n su décima segunda edición, el Festival Internacional de Cine de Morelia hizo lo posible por disimular una rumorada disminución en su presupuesto. Con un día menos de actividades oficiales, el festival tuvo que apretarse el cinturón en otros aspectos, debido –uno conjetura– al escaso apoyo del gobierno de Michoacán. El propio gobernador Salvador Jara aceptó, en una entrevista de la televisión michoacana en plena alfombra roja inaugural, que la aportación de su gobierno fue mínima. Y eso que el certamen asegura, por lo menos, una promoción turística innegable.
El contraste con el año pasado fue marcado sobre todo en la sección competitiva de largometrajes mexicanos, que no pudo igualar la calidad uniforme conseguida en 2013. Claro, eso no depende de la organización del festival, sino del particular momento del cine mexicano. En esta ocasión, de los 12 títulos seleccionados, uno se quedaría con la mitad, siendo la gran ganadora Güeros, de Alonso Ruizpalacios, que ya venía precedida de importantes premios internacionales.
Filmada con dinamismo, la película ganadora en la categoría de mejor opera prima, demostró frescura y vitalidad, además de un desternillante sentido del humor, que no dejaban lugar a la duda. El deambular de cuatro jóvenes por diversos puntos de la ciudad de México, en busca del legendario rockero Epigmenio Cruz, durante un día de manifestación universitaria, evocaba a ratos a la Nueva Ola francesa, al mismo tiempo que capturaba inequívocamente el espíritu de la juventud mexicana actual. Un debut más que promisorio de Ruizpalacios.
La ganadora del premio a mejor película, Carmín tropical, de Rigoberto Perezcano, autor de la superior Norteado (2009), es un curioso whodunit en que la muxe Mabel (José Pecina) regresa a Juchitán para indagar sobre el asesinato de su amiga y compañera Daniela. La investigación permite a la transexual recordar su pasado, incluyendo el amor de un hombre compartido con la difunta, y enamorarse de un taxista (Luis Alberti). Realizada con sensibilidad, la cinta –como sus personajes—transita de un género a otro.
Otra película muy meritoria, Las oscuras primaveras, segundo largometraje de ficción de Ernesto Contreras, se fue sin reconocimiento oficial. Sobre un guión de su hermano Carlos, el realizador renueva la situación del triángulo amoroso añadiendo la arista de un hijo indeseable al planteamiento. Así, la historia se mueve impulsada por la sensación de deseo frustrado entre dos amantes en potencia, una oficinista (Irene Azuela) y el obrero (José María Yazpik) que realiza obras en su edificio. Apoyado en un reparto de uniforme solvencia que merecía algún premio, Contreras demuestra poseer un cabal dominio de su oficio.
Un sorprendente estreno nacional, fuera de competencia, fue Gloria, la persuasiva biopic centrada en la escandalosa vida de Gloria Trevi (una verosímil Sofía Espinosa), debida al suizo Christian Keller. La película merecerá su comentario cuando sea estrenada en enero.
Por otro lado, el festival de Morelia enfrenta ya un problema que se advertía desde el año pasado: la capacidad de las salas de Cinépolis Centro ha sido rebasada por la cantidad de público interesado. Por vez primera, la acreditación no fue suficiente para ingresar a las salas, sino era necesario el canje previo por boletos muy peleados.
Aunque la medida es comprensible ante la gran demanda de asientos, es una monserga que impide la improvisación sobre la marcha. Por lo mismo, en esta ocasión vi menos películas que en otras ediciones. La nutrida y bien seleccionada programación se merece un foro de mayor capacidad. (A un viaje en taxi de 15 minutos del centro se sitúa la opción de las más amplias salas de Cinépolis Las Américas…sin embargo, el ambiente no es el mismo).
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