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Presentaron Vivir la noche..., que aborda esos sitios calificados de propensos al vicio y la perdición

Hemos olvidado lo que es la vida nocturna; México está herido

Edith González destacó ese tiempo en que se bebía buen vino entre compañeros, se tocaba el piano, se inventaban canciones y se bailaba

Melón recordó los sonidos de una ciudad que se desvelaba

Foto
Leonel Sagahón, Juan Ponce, Alberto Vázquez, Edith González, Fabrizio León, Maricela Lara y Alejandra del Moral durante la presentación del libro Vivir la noche: historias en la ciudad de México, en la cantina RivieraFoto Roberto García Ortiz
 
Periódico La Jornada
Jueves 11 de diciembre de 2014, p. 8

De mediados de los años 50 a los 80 del siglo pasado, la noche en la ciudad de México brillaba, pero su luz languideció por disposición del llamado Regente de Hierro, Ernesto P. Uruchurtu, para congraciarse con las buenas conciencias y su falsa doble moral, también por la inseguridad y la violencia en las calles, a la par de la desaparición de los ahora llamados antros, cabaretes, burlesques y otros sitios que calificaban de propensos a la dispersión, el vicio y la perdición.

¿Cómo era la vida en la noche de esos años? Mucho se habla y se recuerda, pero si se buscaba un libro que diera testimonio de personajes, calles y lugares, simplemente no existía, y los datos debían rastrearse en publicaciones, películas y discos de la época o en hemerotecas. Pero eso de alguna manera se ha subsanado con la publicación del libro Vivir la noche: historias en la ciudad de México, de la colección Ojo al Gato de la editorial Tintable, coordinado por Fabrizio León, Leonel Sagahón, Astrid Velasco y Horacio Muñoz, el cual fue presentado el pasado martes en la cantina Riviera, de la calle Chiapas, en la colonia Roma, donde se dispuso un presídium y en una pantalla se proyectaron fotos contenidas en la obra, una ventana para voyeurs declarados que consumían el sexo con los cinco sentidos, muchas veces todos los días de la semana. Eran sibaritas defeños y provincianos que se sumaban al placer.

Al hojear el libro la vista se detiene en cuerpos de mujeres espectaculares. La filosofía en el tocador. Remember Sade, Lautremount, Mishima. El vicio eterno, la lujuria infinita.

Naná, un antes y un después

La plática se desarrolló mientras alrededor los habituales chocaban sus vasos y se deseaban, de manera adelantada, feliz Navidad y próspero Año Nuevo. Una cantina es ruidosa por naturaleza, pero nada como la experiencia directa.

Maricela Lara, directora de teatro y de la histórica obra Naná, protagonizada por Irma Serrano en 1976, que marcó un antes y un después en la historia de arte teatral en México, expuso que la hermosura de la llamada Tigresa rebasaba los límites de lo normal. Era un personaje con luz propia en la noche farandulera y la leyenda de sus vínculos con personajes de la política mexicana era parte de eso que se llama cosa pública. Su actuación en Naná marcó la vida nocturna de la ciudad y el estreno fue presenciado incluso por escritores como Gabo, quien vio la obra sentado en las escaleras. La Tigresa preguntó: ¿Ya pagó? Agregó que el Fru Fru fue el primer teatro con bar para mujeres. Por ello llegaban ahí vedetes y seres noctámbulos que hacían intensa su vida.

A cada recuerdo la nostalgia atacaba. En la pantalla, mujeres de esos años con curvas de ensueño, cuyas fotografías vienen en el libro. Ese martes, Irma Serrano festejaba su cumpleaños.

Llegó Luis Ángel Silva, Melón, quien demostró su profesionalismo al arribar, a pesar de haber sufrido un accidente minutos antes: tropezó y se lastimó la nariz y el pómulo izquierdo. Su memoria relacionada con la música es un mar extenso, claro en lo que fueron los sonidos de la noche de una ciudad que se desvelaba, gozaba y bailaba. Lamentó que muchos se hayan perdido la experiencia por considerar menores a los ritmos afrocubanos. ¿Salsa? ¡La de mis tacos! Pidió que pararan su charla, porque por él se podía seguir y seguir...

Para animar más la conferencia, Leonel Sagahón, editor y quien fungió como moderador, anunció que se serviría el vino de honor.

Prosiguió Alejandra del Moral, actriz y vedet, quien hizo acto de presencia no obstante que recientemente tuvo una operación de alto riesgo. Una amiga le regaló tres pares de calcetines, lo cual la irritó. Para calentarme los pies mejor tráeme un viejo. Genio y figura.

Juan Ponce, fotógrafo de mil batallas (también llegó enfermo de un severo resfriado), fue breve y directo. Citó cómo empezó su oficio y su interés por promover el talento, publicando fotos de mujeres bellas.

Alberto Vázquez, fotógrafo que ha dejado huella en varias secciones, de espectáculos a la política y la fuente presidencial, narró su regada cuando hizo sus pininos y, falto de experiencia, pidió a Prudencia Griffel, a quien no conocía, que le diera una entrevista y una sesión de fotos, en bikini. “Eres nuevo, ¿verdad, mi’jo?”

León agradeció la presencia en la conferencia de la actriz Edith González. La definió como su musa.

Entre risas y aplausos, Edith González exaltó el libro Vivir la noche: “Fabrizio, no tengo más que palabras de gratitud. Gracias por decirme musa. Es una palabra muy grande y muy bonita. Hemos olvidado lo que es la noche. Este es un México herido, con mucho coraje y mucho dolor. Creo que debemos identificar qué es la bohemia, de qué se trataba. De bohemiar, de tomarse un buen vino entre compañeros; tocar el piano, inventar canciones, cantar, bailar.

Pero nuestras noches ahora son mucho más recortadas; las chicas y chicos viven un lapso en el que se espera la satisfacción inmediata, en el que ya no se platica. Los grandes maestros de la noche sobrevivieron. Esta obra es importante, porque nos enseña lo trascendente que es la vida al día, de noche, compartirla y respetar la vida privada y, muy importante, la vida secreta.

Fabrizio León, curador de las imágenes del libro, fotógrafo de prensa y jefe de la sección de Espectáculos de La Jornada, expresó: “Vivir la noche es un libro de histotrias sobre la vida nocturna de la ciudad de México, contada y fotografiada por sus protagonistas. Es un ensayo periodístico que abarca 50 años y fue editado en cinco meses, pero imaginado desde que inicié mi vida profesional en las redacciones de los periódicos en las guardias y cantinas, a partir del diario relato de los viejos y maduros editores y reporteros. Aquellas historias se antojaban fantasía. Mi padre relataba sus andanzas y repetía los nombres que con frecuencia se enlazaban a personajes de Las mil y una noches.

“Luego, a mediados de los años 80, incursioné en algunos cabarets; vi espectáculos en los que apenas quedaba el aroma de lo que fueron los espléndidos centros nocturnos de los años 70 y 80. Siempre tuve la sensación de que aquella vida pública tenía una fuente confiable. Decían que al parecer había pasado. Era interesante escuchar las historias eróticas y sensuales (...)

“En alguna ocasión, entrevistan al periodista Fernando Benítez; cuando llegué por delante me pidió que le acercara una botella de ron y uno de mis Delicados sin filtro; carraspeando por lo fuerte del tabaco, ya que él fumaba cigarros largos y suaves, abrió los ojos como centellas azules y me dijo: ‘¿En verdad, mi hijo, quieres saber lo qué eran esas fiestas? ¡Pues bien, hermanito! (...) Pregúntale a Carlos Fuentes y que te lo narre el Gabo. Ellos nunca te lo van a contestar. Yo fui el único periodista.”

Clase maestra

Así lo hizo Fabrizio y en 1990 le preguntó a Carlos Fuentes y a Gabriel García Márquez sobre el asunto. “El primero rio a carcajadas y me dijo: ‘¿Qué edad tienes?’” El colombiano lo llevó a una pequeña sala y le dio una clase maestra sobre la diferencia entre vida pública, privada y, lo más importante, la vida secreta. Si no se ejercen las tres vidas estás acabado, remató Gabo.

El libro llena un vacío, pero el tema es muy amplio y poco estudiado, por lo que es necesario realizar más investigaciones para una probable segunda edición.

Vivir la noche; historias en la ciudad de México, coedición de Productora de Contenidos Culturales Sagahón Repol/Conaculta-Dirección General de Publicaciones y Editorial Tintable, con apoyo del Fonca, 2014, 254 pp.