Cada cabeza un duelo
sí como cada cabeza es un mundo, o un muro, según se ven los bandazos de la civilización, así también cada cabeza es un duelo, pues la experiencia de una pérdida siempre es personal e intransferible, la padezca un niño, un adolecente, un adulto o un anciano, pobre o rico, creyente o descreído, solo o acompañado, maldecido o con la bendición del pontífice en turno.
Negación, coraje, impotencia, sensación de injusticia, depresión, miedo y rabia, con Dios, con uno mismo, con presuntos responsables o incluso con quien se ha ido, fallecido o no, son algunos de los sentimientos que desfilan, con desesperante impotencia, en el ánimo del que se queda, no sólo en esta vida, sino además con la ausencia del ser querido.
Elaborar el duelo es retomar el paso de nuestra vida en los propios términos, a la vez que evitar morirnos con nuestros muertos, pues ni esa fue su intención ni es actitud madura para asumir nuestra condición de mortales. Aceptar, soltar, ocuparse, dejar de culpar y de culparse, compartir sentires, evitar decisiones precipitadas, relativizar, centrarse en el ahora hasta ser capaces de volver a disfrutar, y perdonar y perdonarse, son opciones menos doloristas ante la pérdida.
Y desde luego verbalizar el dolor, ya como diálogo o monólogo, en prosa o en verso. Luz María Gómez Mariscal envía el siguiente poema ante el féretro de la madre: Clama mudo grito en el alma adormecida,/ quisiera rasgar el mundo envilecido,/ se ha cumplido el plazo inevitable,/ para morir nacimos,/ nacimos muriendo cada día,/ quiero sustraerme al dolor,/ me golpea el sinsentido,/ la abulia me domina.
No tengo hambre, no tengo frío,/ de todo dudo, de mis ojos, del pensamiento,/ estoy ahogándome en los recuerdos,/te imagino feliz, eres de nuevo una niña,/ saltas, ríes y otra vez puedes entregarte a la alegría./ Has llegado al puerto amado por el que apostaste tu virtud,/ el círculo se cierra, el ataúd se cierra,/ el entendimiento ha huido, la fe se tambalea, el cuerpo aguanta./ Está ganando tiempo para escapar. ¿Adónde?/ A la indiferencia, a la beatitud, al desenfreno, al fin del miedo.
Hoy te pareces tanto a Dios:/ Te hablo y no me miras,/ te suplico y no me escuchas,/ presencias mi desamparo, mi extravío, y no te importa./ Estás en tu tranquilidad tantas veces pospuesta,/ no puede ser que todo acabe sin haber concluido,/ simplemente cerrando tus ojos a la nada.