n la historia de México no han faltado los infiltrados. Uno de los primeros y más famosos fue el coronel Jesús Guajardo, el asesino de Emiliano Zapata. La táctica de ese militar fue ganarse la confianza de Zapata, so pretexto de que estaba contra Venustiano Carranza. Para lograrlo llegó al exceso de fusilar a media centena de sus propios soldados. Luego le puso la trampa de Chinameca al Caudillo del Sur. Guajardo fue ascendido a general por Carranza, además de recibir una cuantiosa suma de dinero por su exitosa
misión. No fue un traidor, fue un infiltrado para liquidar al revolucionario.
En la época del inicio de las guerrillas de hace 50 años el Ejército mexicano infiltró al ex capitán Lorenzo Cárdenas Barajas. Este personaje no sólo se ganó la confianza de varios grupos guerrilleros sino que incluso entrenó militarmente a varios de ellos, al mismo tiempo que les daba información falsa y suministros militares inútiles (granadas, por ejemplo). Por esta información falsa, concretamente sobre el número de soldados que había en el cuartel de Madera el 23 de septiembre de 1965, fue que el Grupo Popular Guerrillero (GPG) fue derrotado. Hubo otras razones que no viene al caso comentar en este espacio, pero esa información hizo que Arturo Gámiz, Pablo Gómez Ramírez y otros murieran en su intento.
Ese infiltrado del sector de inteligencia del Ejército jugó el mismo papel en otros grupos guerrilleros. El Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP), apenas en formación, fue delatado por infiltrados militares y de la Dirección Federal de Seguridad (la tristemente célebre DFS) y su Grupo de Investigaciones Especiales C-047, dirigido por el funesto Nazar Haro (véase Laura Castellanos, México armado, y Sergio Aguayo, La charola: una historia de los servicios de inteligencia en México). En el MRP participaron Víctor Rico Galán, Raúl Ugalde y Pedro Uranga, entre muchos más que fueron detenidos y encarcelados. Uranga, que venía del derrotado GPG, fue de los que no confiaban en el ex capitán Lorenzo Cárdenas, quien, para los cubanos, era agente de inteligencia militar y así lo habían informado a los mexicanos.
Cuando yo era estudiante de licenciatura habíamos formado en la UNAM el Partido Estudiantil Socialista. No fue difícil detectar a los infiltrados de la Secretaría de Gobernación y la DFS. Comúnmente eran los más radicales
(léase extremistas), que se desvivían por llevarnos a acciones obviamente provocadoras con las que, en nuestro balance, saldríamos perdiendo y quizá nos hubieran encarcelado.
No recuerdo, de los muchos movimientos sociales en que participé, que en las organizaciones de las izquierdas, tanto armadas como pacíficas, no hubiera por lo menos un infiltrado o que sospecháramos que lo fuera. Incluso en la Convención Nacional Democrática promovida por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Y casi siempre tales infiltrados eran los más extremistas ( ultras, los llamábamos) y, por lo mismo, sectarios. Los llamábamos provocadores por una razón muy sencilla: normalmente querían llevar el movimiento X a confrontaciones estériles que justificaran
(así entre comillas) diversas formas de represión, desde golpizas y detenciones hasta prisión o desaparición forzada. Ejemplos sobran, pero el espacio es limitado.
Siempre me ha llamado la atención que algunos de los héroes
de actos vandálicos en las manifestaciones sociales y pacíficas hayan sido detenidos y soltados a unos cuantos días, en tanto que los luchadores sociales desde los primeros tiempos de Revueltas, Gómez Lorenzo y Miguel Ángel Velasco, pasando por Demetrio Vallejo, Filomeno Mata y Valentín Campa, han estado en prisión varios años. Lo mismo podemos ver en los casos de Rico Galán, Genaro Vázquez Rojas, Sierra Villareal, Mario Rechy, Carlos Sevilla, Danzós y muchos más que poblaron contra su voluntad varias cárceles del país, principalmente Lecumberri. Que algunos hayan sido cooptados por el gobierno y otros no, sólo demuestra que unos al final se doblegaron y que otros no cedieron en sus principios ni abjuraron de éstos. Renegados hay en todas partes, hasta en las buenas familias. Pero los cerca de 600 desaparecidos o asesinados durante la guerra sucia son el crudo testimonio de que hay y ha habido mucha gente dispuesta a todo por sus ideales, coincidamos o no con ellos, especialmente en términos de estrategia. Y también, debe decirse, son la evidencia de que los gobiernos no son ni pueden ser aliados de las luchas sociales auténticas, organizadas o no.
Algunos de los provocadores pueden no ser infiltrados (siempre hay que dar el beneficio de la duda), pero tampoco necesariamente revolucionarios o insurgentes, por mucho que lo crean. Más bien se les podría llamar subversivos o subversivistas (valga el neologismo), en el sentido de Gramsci y no del represor Nazar Haro. Para Gramsci la forma más elemental (subrayo elemental) de expresión violenta de la sociedad se da en la subversión. Lo subversivo para el autor italiano significaba “una posición negativa y no positiva de clase: el ‘pueblo’ siente que tiene enemigos y los individualiza sólo empíricamente en los llamados señores”. Se odia al enemigo o a quien se confunde como enemigo por razones superficiales, como por ejemplo al funcionario y no al Estado, al policía y no al gobierno, a la empresa y no al capital, y con frecuencia no se comprenden en su verdadero significado.
Por lo mismo, es deseable que en los movimientos sociales auténticos sean detectados (y neutralizados) los infiltrados y que se tome en cuenta que los provocadores, que pueden ser o no ser infiltrados, suelen tener como meta la subversión (por sí misma), más que conseguir algo a cambio de sus protestas, es decir, una posición negativa y no positiva de clase para obtener aquello por lo que luchan. ¿En qué beneficia a los familiares de las víctimas de Ayotzinapa, por ejemplo, que esos provocadores incendien edificios o roben locales comerciales? ¿Para que sean reprimidos y criminalizados, ellos y también los demás? ¿No le están dando al gobierno, tradicionalmente autoritario, corrupto y represor, más argumentos para reprimir o inhibir el legítimo y fundamentado descontento social y que paguen justos por pecadores? ¿Cuántos de los detenidos el 20 de noviembre fueron provocadores y cuántos manifestantes pacíficos? Según testimonios públicos, no todos los provocadores fueron detenidos, pero sí algunos manifestantes solidarios con los normalistas de Ayotzinapa. Dante Hernández Castrejón, estudiante de Ayotzinapa, reconoció que “hubo compañeros… que cayeron en la provocación por los mismos infiltrados” (La Jornada, 24/11/14). Nada más que agregar.