|
|||||||
Tareas legislativas pendientes Gabriela Iturralde Nieto Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM
A pocos meses de que inicie formalmente el Decenio Internacional de los Afrodescendientes, es necesario reflexionar acerca de las tareas que tiene pendientes el Estado mexicano en relación con las poblaciones afromexicanas y el reconocimiento de sus derechos. Es por todos bien sabido que, tal como lo reconoce el artículo 2 de la Constitución, México es un país pluricultural. Las prácticas de la vida cotidiana: las formas de comer, hablar y vestir, las de festejar y las de hacer familia; los saberes tradicionales, y la apariencia de las y los mexicanos dan cuenta del rico y complejo mosaico que es este país. No obstante, las personas afromexicanas –coloquialmente llamadas negras o morenas- siguen siendo las grandes ausentes de este conocimiento popular y sobre todo del reconocimiento constitucional y legal por parte del Estado. Las y los afromexicanos son descendientes de hombres, mujeres, niñas y niños provenientes de diversas regiones de África que llegaron de manera forzada al territorio de lo que hoy es México en el periodo virreinal (1521-1822), que se asentaron aquí, que trabajaron –la gran mayoría en condiciones de esclavitud- en las diversas empresas coloniales y produjeron riqueza con su trabajo, convivieron con los otros grupos sociales, hicieron familias y con sus saberes crearon nuevas formas de comprender el mundo. A pesar de que las investigaciones de historiadores y antropólogos han constatado la innegable importancia de su participación en la formación del país, la población afromexicana ha sido borrada de nuestro pasado. Poco sabemos de sus contribuciones económicas, de su participación en la creación de las expresiones culturales nacionales y del papel que han jugado en los grandes acontecimientos de la historia, como la Independencia: Morelos y Guerrero eran lo que hoy llamamos afrodescendientes. Tampoco sabemos mucho de la presencia actual de estas comunidades, de sus formas de vida y de las situaciones de vulnerabilidad que enfrentan. Es por eso que desde hace más de 15 años las personas y comunidades afromexicanas, sobre todo de la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca, han emprendido un importante proceso de organización social y política cuyo principal objetivo ha sido visibilizar la presencia pasada y presente de las personas afromexicanas, así como también llamar la atención sobre las condiciones de exclusión y marginalidad en la que se encuentran la mayoría de sus comunidades y de manera muy especial denunciar el racismo que deben enfrentar cotidianamente. Hoy en día la principal demanda de estas comunidades y organizaciones es su inclusión en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y su reconocimiento como titulares de derechos que les garanticen la posibilidad de ser parte de la nación sin dejar de existir como comunidades culturalmente diferenciadas. Las Constituciones de los estados de Guerrero y Oaxaca ya han incluido en su cláusula de reconocimiento de la diversidad cultural a la población afromexicana y por lo menos de manera formal les garantizan derechos específicos. El reconocimiento constitucional a nivel federal sigue siendo una tarea pendiente, desde hace por lo menos tres años se han presentado en el Poder Legislativo iniciativas de reforma constitucional para incluir a la población afromexicana en el artículo 2. Éstas siguen esperando en un cajón o en una pila de expedientes a ser atendidas, aun cuando el Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial (CERD) ha recomendado al Estado mexicano emprender acciones en este sentido como medida para eliminar la discriminación racial. La inclusión explicita de la población afromexicana en la Constitución es sin duda un primer paso en un largo camino orientado a subsanar la deuda que el Estado tiene con este grupo de población. Obviamente –como ya lo hemos podido ver en el caso de los derechos de los pueblos indígenas- la sola mención no basta. Este acto declarativo debe servir como base para el desarrollo de un conjunto de políticas públicas que garanticen el pleno ejercicio de los derechos de las personas y comunidades afromexicanas y que contribuyan con la construcción de una sociedad libre de racismo. Es necesario emprender acciones que restituyan la dignidad a este grupo de población, incluirlos en los censos y otras estadísticas oficiales, diseñar programas de atención social especialmente dirigidos y emprender acciones orientadas a la eliminación del racismo en todas sus formas de expresión. El racismo en contextos Cristina V. Masferrer León INAH - Afrodescendencias en México. Investigación e Incidencia, AC
Nadie nace con ideas racistas. El racismo se aprende. Se aprende cuando vemos programas de televisión que reproducen estereotipos que históricamente se han impuesto sobre las poblaciones indígenas o afrodescendientes. Aprendimos estereotipos racistas mientras nos reímos de personajes como la India María o el Negrito Tomás; o durante el Mundial de Fútbol de 2010 en Sudáfrica, cuando la televisión mexicana representó a los africanos como “caníbales”. Y seguimos aprendiéndolos cuando en la radio escuchamos que los africanos están “contaminados” con ébola y que esta enfermedad llegó a Estados Unidos por un “negro grandote”. El racismo también se aprende en la escuela, donde debería privar un ambiente de respeto igualitario para todas y todos, no sólo porque se trata de un espacio proporcionado por el Estado, sino también porque la educación es uno de los Derechos de la Infancia. ¿Acaso el Estado no debería asegurar que todos los niños gocen del mismo respeto en el aula, sin importar su origen étnico o su apariencia física? ¿No debería la Secretaría de Educación Pública (SEP) mostrar los aportes de los miles de afrodescendientes que han sido parte de México desde antes de su Independencia? La enseñanza del racismo en contextos escolares implica la reproducción de relaciones desiguales e injustas, y se traduce en la perpetuación de cotos de poder que lastiman profundamente a la sociedad en su conjunto. A partir de investigaciones realizadas en México, se han identificado distintos actos de discriminación étnico-racial en la escuela, que se expresan de múltiples maneras. Una de ellas es el bullying entre compañeros, cuando se insultan con frases como: “mono, negro”, “india patarrajada” o “negrito Bimbo”. Este tipo de acoso escolar ha obligado a algunos niños a cambiarse de escuela. No obstante, los propios estudiantes también son conscientes acerca de la importancia de eliminar la discriminación. Tan sólo, como ejemplo, retomo lo dicho por una alumna de quinto grado de primaria: “la discriminación es mala porque así demuestras que no tienes valores ni igualdad” (Frida Tejada, 2013). La discriminación racial también se expresa en un trato diferenciado por parte de los docentes hacia sus alumnos. Con lágrimas en los ojos y la voz entrecortada, varias personas de la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca (donde se encuentra una considerable concentración de población afromexicana) han señalado que no les han permitido ser parte de la escolta por su fenotipo, en particular su tono de piel, a pesar de tener el mejor promedio de su grupo. Directores y maestros han afirmado frente a nosotros que los niños “negros” o “morenos” son menos inteligentes y más flojos que los demás estudiantes. Docentes de varias partes del país comprenden la diversidad humana de manera racializada, mientras que otros emiten opiniones francamente racistas sobre estas poblaciones, al repetir estereotipos sobre su inteligencia, fuerza o sexualidad. Paradójicamente, quienes están interesados en solucionar este tipo de problemas también son maestros, algunos de los cuales no tienen los recursos suficientes para hacerlo. En la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca, suelen ser los propios docentes quienes emprenden importantes acciones en contra de la discriminación, muchas veces de la mano de las asociaciones civiles negras o afromexicanas de la región. En cambio, el Estado mexicano ha mostrado poco interés en erradicar la discriminación racial de los contextos escolares. Los libros de texto que la SEP edita y obliga a utilizar en todas las escuelas primarias del país continúan explicando la diversidad humana en términos de razas, en lugar de insistir en que las razas humanas no existen. Además, reproducen una visión parcial de la historia que no muestra la contribución de los miles de africanos y afrodescendientes que colaboraron en la construcción de México, y de los afromexicanos que son parte de este país en la actualidad. ¿Acaso esta exclusión no es, también, un acto de discriminación? Urge revisar y corregir los libros de texto, pero también es imprescindible aumentar la cantidad de horas dedicadas a Historia y emprender campañas de concientización entre directores, maestros y alumnos de todo el país. La historia de los afrodescendientes es la historia de todos nosotros, porque sólo cuando la conozcamos sabremos cómo se construyó el México contemporáneo. La exclusión, marginación y discriminación que enfrentan hoy las personas y los pueblos afromexicanos nos atañen a todos, porque estas problemáticas no sólo afectan a quienes las padecen, sino que perturban la convivencia de la sociedad en su conjunto. A meses de que inicie el Decenio Internacional de las Personas Afrodescendientes proclamado por la ONU (2015-2024), el reconocimiento constitucional de los afromexicanos y la creación de leyes secundarias efectivas que atiendan a dicha población aún siguen pareciendo sueños lejanos.
|