una libre mirada de artista y la reivindicación de un humanismo social que tiempo después será cabalmente reconocido
a mirada impuesta, liberación de la mirada. En 1972, en la fase final de la revolución cultural china, el gobierno de Mao Tse-Tung extiende al realizador Michelangelo Antonioni (La aventura, 1960; Blow up, 1966) una inusitada invitación a realizar un documental sobre las conquistas sociales y educativas de la China comunista. Ese régimen político hermético y vedado al escrutinio de países extranjeros, contaba sin embargo en Francia y en Italia con muchos simpatizantes en los círculos artísticos e intelectuales, entre ellos, Philippe Sollers y Roland Barthes, también J.L. Godard, y en especial el documentalista Joris Ivens de origen holandés, quien por esos años realizaba en China una larga cinta de corte propagandístico, Cómo Yukong movió las montañas.
Todo permitía suponer que el iconoclasta realizador de Zabriskie point (1970) propondría para la televisión italiana el equivalente de lo acometido por Joris Ivens: un solidario elogio documentado de la mística revolucionaria china. Cuando las autoridades comunistas vieron el resultado, y en él algunas pequeñas pero significativas infracciones al dogma de la representación ortodoxa, la indignación fue enorme, azuzada en todo caso por el clan de la banda de los cuatro
liderado por la intransigente viuda del propio Mao, en oposición abierta a las nuevas políticas liberales impulsadas por Chu En-lai.
En Chungkuo Cina, documental de más de tres horas de duración, dividido en tres segmentos, Antonioni visita las ciudades de Pekín, Suzhou, Nankin y Shanghai y elabora un registro observacional de la vida cotidiana de obreros y campesinos, mujeres y niños, sin realizar ninguna entrevista y con escasos comentarios o juicios valorativos. El subjetivismo de la mirada de Antonioni y su incursión en zonas o actividades no programadas con agilísima cámara al hombro (el pórtico de la mansión palaciega de Mao, un navío de guerra en Shanghai, un mercado con intercambios comerciales no reglamentados, templos religiosos abandonados), todo ante el azoro de ciudadanos no acostumbrados a la presencia de extranjeros, fueron razones suficientes para prohibir durante 32 años la exhibición del documental en China.
Lo fascinante, para el espectador occidental y para el público chino actual, es poder acceder en Chungkuo Cina a un documento excepcional, vestigio de un mundo casi desaparecido con imperativos ideológicos neutralizados ahora por un incontenible capitalismo de Estado. Las imágenes de una ciudad prohibida en Pekín, convertida hoy en atracción turística, o de una plaza de Tiananmén, puerta de la paz celestial
, luego ominoso sitio de una masacre, o de la Gran Muralla con su antigüedad de 25 siglos y sus 5 mil kilómetros de extensión, eran todas imágenes inofen- sivas, en principio exporta- bles, pero incómodas para el régimen por la prioridad que el cineasta italiano daba al ciudadano común sobre una gesta colectivista retóricamente plasmada en los frescos murales que aún tapizan las ciudades.
Era imposible aludir en el documental, y en el propio país anfitrión, a los excesos de una revolución cultural aún muy viva en el momento de realizar la cinta, y que la distancia histórica permitiría valorar con justeza (una revisión que el cine chino acometerá admirablemente).
A Antonioni le basta en su momento su mirada subjetiva, con tintes de indagación etnográfica, para rescatar y reivindicar la calidad moral del sujeto social observado. Le basta oponer también a la teatralización de la vida política china y a sus códigos estrictos de representación, su lírica apreciación de los paisajes naturales, las texturas arquitectónicas de las ciudades viejas (espléndida Suzhou), los cromatismos contrastados de una civilización atemporal, y una intensa vitalidad citadina que en su registro de rostros en primer plano parece evocar a las fotografías de Cartier Bresson.
En un clima de prejuicios ideológicos y rechazo oficial a los valores de la cultura y el arte occidentales, donde Beethoven y el propio Confucio eran reliquias de un pasado contrario a la revolución, el subjetivismo artístico de Antonioni sólo podía ser motivo de escándalo, a pesar de ser Chungkuo Cina un documental sumamente cauteloso. El historiador sinólogo belga Simon Leys (Los trajes nuevos del presidente Mao, 1971) llegó a tachar de ingenuo a un Antonioni incapaz de ver o renuente a aceptar los horrores de la dictadura maoísta. La crítica era particularmente severa e injusta, pues lo que el realizador propone en su documental no es un panfleto de denuncia ni un elogio incondicional, sino una libre mirada de artista y la reivindicación de un humanismo social que tiempo después será cabalmente reconocido.
Chungkuo Cina se incluye en la retrospectiva de Michelangelo Antonioni que actualmente presenta la Cineteca Nacional. Este domingo 7 de diciembre en la sala 9, a las 16 horas.
Twitter: @carlos.bonfil1