l logro más destacado de la tercera Asamblea General del Sínodo Extraordinario de Obispos, que se realizó durante dos semanas en Roma, fue poner a discusión las posturas oficiales de la Iglesia católica en materia de derechos reproductivos y sexuales.
Es cierto que el ala más reaccionaria del clero logró impedir que algunos de los innovadores párrafos del resolutivo inicialmente propuesto –como el que reconocía que los homosexuales tienen dones y cualidades que ofrecer a la comunidad cristiana
y el que restituía los sacramentos a los divorciados vueltos a casar– reunieran las dos terceras partes de los votos requeridos para su inclusión en el documento final, pero es claro que en lo sucesivo el Vaticano no podrá cerrarse a tales propuestas ni regresar a sus homofóbicas y misóginas posiciones tradicionales.
El propio pontífice Francisco se aseguró de que los resultados de las votaciones fueran divulgados, y con ello no sólo se evidenció que el tradicionalismo reaccionario mantenido durante los papados de Karol Wojtyla y de Joseph Ratzinger no goza de consenso, sino que las actitudes aperturistas gozan del respaldo mayoritario entre los integrantes del sínodo. Es razonable pensar, por ello, que la renovación vaticana en los asuntos de la conformación de las familias, el divorcio, la posición de las mujeres en la Iglesia y el matrimonio entre personas del mismo sexo son cuestión de tiempo.
En efecto, aunque en lo inmediato el clero conservador consiguió postergar el debate hasta el año entrante, cuando habrá de llevarse a cabo el sínodo ordinario sobre la familia, no logró evitar que prendiera en las filas del catolicismo la exhortación a la apertura formulada por el primer pontífice latinoamericano. De hecho, el procedimiento mismo en el que se basó la elaboración del documento sinodal –un cuestionario distribuido el año pasado en todas las diócesis del mundo para recabar las opiniones de los curas y de los fieles– fue ya un paso hacia una transparencia y una apertura hasta hace poco desconocidas para la jerarquía eclesiástica y representó una señal inequívoca de la disposición pontificia a poner a discusión los dogmas doctrinales –es decir, las posturas indiscutibles– en los que el papado se ha sostenido por siglos. Al final del encuentro sinodal, Bergoglio fue explícito, al considerar que un resultado deplorable de la reunión habría sido que reinara una falsa y tranquila paz
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Es por demás probable, en suma, que en el curso del próximo año se abra paso en las filas del catolicismo –tanto entre el clero como entre la feligresía– una saludable polémica que permita superar las posturas medievales de la Iglesia en materias de género, derechos reproductivos, familia, bioética y moral sexual. Ello sería deseable para el propio Vaticano, habida cuenta de que tales posturas son responsables en buena medida de la masiva merma de fieles experimentada por el culto católico en décadas recientes.