a ciudad de México está conformada por antiguas villas, pueblos, ranchos y haciendas. Increíblemente, muchos de estos viejos lugares conservan aún su personalidad, integrada por la arquitectura, trazo urbano, tradiciones y gastronomía. Uno de esos sitios es Tlalpan, antigua villa que se estableció con el nombre de San Agustín de las Cuevas, en medio del pedregal que dejó la erupción del volcán Xitle.
El centro de Tlalpan conserva un grato aire provinciano, con su enjardinada Plaza de la Constitución. La rodean el palacio municipal, obra de Antonio Rivas Mercado, el mismo arquitecto que realizó la Columna de la Independencia; el convento y templo de San Agustín, que en el amplio atrio arbolado luce un enorme pila bautismal de piedra del siglo XVI. Otro encanto de la linda plaza son los portales.
En varias ocasiones hemos hablado de las magníficas casonas que conserva Tlalpan. Hoy vamos a hablar del mercado de La Paz. Quizá el único que sobrevive de la época porfirista en la ciudad de México, con la mayoría de sus características originales. Es de ladrillo rojo primorosamente colocado, tiene amplias puertas de gran altura con elegantes remates. Su construcción se llevó a cabo entre los años de 1898 y 1900, fecha en que lo inauguró Porfirio Díaz. El acto se conmemoró con la acuñación de una medalla de plata, que algunos viejos comerciantes aún conservan. En el predio ya existía un mercado rodeado de vendedores de leña y carbón.
Se fue construyendo sobre la marcha a lo largo del tiempo, por lo que las instalaciones eran muy deficientes. El ayuntamiento acordó realizar uno nuevo y se solicitó la cooperación de los pueblos. Así, San Andrés Totoltepec dio la cantera gris, Tlalpan los ladrillos y la piedra volcánica, los pueblos del Ajusco proporcionaron la madera, otros colaboraron con mano de obra y hasta los presos fueron sacados de la cárcel para que participaran en la construcción.
En el centro del mercado se edificó una preciosa fuente de piedra, adornada con cabezas de leones. Medio siglo más tarde la falta de mantenimiento causó, entre otros daños, el desplome de algunas vigas. Por esa razón el entonces gobernante de la ciudad, Ernesto Uruchurtu, conocido como el regente de hierro, ordenó su cierre durante dos años para que se realizara una remodelación. Las vigas de madera se sustituyeron por viguetas de acero y se colocó una techumbre de láminas de asbesto. Desafortunadamente la fuente se demolió para colocar más puestos. En 1998 se le dió una arreglada que incluyó el reforzamiento de los techos y la limpieza del ladrillo que cubre las fachadas.
El interior conserva el piso de recinto negro y columnas de cantera; en sus 161 locales se ofrece la rica variedad de productos que sólo se encuentran en los mercados: frutas, verduras, todo género de comestibles, comida preparada, piñatas, ropa, zapatos, artesanías, flores, hierbas medicinales y cuanto se le ocurra. Comer en alguna de las fonditas le garantiza platillos sabrosos, con ingredientes fresquísimos y muy económico.
Hay que decir que el mercado ya requiere otra remozada, sus bellas fachadas de ladrillo están urgidas de una buena restauración, que incluya la reposición de piezas y la limpieza. Ojalá pronto se lleve a cabo, ya que el mercado de La Paz es un valioso patrimonio no sólo de Tlalpan, sino de la ciudad de México, ya que es único en su arquitectura y tiene esa bella historia de haber sido construído con la cooperación de la comunidad.
A unos pasos de la plaza, sobre la calle Madero, acaban de abrir Dulce Alquimia. Leticia Galindo y su esposo, joven pareja de veterinarios con pasión por la repostería, ofrecen varios postres y bebidas originales y deliciosas.
El choux es un pequeño pastelillo con fresas y una liviana crema pastelera de su creación. Un buen bocadillo son las fresas inyectadas de jarabe cubiertas de chocolate; para el gusto light de moda hay una gelatina griega. De bebidas me gustaron la tizana de moras y la horchata de fresa.