oy aquí compacta noticia de otras tres exitosas presentaciones musicales ocurridas en el marco de los 80 años del Palacio de Bellas Artes. Como parte de la extensión del Festival Internacional Cervantino a la ciudad de México, se presentó el legendario Ensamble InterContemporáneo, hoy por hoy (y desde hace muchos años) el grupo más destacado en la ejecución de la música nueva. Bajo la quirúrgicamente precisa dirección de Julien Leroy, el conjunto ofreció ejecuciones electrizantes de dos clásicos indiscutibles del siglo XX, Octandre de Edgard Varèse, y el Concierto de cámara de György Ligeti. En la primera destacó la pulcra atención al manejo de la materia sonora como algo plástico, casi físico, para la recreación de sonoridades que incluso hoy, a 90 años de distancia, se antojan insólitas, algunas de ellas de cualidades casi electrónicas. En la segunda, la lucidez en el enunciado y desarrollo de las complejas y apretadas tramas polifónicas del gran compositor húngaro, y la precisión de relojería en el deslumbrante tercer movimiento de la pieza. Loable también la versión del InterContemporáneo a la obra Introducción a la oscuridad de Salvatore Sciarrino, en la que la claridad de la ejecución instrumental fue puesta al servicio de una poética sonora alternativamente rica y sensual, o austera y enrarecida. Del japonés Dai Fujikura, el grupo ofreció Quinta estación, poderosa obra en la que la singular distribución espacial del instrumental no es un mero adorno o capricho, sino materia conceptual y sonora indivisible del todo. Completó el programa la obra Reencuentros del mexicano Arturo Fuentes, partitura expertamente escrita en la que la diferenciación tímbrica de altos vuelos va aparejada con un complejo desarrollo formal. Sin duda, un concierto histórico en nuestro medio, tanto por la trayectoria del grupo como por las luminosas e impecables ejecuciones de esa noche.
Más tarde, la esperada y bienvenida representación del Radamisto de Händel, como un recordatorio de lo escasísima que ha sido la presencia de la ópera barroca en nuestro ámbito teatral. A una interesante puesta en escena casi minimalista, austera y depurada, se añadió un sólido complemento instrumental a cargo del grupo Música Angélica dirigido con mano experta por Martin Haselböck y un grupo de cantantes de una alta y homogénea calidad, muy atentos a las indispensables cuestiones de estilo y con numerosos momentos de un refinado trabajo de ornamentación vocal. A destacar, el rendimiento óptimo del contratenor Carlos Mena como el Radamisto titular y, a la vez, el bien manejado contraste de su timbre y tesitura con los de las voces graves de José Antonio López y Scott Graff. Notables asimismo, algunas instancias en los que ciertas extensiones del vestuario se convierten alternativamente en símbolo y escenografía. Momento estelar de este Radamisto: una batalla virtual narrada con la habitual elegancia händeliana a través de trompetas naturales en escena encabezando al resto de la orquesta. ¡Qué bienvenida frescura la de una ópera barroca tan bien puesta, bien tocada y bien cantada, en el contexto de tantas cansinas Traviatas, Turandots y Cármenes que con tanta frecuencia nos avasallan!
Finalmente, el grupo suizo Camerata Bern ofreció una cátedra del bien tocar los instrumentos de cuerda, en un programa clásicamente enmarcado por Mozart (Divertimento K. 136) y Beethoven (transcripción de la Sonata Kreutzer), en el que lo más disfrutable y convincente fue la música más reciente. Por una parte, la variedad tímbrica y de estados de ánimo aplicada a las Variaciones sobre un tema de Frank Bridge, de Benjamin Britten, y por la otra, el experto y expresivo manejo de nuevas técnicas instrumentales en Tu aliento reposa bajo el cielo de agosto, del compositor suizo contemporáneo Alfred Zimmerlin. La Camerata Bern exhibió esa noche un elevado nivel de cohesión sonora y afinación, cualidades que solemos extrañar con frecuencia en nuestras propias orquestas y ensambles.