es hemos perdido respeto. Han dado pruebas de incompetencia, irresponsabilidad e inmoralidad. Pero sería un error considerar que todo es ceguera y torpeza en sus actos.
El gobierno federal trató de lavarse las manos por Ayotzinapa desde el primer momento. Por toda una semana, ésa que ahora pesa sobre el Presidente como omisión irresponsable, adujeron que se trataba de un asunto estrictamente local. Cuando se hizo inevitable la intervención federal, quisieron aparecer como meros coadyuvantes e incluso como la fuerza capaz de traer verdad y justicia al caso que seguían considerando estrictamente local. Iguala no es el Estado
, insistían. Querían pintar su raya.
La maniobra no funcionó en términos mediáticos. No pudieron tapar el sol con un dedo. El despertar ciudadano es profundo. Abrimos ya los ojos y no estamos dispuestos a cerrarlos de nuevo. Hay confusión y desconcierto en nuestras filas porque no es fácil asumir la condición criminal de los gobernantes y aceptar que los aparatos estatales mismos están podridos, no sólo quienes los encabezan.
Necesitamos aquilatar con rigor el significado de las nuevas amenazas. Quienes encabezan el gobierno quieren aprovechar el momento Ayotzinapa para fortalecer sus recursos legales e institucionales en la guerra que libran contra nosotros. Su departamento de legislación, que cobra en San Lázaro como si fuera Congreso, aprobará antes de irse de vacaciones leyes que forman parte del repertorio de la contrainsurgencia. Asustadas, las clases políticas buscan armamento adicional para enfrentarse a la insurrección civil que enfrentan y vencer la resistencia popular que se levanta en todas partes. Podrán o no aprobarse disposiciones que buscan proteger las calles de la ira popular y de la libre manifestación de las ideas. Pero se aprobarán sin duda las que forman parte de la guerra.
El municipio nunca fue tan libre como establecía la Constitución y en buena parte del país es instrumento de opresión y control o arena de conflicto. Pero es también espacio en que la gente se expresa con vigor, afirma su resistencia y en muchos casos gobierna su propia vida, con autoridades que mandan obedeciendo. La lucha por la defensa de los territorios se libra sobre todo a escala municipal. Con el pretexto de los Igualas
del país, los casos en que el gobierno municipal está en manos criminales, se quiere desmantelar esa fuerza de la resistencia.
Buena parte de los municipios más seguros de México se encuentran en las áreas en que la gente los ha tomado en sus manos. Los estados a los que ahora se amenaza con mayor inversión son aquellos en los cuales cunde la resistencia a minas, presas y megaproyectos, a las inversiones que ahora se anuncian como solución
. Quieren traer al sur
las condiciones que en el norte han creado algunos de los municipios más inseguros del país.
Para entender la naturaleza de los 10 puntos del Presidente debemos ponerlos en perspectiva. El horror actual, que en México llega a su extremo, es una condensación brutal y atroz de las cuatro formas de violencia que definieron históricamente la construcción del capitalismo: la violencia de la expropiación, del despojo, de la separación de la gente de sus tierras y tenencias ancestrales; la violencia de su transformación en mano de obra; la violencia de la explotación laboral misma y la violencia de la represión. Las cuatro están hoy ferozmente combinadas.
Como han examinado brillantemente Peter Linnebaugh y Marcus Rediker, el terror que acompaña esas violencias es indispensable tanto para el despojo como para la criminalización, para que los trabajadores sigan separados de su subsistencia. El terror se utiliza también para provocar el olvido, la negación. Se necesita una inmensa fuerza represiva para desmantelar el conocimiento de alternativas, para que la gente olvide lo que alguna vez tuvo y que puede tener de nuevo.
No estamos ya bajo un estado de derecho. Pero no son irrelevantes leyes que dan a gobernantes y policías la capacidad legal de reprimir y, sobre todo, la de intentar desmantelar las capacidades autónomas de resistencia y transformación que hemos creado desde abajo. En la lucha actual, en nuestros empeños de organización y resistencia, ante la creciente agresividad del despojo, necesitamos estar claros de la naturaleza y condiciones de la guerra que se libra contra nosotros. También necesitamos saber que estamos en un momento de extremo peligro. Y de oportunidad. Bajo la tormenta perfecta, nadie está a cargo. Acontecimientos y comportamientos han escapado al control de quienes hasta hace unos años los gobernaban. Los poderosos
tienen todavía inmensa capacidad destructiva y la están ejerciendo, pero ya no pueden imponer su voluntad y hacer lo que quieren. Domina ahora la tendencia inercial de las fuerzas en juego. Es hora de actuar.