unque duela aceptarlo, después del niño ahogado habrá que tapar el pozo. Los hechos de Tlatlaya e Iguala, de seguir vivas sus causas, anticipan más de lo mismo. Semejantes causas producen semejantes efectos.
El problema básico es la renuencia genética de nuestros compatriotas a aceptar errores e imperfecciones, sobre todo en el medio oficial. Estamos acostumbrados a darle la vuelta a todo lo negativo, aunque con ello aceptemos el riesgo de la repetición. Aquí no pasó nada. Eso no es cierto. No nos afecta, Son frases harto manidas.
Habría que empezar por el propio gobierno federal. Dicen los sicoterapeutas que el primer problema para remediar algo es la renuencia del paciente a aceptar su error. Previsiblemente esa será la prueba de fuego de esta administración. ¿Quiere rectificar definitivamente el sistema y así recomponer su marca en la historia? Pues se demanda de talento y valor, porque definitivamente está ante su posible Waterloo.
Ante la comunidad internacional, incluidos la ONU y el Vaticano, somos una letrina. Hasta antes de ya 15 años, a falta de ejércitos, poderosa economía y más, la seguridad política y la respetabilidad moral del país siempre fueron su muy elevado prestigio, que hoy es desprestigio.
No serán el shale oil ni el shale gas, ni el cielo que tenemos prometido a supuestos inversionistas. Al final del camino nos queda sólo nuestra dignidad de ser una gran nación admirada, como lo fue por décadas.
Internamente el drama es otro: el enojo, la desesperanza, un ánimo decaído que se supera exclusivamente a base del vigor del pueblo, no por expectativas ilusorias emanadas del gobierno. Subsistimos gracias a la lucha diaria de las clases populares por preservarse, que enfrentan el sufrimiento anímico y material con enorme dignidad y gran entereza.
Un hecho que pudiera rebasar al Presidente sería el no aceptar que, como jefe de Estado que es, nada de lo que pase en México le puede ser ajeno, ni excluyente de responsabilidad, más a un dominador de todo como le gusta aparecer. ¡Su obligado dominio del destino no se sustituye con pactos!
El gran reto para su gobierno no es sólo aceptar la enorme dimensión política del momento, sino plantear por sí una solución de avanzada. Si la fórmula para alcanzar el cambio radical fuera una razón de Estado, pues que así sea.
No se sugiere nada violento. No, todo lo que se demanda está dentro de sus facultades reales y virtuales. Tampoco es aceptable su propuesta de crear un acuerdo nacional. Tal como lo plantea es una fórmula priísta totalmente desgastada.
¡De qué ha servido el Consejo Nacional de Seguridad Pública y su gabinete de lo mismo! ¡Son visiones corporativistas! ¡Es la sombra siniestra del pasado! ¡Él debe ejercer su preminencia nacional y proponer con firmeza y claridad!
La primera acción, que además de absolutamente indispensable le sería muy rentable, sería que valientemente, con un público como los que le fascinan, explicara con detalle lo que pasó. Debe hacer pronto la inevitable narración. Sería aplaudido que se nos hablara con verdades y éstas no se quisieran disimular con actos sentimentales y vacíos.
En seguida ofrecer nombres y cargos de los funcionarios públicos o simples ciudadanos que resultaran imputados de faltas en lo político, administrativo o penal y, como anuncio inicial de un verdadero cambio, contestar a la pregunta cada vez más insistente que está en boca de todos:
¿Por qué no se combate la corrupción de todas formas, salvo en los fogosos discursos? ¿Por qué ella y la impunidad siguen siendo nuestra marca país? Pronto surgirán demoledoras pruebas de más corrupción. Entonces, ¿por qué se les sostiene?
Tampoco es eludible el rediseño de infinidad de asuntos implicados en el drama y cuya consumación alentaría el ánimo con un nuevo panorama: es exigible el rediseño de su gabinete de seguridad, y con ello su sistema de inteligencia, que indiscutiblemente fueron incapaces de anticipar oportunamente o de insistir sobre la peligrosidad y bestial magnitud de lo que bullía en Iguala.
Hay que aceptar la urgencia de redefinir las fuerzas armadas y su papel en el orden interno ajustándolas a la verdad evidente: no hay ni habrá pronto buenas ni suficientes policías. Debe revisarse el sistema de partidos y el electoral: crearse una nueva relación política con estados y municipios; renovar la hoy vergonzosa CNDH y, en fin, aceptar ampliamente el ejemplo fundacional de Obregón, de Calles y de Cárdenas.
En épocas tormentosas al poder presidencial todo le concierne; más en un país ritual, teológico, deísta. No puede suponerse que haya algo que no le incumba. No hay nada que no le ataña y poco que no le sea alcanzable si se decide.
Tlatlaya e Iguala suenan como una especie de última llamada. Recordemos a Lerdo de Tejada alentando a Juárez: ¡Ahora o nunca, señor presidente!
Externo estas apreciaciones sin credenciales de versado, lo hago sólo desde mi título irrevocable de mexicano lastimado.