estos insectos. Su picadura me parecía peligrosa. Tania se rio y me explicó que el hombre, un apicultor, encargado del emplazamiento de los colmenares, trabajaba sin inquietarse del zumbido, ¿defensivo o agresivo?, de las abejas a su alrededor. Incluso lo picaron en la cara y en el brazo. Al parecer, sus picaduras no son para nada peligrosas, ni siquiera más molestas que las de un mosquito. Estaba confundiendo con los abejorros… o las avispas, terminó riendo.
–Pero, dime por qué instalan colmenas en los techos de París.
–Para salvar abejas.
Una política, antecedida de experiencias y reflexión, había decidido estas instalaciones en los techos de los edificios públicos de París. En espera de que los propietarios de inmuebles privados también propongan alojar en sus azoteas a las abejas.
Diversos organismos de protección y salvaguardia de estos insectos dieron la alarma hace ya una quincena de años. Los apicultores franceses, y de otras naciones europeas, han visto aumentar la mortalidad de las abejas o el abandono de los panales durante el invierno.
Algunos apicultores dicen haber perdido 90 por ciento de su producción. Echan la culpa a los pesticidas. El abandono de estos productos no ha mejorado la situación: los daños perduran un buen o mal tiempo. Y éste se necesita si se quiere salvar a las abejas de su exterminio y el nuestro. Al menos en Europa y en Estados Unidos, países donde la mortalidad de las abejas aumenta. En México o Brasil, en cambio, la producción de miel ha doblado en los pasados 10 años.
Experiencias demostraron que París, a pesar de la fuerte contaminación, es menos peligroso que el campo. Así, se tomó la sabia y poética decisión de alojar en lo alto de edificios como el Grand y el Petit Palais, quizás pronto en el Hôtel des Invalides, el Louvre, Notre-Dame, ministerios, la torre Eiffel…
La polinización es vitalmente indispensable a una gran parte de los productos agrícolas. Cierto, los chinos parecen ya utilizar una polinización artificial. Pero los productos serían artificiales, sin virtud natural.
Se atribuye a Albert Einstein la frase donde afirma que, en caso de desaparición de las abejas, la del hombre seguiría cuatro años más tarde.