a oposición más decisiva al capitalismo neoliberal en México está surgiendo del sector educativo. La rebelión de más de 400 mil maestros en 26 estados de la República, que llevó a la ocupación del centro de la ciudad de México durante meses en 2013, y ahora la protesta de decenas de miles de estudiantes, que cada semana cierran hasta 70 planteles educativos, tienen como eje común el súbito deterioro en sus condiciones de vida. La reforma de la educación de 2013 despojó a los maestros de escuelas públicas de derechos laborales constitucionalmente establecidos, y en 2014, la bárbara violencia de agentes de un estado muy limitado por el poder económico (narcotráfico y grandes corporaciones), contra decenas de estudiantes de Ayotzinapa, está despojando a cientos de miles de jóvenes de cualquier esperanza de respeto a sus derechos más elementales, a la vida, por ejemplo. Y por eso cada día que pasa aumenta la indignación.
Desde el último tercio del siglo XX comenzó a fortalecerse el actor educativo, con el 68 como uno de sus puntos de arranque. Con las protestas y organización de los sindicatos de universitarios y con la oposición magisterial (CNTE) se continuó en los años 70 y, en los 90, con la demanda de más espacios para los jóvenes, democracia y autonomía. Ahora, en la primera parte del siglo XXI, en un momento de tensión derivada de reformas en la educación, las movilizaciones han renacido, con fuerza nunca antes vista. Este dinamismo tiene que ver con el crecimiento del sector: en 1965, los estudiantes desde nivel básico al superior eran 8.4 millones, ahora son más de 27 millones y el número de maestros pasa de menos de 300 mil a 1.8 millones. Se trata, además, de un sector que como parte de su quehacer cotidiano realiza uno de los ejercicios políticos más importantes: pensar. Maestros y estudiantes –a pesar del empobrecimiento de los planes de estudio– inevitablemente contrastan lo que ven (la pobreza, la violencia) con los ideales y promesas que nutrieron las luchas de los de abajo por la Independencia, la Reforma y la Revolución, y perciben más temprano que tarde la creciente disociación y pérdida que significa la ruta que desde hace años se le impone al país. Por otro lado, la escuela organiza. En ella se forman colectivos, algunos impuestos por la norma escolar; otros aparecen desde la iniciativa de los propios estudiantes o maestros. La conciencia y la organización, va así a todos los rincones del país y constituye una de las fuerzas sociales más activas. Es, además, un sector legitimado porque representa la renovación y es visto con una casi instintiva simpatía, son los hijos, son el futuro.
De ahí que lo que hoy vemos es la convergencia entre las luchas desde la educación y la brutal crisis económica y de derechos que recorre al país. El Estado y los sectores económicos poderosos han mostrado una incapacidad radical para asegurar a los jóvenes el derecho a la educación, al trabajo, y ahora ya ni siquiera a la vida. Todo esto está generando una inestabilidad e inquietud que ya preocupa incluso al sector empresarial. Éste acaba de manifestar en un desplegado firmado por 17 organismos empresariales su profunda preocupación, no por los desaparecidos, sino por la ausencia de un clima de certidumbre para las inversiones. No preocupa tanto la inseguridad como las protestas contra la inseguridad que cuestionan al Estado. No lo dicen abiertamente, pero el énfasis está en fortalecer al Estado, en la gobernabilidad, la certidumbre. Para que las recientes “reformas tenga(n) el resultado deseado –dicen– se requiere un marco jurídico e institucional sólido que ofrezca certidumbre a los agentes económicos y a la población en general” ( El Universal, 29/10/2014, pág.A7). El Estado, agregan, está en crisis y es necesario fortalecerlo: para garantizar la seguridad, la vigencia plena del estado de derecho y la gobernabilidad democrática en todo el país
se requiere arribar a un nuevo pacto orientado a fortalecer las instituciones del Estado mexicano.
Llaman a promover un gran pacto
que cuide de los otros pactos pero evitan mencionar el origen de las protestas (ni mención de los jóvenes muertos y desaparecidos, ni de Ayotzinapa). Y no reconocen que en los tantos años que no ha habido la actual crisis e incertidumbre, las inversiones ciertamente no han generado un número suficiente de empleos, ni una mejor distribución de la riqueza.
Como lo hizo en 2013 con la campaña de Mexicanos Primero contra los maestros, el sector empresarial se perfila en 2014 como el contendiente de quienes legítimamente protestan. La cuestión de fondo, sin embargo, es que el fortalecimiento del Estado hoy ya no puede darse sin atender e incorporar como parte de un nuevo proyecto de país las demandas de grandes mayorías, comenzando de inmediato por el cumplimiento de los derechos más elementales a la vida, la educación, el trabajo y el retorno de los ausentes.
* Rector de la UACM