xiliado de su natal Argentina como otros miles de sus conciudadanos que fueron amenazados y perseguidos por la dictadura militar que gobernó ese país con mano de hierro entre 1976 y 1983, Marcelo Brodsky (1954, Buenos Aires) aprovechó sus años de refugio en España para estudiar Economía y formarse como fotógrafo. La creación de imágenes acabaría por convertirse en su principal oficio, entre otras razones porque a través de ellas pudo indagar en los asuntos que más le afectaban como persona: el desarraigo, la acción destructora de vidas y vínculos por parte de los poderes autoritarios, la desmemoria como indiferencia cómplice ante los crímenes de Estado, la memoria como sustento de reclamos éticos, políticos y jurídicos. Con 40 años de edad, de regreso al terruño del que se había visto obligado a salir para salvar la vida, Brodsky encontró en la narrativa latente de los documentos fotográficos una fructífera vía para indagar sobre su identidad:
Empecé a revisar mis fotos familiares, las de la juventud, las del Colegio. Encontré el retrato grupal de nuestra división en primer año, tomado en 1967, y sentí necesidad de saber qué había sido de la vida de cada uno. Decidí convocar a una reunión de mis compañeros de división del Colegio Nacional de Buenos Aires para rencontrarnos después de 25 años. Invité a mi casa a los que conseguí localizar, y les propuse hacer un retrato de cada uno. Amplié a un gran formato la foto del 67, la primera en la que estábamos todos juntos, para que sirviera de fondo a los retratos y pedí a cada uno que llevara consigo para el retrato un elemento de su vida actual. Seguí retratando a los compañeros del curso que no vinieron a la reunión, pero la foto grande no podía transportarse. Llevaba conmigo pequeñas copias de la imagen para incluir en esos retratos, que se realizaron en Buenos Aires, en Madrid, en Robledo de Chavela (España) y en Nueva York.
Esa inmersión en su pasado familiar y escolar condujo a Brodsky al planteamiento que devino eje rector de su obra como fotógrafo y de su agenda como activista político-cultural: la recuperación y reactivación, a través de toda clase de recuerdos y testimonios, en particular los fotográficos, de la dimensión personal de las pérdidas humanas que dejó tras de sí el terrorismo de Estado. Con la exposición y libro titulados Buena memoria (1997), cuyo origen fue un acto de homenaje a las víctimas que habían sido alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires, celebrado a fines de 1996, al cumplirse dos décadas del inicio de la dictadura militar en Argentina, Brodsky inició su tenaz defensa de un lugar en el presente para todos aquellos a quienes la violencia dictatorial impuso la condición de ausentes.
La pieza central de Buena memoria fue la ampliación de aquel retrato grupal de 1967, sobre la que Brodsky escribió de su puño y letra breves anotaciones que daban alguna información sobre los retratados: datos sobre su personalidad, fisonomía, gustos, aficiones o el derrotero de su vida posterior. Círculos atravesados por una línea diagonal, trazados en rojo, caían sobre los rostros de quienes habían muerto a manos de las huestes policiaco-militares. Conocido más tarde como Los compañeros o La clase, el fotomural le sirvió a Brodsky como disparador de otras imágenes, al ser exhibido en el claustro central del Colegio Nacional de Buenos Aires: aquellas que, gracias al registro de los reflejos, fusionaban las figuras de quienes habían sido estudiantes en 1967 con las de quienes lo eran tres décadas después, todos ellos moradores temporales del colegio más antiguo de la capital de Argentina. Más que como recurso de experimentación formal, Brodsky se aprovechó de estas superposiciones para hacer evidente la necesidad de trasmitir la experiencia histórica entre distintos tiempos y generaciones.
Luego de acompañar el viaje de Buena memoria por más de 20 países y de integrarse a varias de las colecciones fotográficas más importantes del mundo, el pasado 27 de noviembre La clase volvió al Colegio Nacional de Buenos Aires, donde una de sus copias quedó instalada de manera permanente. Ese día y en el mismo recinto tuvo lugar otro desdoblamiento o superposición simbólica de ese retrato de adolescentes preuniversitarios. Al tanto de la desaparición de los 43 estudiantes de la escuela normal de Ayotzinapa, Guerrero, y del entorno de violencia, corrupción e impunidad que la hicieron posible, una cantidad semejante de alumnos de la prestigiada escuela bonaerense, de entre 14 y 18 años de edad, decidieron conformar un nuevo retrato de grupo para la cámara de Marcelo Brodsky, mediante el que se sumaron a la demanda que es el leitmotiv de nuestra convulsionada vida pública: Vivos se los llevaron, Vivos los queremos
. Esta acción visual, realizada en solidaridad con los normalistas desaparecidos y con quienes reclaman su búsqueda efectiva, ha sido el disparador de una campaña internacional que ha multiplicado las versiones del retrato escolar con otros modelos o portadores de la imagen ampliada que comparten su exigencia.
La clase, haciendo ahora referencia a las víctimas de la violencia actual en latitudes mexicanas, sigue difundiendo la lección que le dio origen: en cualquier parte del mundo y del continente, lo mismo en Buenos Aires que en Ayotzinapa, a todos nos compete ponerle freno a la irracionalidad criminal y al desprecio por las vidas humanas, exigiendo la justicia que no es graciosa concesión de los gobernantes, sino legítimo derecho de los ciudadanos.