¿Banalidad del mal?
s casi imposible que un monstruo deje de serlo. Tal vez hay sólo uno que lo es involuntariamente y que puede conmovernos en su fallida búsqueda de amor: la criatura del doctor Frankenstein, que surgió de la pluma de Mary Shelley, a sus 18 años de edad, producto de un reto lúdico de Lord Byron, en 1816. En la novela, Frankenstein, el monstruo incomprendido por los humanos, muere inmolado en su propia pira.
Pero fuera de esa historia, que de niños no pudimos comprender del todo, no hay monstruo que pueda ser redimido y acusado sólo por fallas en el pensar
, aunque su conducta pueda explicarse desde la patología siquiátrica. La imposibilidad de sentir compasión es lo que bajo determinadas circunstancias permite ser monstruoso contra los otros. Matar con crueldad y sin ningún sentimiento de culpa es una falla emocional y ética, más que intelectual.
El riesgo de aceptar el concepto de banalización del mal, que propuso Hanna Arendt, en 1963, a propósito del juicio al nazi Adolf Eichmann por genocidio, es confundir maldad y obediencia. Y eso no es sano para ninguna sociedad. No cualquiera puede servir al mal. Los ejecutores de órdenes de un monstruo son sus brazos o piernas, ojos o pies, no sólo obedientes servidores. En cambio, cuando no se es monstruoso se desobedece, de una forma u otra, Como ocurrió al sirviente de Layo, quien no cumplir la orden de asesinar a Edipo y prefirió entregarlo a un pastor.
Lo otro significa aceptar la justificación de que los verdugos que cortaban cabezas con hacha o guillotina lo hacían sólo porque esa era su chamba
, tan impersonal como puede ser la de un leñador o la de un carnicero…
Soy partidaria de hablar a los niños del mal y de la muerte como realidades de la condición humana. Pero hagámosles saber que no todos los monstruos tienen aspecto de serlo, ni que el mal está en los que son diferentes.
En México, los monstruos lupinos que nos tienen acorralados son alimentados por la ambición, la corrupción y la impunidad. Es bueno que los niños sepan quiénes son, que como en cuento de terror, ¡huyen en un superavión con sus costosos espejos en los que gozan al mirarse!, por ejemplo. Hablémosles de ellos y de sus actos contra la vida.