Nunca, por fortuna
olores Castro es, qué duda cabe, una de las voces poéticas más queridas de nuestro país. De ahí la alegría que muchos compartimos al saber que se le entregará (en dupla con Eraclio Zepeda) el Premio Nacional en Lingüística y Literatura. La he tratado poco, tres o cuatro veces cuando mucho, pero siempre he admirado su fortaleza, su excelente sentido del humor, su sencillez (es sencilla y profunda como el silencio de montaña
, ha dicho de ella Alfredo Cardona Peña en un vivo retrato en verso). Y, a pesar de que con el tiempo su capacidad auditiva ha menguado, no parece haber perdido su capacidad de escuchar, ni, mucho menos, su pertinencia para intervenir (no interrumpe: conversa) en la conversación. Eso, el habla de alguien que conversa, o platica, o comparte palabras en busca de palabras, me parece es su poesía, del todo empática. Nos tocó en suerte, hace no sé cuántos años, apadrinar
el nacimiento de un café en el Hostal del Poeta, por Nezahualcóyotl, y allí, en esa u otra fecha, ya muy desperdigada la reunión, que para el lugar era multitudinaria, desbalagados unos cuantos de los que por ahí todavía rondaban, iluminó la noche con un poema delicado, herido, amoroso, certero. Se me dijo que está dedicado a la señora que desde hace no se sabe cuánto le lleva la casa, punto más a favor. “Acaso la novedad de su expresión –citemos ahora a Benjamín Barajas, presentador de Viento quebrado, la poesía reunida de Dolores Castro– radique en el abandono de los afeites retóricos a favor de la limpieza de las frases que, dirigidas por una mirada atenta, nos sorprenden al mostrarnos el poder que subyace en la cotidianidad”. Por lo demás, siendo sinceros quizá yo vea en Casa de la estrella prenuncios del susodicho texto, cuando, que tal si sí, pudieran ser un único y el mismo –mi memoria no es nada fiable. Cito de Casa… el fragmento final): “Mientras historias crecen o declinan, ella mira a lo lejos.// No ama la soledad […] la conoció:/ Tras el ir y venir por haciendas y campos,/ halla en su corazón/ siembras de luz en tempestad,/ arrastradores ríos.// No escapó al estampido de la Revolución, o al incendio/ en el patio de su casa donde todo lo ardieron,/ donde todo perdió/ menos la fe, la esperanza.// Amor le brilla siempre en la mitad del pecho./ Bajo la oscuridad,/ la dueña de la casa/ cintila/ en su cintilar.” ¿Cuándo se termina de ser poeta?
, le preguntó hace poco más de dos años para La Jornada Semanal, Yendi Ramos. Nunca, por fortuna
, respondió la aguascalentense, nacida en 1923.