18 de octubre de 2014     Número 85

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Lo que va del Negrito
Poeta
a Memín Pingüín


“Todos somos negros porque todos somos esclavos”*
Memín Pingüín

Al igual que otros países demorados, México ingresó a la modernidad republicana endosando el racismo imperante aquí en la época colonial. Y es que el discurso sobre la igualdad entre los hombres era un lujo metropolitano que las naciones periféricas no podían darse pues, como señaló René Depestre, “el fetichismo de la epidermis es un hijo político del capital”, de modo que negros, amarillos y cobrizos fueron el “combustible biológico” de ultramar que alimentó a distancia la segunda revolución industrial. Sin mano de obra forzada el capitalismo orillero no marchaba y la presunta minusvalía racial de la gente “de color” fue coartada perfecta para imponer la esclavitud en nombre del progreso.

En un folleto de la Secretaría de Fomento publicado en 1911 y posiblemente escrito por el alemán Otto Peust, entonces funcionario del gobierno porfirista, leemos:

“Las razas se dividen desde el punto de vista económico en tres grupos. El primero comprende los pueblos de raza caucásica, de la cual ha salido la industria transformadora. El segundo, la raza amarilla, sólo ha formado el gremio agrícola y manufacturero, pero parece capaz de imitar el régimen industrial capitalista. El tercero, la mayoría de los pueblos indígenas del África, de América y de gran parte de Asia, dispone de un grupo tan reducido de hombres enérgicos y perseverantes que sólo ha logrado formar el gremio agrícola. Los individuos de este grupo parecen incapaces de imitar la producción capitalista. En relación con el grado de inferioridad de una raza, los individuos que la forman resultan por su propia naturaleza trabajadores libres, obligados o esclavizados.”

Como se ve, según el gobierno del mixteco talqueado en que el poder convirtió a Porfirio Díaz, los únicos dotados para la civilización son los caucásicos y entre los incapacitados: amarillos, cobrizos y negros, la diferencia es sólo de grado.

Este es el racismo argumentado de los tecnócratas de hace un siglo importados de Europa por don Porfirio, hombres “blancos” que metían en un mismo saco a todos los que no fueran deslavados como ellos. Semejantes pero más rústicas eran las actitudes discriminatorias del resto de los mexicanos, miembros de una sociedad casi de castas que de antiguo distinguía por su grado de civilidad entre criollos, mestizos e indios. A los afrodescendientes traídos a fuerza desde los primeros años de la Colonia, se les veía como inferiores –no tanto como los indios pues ya para el siglo XIX muchos desempeñaban funciones de capataz- pero también como exóticos.

El negrito poeta. Los primeros esclavos africanos llegan a la nueva España en 1528, y para los siglos XVIII y XIX negros y mulatos representan algo más del diez por ciento de la población, unas 640 mil personas en 1810. El estereotipo de la negritud, que seguirá vigente hasta el arranque del tercer milenio, comienza a formarse en ese entonces, de modo que no es arbitrario sostener que El negrito poeta es antecedente remoto de Memín Pingüín.

Agudo epigramista del siglo XVIII, que alfilereteaba a quienes hacían la corte al virrey conde de Casafuerte, con el tiempo El negrito poeta devino personaje ficticio y a mediados del siglo XIX Salvador Ayacardo lo transforma en muñeco de titiritero. Así, durante dos siglos al pícaro de piel morena se le atribuyen innumerables versos burlescos.

Al Negrito poeta le restregaban con frecuencia su “estigma” epidérmico. La Margarita: “Negro, el color te agravia”. El negrito poeta: “No tengo la culpa yo: / una mano oculta y sabia / ésta piel negra me dio / cual si naciera en Arabia”. En otro epigrama el moreno revira: “Ser negro no es culpa mía. / A todos doy alegría / y con esto me reintegro”. Así, al pagar su derecho de admisión mediante el humor, el repentista satírico reconoce la doble suerte del diferente: ser visto como menos y al mismo tiempo como más que los comunes y corrientes.

El versificador se reivindica porque en su caso la negritud va acompañada de filosa socarronería. Y es que ser “extraño” entre “normales” es una suerte de patente de corso que permite decir impunemente lo que a los demás costaría la libertad si no es que el pellejo. Ventajas del otro: del que nos habla desde el lado oscuro del espejo, desde el inframundo del que los disformes son espantables cuanto seductores personeros.

La otredad de la que según los blancos son portadores los negros pero también los enanos, los contrahechos, los albinos y demás freaks, puede trivializarse y caricaturizarse. Pero detrás de los estereotipos más risueños y discriminatorios estará siempre el vértigo que suscita lo distinto, lo extraño, lo sobrenatural.

Memín Pingüín. En un país racista la negritud es handicap y la “gente de color” tiene que hacer un esfuerzo adicional para ganarse el derecho de alinear con los demás, a pesar de… El negrito poeta se reivindica por llevado, socarrón y certero epigramista, mientras que los méritos legitimadores de Memín Pingüín son la ingenuidad, la empalagosa ternura y –por sobre todo- un enorme Edipo.

La cultura industrial-popular es por definición mimética y en el siglo XX sus modelos fueron los estadounidenses, de modo que es ahí y no en el humus patrio donde primero hay que buscar los orígenes de una historieta hecha en México.

Almas de niño, que así se llamó inicialmente la serie protagonizada por Memín, empieza a publicarse en 1944 en la revista Pepín, escrita por Yolanda Vargas Dulché y dibujada por Alberto Cabrera. Por esos años se editaba en Estados Unidos el cómic Our Gang, realizado por Walt Kelly, que a su vez rendía tributo a los cortometrajes humorísticos del mismo nombre que a partir de 1922 produjo Hal Roch con gags generados por Frank Capra. Uno de los siete personajes de la pandilla protagónica –que incluye un perro- es el negrito Farina, que por cierto era interpretado por una niña, y del que es indudable remedo fisonómico nuestro Memín.

Pero ahí terminan las semejanzas, porque el ánimo de Farina y sus compañeros de Our Gang es alborotador e iconoclasta como el del guionista Capra, mientras que Memín y sus amigos son modositos y bien portados. Actitud consecuente con el talante melodramático y sensiblero de la extensa obra historietil de Yolanda Vargas, y que conecta a Memo el pingo con Toño el negro, personaje de la melcochosa película Madre querida, realizada en 1935 por el inefable Juan Orol.

Todo corazón, Memín no es para nada un minusválido. Su representación gráfica, que en la primera época de la serie corre por cuenta de Alberto Cabrera y después de Sixto Valencia, prolonga el estereotipo de la negritud pero también le debe algo al look simpático y carácter aguerrido que el comiquero Will Eisner le dio a Ebony White, el pequeño ayudante del detective enmascarado de la serie The Spirit.

En cuanto al guión, la intensidad de los sentimientos materno-filiales atribuida a los negros nos llega posiblemente de Cuba por medio de los culebrones radiofónicos y folletinescos de Félix B. Caignet, y sobre todo de la exitosísima radionovela El derecho de nacer, que se difundió primero en la XEX interpretada por Dolores del Río, y más tarde por la XEW, con Eusebia Conde. Y es que el rebosante amor que une a Memo con su madre Eufrosina –“ma´linda”- no es dolido y lloroso, como otros, sino gozosamente edípico. “Es que así de fajosos son los negros…”, habrán pensado los lectores.

“En Memín Pingüín hay mucho de mí –decía Yolanda Vargas- La adoración que Memín tiene por Eufrosina yo la tuve por mi madre”. Y aquí comenzamos a encontrar un elemento identitario. Porque para un pueblo siempre a la intemperie, como ha sido el mexicano, la familia y en su centro la madre es ancla que protege del vendaval. Tonantzin, Guadalupe, Eufrosina… el refugio último, el tibio abrazo que nos regresa al origen.

Nada peor para un mexicano que no tener madre… o que tener poca. Pero si algo tiene Memín es mucha madre. Y esto lo compensa de ser feo, prieto, torpe y pobre; lo compensa de ser una criatura desvalida como en el fondo somos todos.

¿Memín racista? No sean estúpidos. La cosa es exactamente al revés. Que el personaje de la historieta sea negro importa, claro, pero porque los símbolos que apelan a nuestras pulsiones más profundas tienen que ser morenos. Por eso la señora del Tepeyac tiene más rating que la descolorida Virgen de los Remedios. Por eso a casi 70 años de su primera aparición –no impresa en la tilma de Juan Diego sino en las páginas del Pepín- la de Memo y ma´linda es la única historieta mexicana que se sigue reeditando.

*Citado (o atribuido) en el fanzine Malaletra. Resistencia global, México, agosto, 2005.

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