bservando el miércoles por la noche la videoconferencia transmitida por La Jornada, con los padres y familiares de los normalistas de Ayotzinapa, luego de su reunión con el Presidente, apareció ante mí la imagen de la gran fractura nacional que sufre hoy nuestro país, la República Mexicana, surgida a la luz pública como resultado de la tragedia causada por supuestos elementos identificados como servidores públicos.
Es la visión que toma fuerza ante la actitud de los padres y acompañantes, que de manera natural representan a la sociedad mexicana, que ha retirado su confianza a todas las instancias de gobierno, representadas por un solo ícono en la figura del Presidente de la República, visiblemente incapaz ya de poder garantizar la seguridad y la vigencia de la ley, pero que es también, él mismo, símbolo e imagen de la clase política mexicana, caracterizada por su desdén y desprecio al pueblo y a la sociedad que gobierna y representa, la cual puede ser tratada unas veces como daños colaterales, otras, como grupos delictivos potenciales, y a veces como mercancía comprable que puede ser envilecida con monederos electrónicos, como posible recurso para ganar elecciones que sabe perdidas, luego de sus respuestas insolentes a la prole
juvenil que le rechaza.
Se trata, así, de una fractura entre el pueblo y el sistema, es decir, los grupos de interés que desdeñando los derechos de las mayorías han usado todos los recursos a su alcance para apoderarse del control de la República, pretendiendo que la sociedad olvide las fracturas anteriores que se dieron cuando sus antecesores le ofrecieron el trono de México a un príncipe europeo; o de aquella surgida a la luz en 1910, desde la oscuridad de la prisión de San Luis Potosí, como tajante rechazo a la descomposición del gobierno, fracturas que como la de ahora, se fueron gestando en el tiempo, a partir de engaños, de abusos de poder y de violencia contra el pueblo cansado de ser explotado y lanzado a la miseria.
Es la fractura de dos visiones de futuro: una, la del pueblo que busca zafarse del yugo de sus explotadores, para buscar mejores horizontes; que cree en la solidaridad, en el bienestar común y en la justicia aplicada con igualdad, y que además tiene miedo de la violencia de los poderosos, pero que finalmente cansado de promesas y engaños llega a comprender la magnitud de su fuerza y del valor de sus razones y se decide a hacer uso de ellas, como sucedió en la reunión de Los Pinos.
La otra es la visión milenaria y arrogante de los que sintiéndose poderosos se niegan a atender reclamos que no provengan del extranjero, pero que en su escasa preparación y conocimientos de la historia y de las hazañas del hombre se sienten también inferiores y pertenecientes a una etnia dominada e ignorante, incapaz de manejar su propio destino, y que por ello requieren que vengan otros seres de culturas superiores a enseñarnos y a dirigirnos en la conducción del destino nacional, sin reparar en la importancia de nuestra soberanía, llegando así a la contradicción de sentirse amos de México y a la vez lacayos de grupos extranjeros que deben venir a decirnos los qué y los cómo, sin importar cuáles sean sus propios objetivos, que desde luego serán siempre de despojo y depredación, lo que ellos llaman ganancias
y califican de lícitas
.
Pienso entonces en otras fracturas más pequeñas, pero también visibles, que son parte y consecuencia de ésta, formadas por todo un espectro de pequeños grupos de la sociedad agraviada, que van desde los que ven sólo la posibilidad última de destruirlo todo, o en el otro extremo, de aceptarlo todo como destino inexorable; destacando entre ellos quienes en forma pausada y reflexiva se deciden a enfrentar la situación en busca de un cambio posible que implica riesgos y fracasos, pero que con acciones firmes y ejemplares logran rescatar sus sueños.
Del otro lado de la fractura, es también clara la existencia de grupos e individuos que con sus acciones buscan complacer a quienes mantienen el poder. Entre estos grupos podemos identificar a los policías homicidas, que en su intención de satisfacer a los caciques asesinos de Guerrero, son capaces de disparar sus armas y de masacrar, torturar o desaparecer a quienes identifican como indeseables y problemáticos para sus amos, pensando que éstos los premiarán por sus hazañas, tal como en su momento las autoridades
electorales determinaron que las elecciones habían sido inobjetables, para dar el triunfo a Peña Nieto.
Las afirmaciones de los padres de familia y maestros de Ayotzinapa, dando a conocer que las amenazas y agresiones a estudiantes y maestros de la escuela provenían por igual de los gobiernos municipal, estatal y federal, complementados con las declaracione del padre de familia que, con su hijo herido, recibe la frase de un mando del Ejército: Ustedes se la buscaron, cabrones
, no dejan lugar a dudas sobre la responsabilidad del gobierno federal en la tragedia. El hecho de que el Presidente de la República tardara un mes en recibir a los padres de familia, así como sus declaraciones de que él ha contestado su pliego petitorio
, luego de la infructuosa reunión en Los Pinos, sólo confirma su desdén por el pueblo y su incapacidad de entender el tamaño del problema que tiene enfrente.
En este escenario no podemos ver como un hecho aislado la resolución de la Suprema Corte de Justicia de eliminar como improcedente la consulta solicitada por dos partidos políticos y apoyada por millones de firmas de ciudadanos y ciudadanas, que han preferido seguir el camino constitucional para impedir que se modifiquen tres artículos de la Constitución en forma arbitraria y lesiva para el futuro de la nación; la conducta de los magistrados de justicia coincide con la de los policías agresores de los normalistas, sus objetivos son los mismos, agradar a sus amos, sin entender que lo que han hecho no ha sido otra cosa que magnificar la actual fractura nacional.
La tragedia de Ayotzinapa nos indica el camino a seguir para eliminar esta fractura, la oposición pacífica a un gobierno terrorista y dispuesto a transgredir la ley con acciones y omisiones, ignorando sus responsabilidades y mandatos. La realización de la consulta por cuenta propia, para señalarle al mundo cuál es la voluntad y el sentir del pueblo de México, es el mejor reconocimiento a sus profesores y estudiantes, que hoy nos han enseñado con claridad lo que podemos y debemos hacer para poner en su lugar a los gobernantes y políticos, que tan claros han sido en su desprecio por el pueblo de México.